Los sacramentos de la iglesia son propiedad exclusiva del clero masculino y célibe
(Agustín Cabré).- No se trata de sacerdotes bajitos ni del efecto de un proceso con hierbas del bosque que algún santón indígena haya realizado: algo así como las cabezas trabajadas por los jíbaros. Se trata ni más ni menos del desprecio colosal del lenguaje vaticano y canónico acerca de los curas que dejan el ministerio presbiteral para regresar al estado de laicos: según Roma, quedan «reducidos al estado laical». Un lenguaje vergonzoso a ojos vista.
El 18 de abril de 2009, el cardenal Claudio Hummes, responsable de la Oficina encargada de los asuntos del Clero en la Iglesia Católica, escribió a los obispos del mundo diciendo algunas cosas que la prensa mundial calificó de extraordinarias, siendo así que son más viejas que el hilo negro.
Veamos: el cardenal brasileño y además franciscano, que fue arzobispo de Sao Paulo antes de llegar a su responsabilidad en el Vaticano, recordó que el tema del celibato clerical es un asunto disciplinario y no de doctrina: es decir, no pertenece a la estantería orgánica de la iglesia sino que es de la periferia; no pertenece a la columna vertebral de la iglesia sino que es algo así como los cabellos, que pueden estar o no estar sin que afecte a una persona.
Dijo, además, que el Código de Derecho Canónico, que rige las leyes en la Iglesia Católica, ha quedado sobrepasado, en algunos puntos relacionados con el celibato clerical, por nuevas realidades que se presentan problemáticas: algo obvio, porque ninguna legislación puede abarcar todo el ámbito de posibilidades ni todos los casos particulares en una sociedad.
Añadió que en el caso de los clérigos casados o con familia propia, los hijos «tienen derecho a tener un padre con una situación regularizada ante Dios y ante su propia conciencia».
Menos mal que una voz autorizada desde el Vaticano empieza a reconocer los derechos de quienes se han retirado del ejercicio del ministerio por la causa que fuere y han formado una familia. Lo lamentable es que se sigue usando un lenguaje agresivo, anticuado y humillante, como si esta concesión de facilitar la reincorporación de los clérigos al estado laical, facultad ahora entregada a los obispos locales, fuera un regalo sacado con fórceps, a regañadientes y apenas tolerado.
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