Lo que Jesús hizo fue desplazar el centro de la religión. Ese centro no está ni en el templo y sus ceremonias
(José María Castillo).- Lo primero, lo más elemental, en el problema planteado a propósito de los rituales religiosos, es tener muy claro que no es lo mismo hablar de Dios que hablar de la religión. Dios es el fin último que podemos buscar o anhelar los mortales. La religión es el medio por el que (y con el que) intentamos acercarnos a Dios o relacionarnos con él. Por tanto, Dios no es un elemento más, un componente más (entre otros) de la religión.
Por otra parte – si intentamos llegar al fondo del problema -, Dios y la religión no se pueden situar en el mismo plano. Ni pertenecen al mismo orden o ámbito de la realidad. Porque Dios es el Absoluto. Y el Absoluto es el Trascendente. Es decir, Dios se sitúa en el orden o ámbito de la «trascendencia». Mientras que todo lo que no es Dios (incluida la religión) es siempre una realidad que se queda «aquí abajo», o sea en el ámbito de la «inmanencia».
Todo esto quiere decir que «ser trascendente» significa «ser inabarcable» o «ser inconmensurable». Es decir, Dios no está a nuestro alcance. Por tanto, Dios no es una realidad «cultural». En tanto que la religión es siempre un producto de la cultura. Otra cosa es las «representaciones» que los humanos nos hacemos de Dios. Pero eso ya no es «Dios en Sí», sino nuestra manera (culturalmente condicionada) de representarnos al Trascendente.
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