"Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre"; pero Dios no une por las leyes canónicas sino por el amor que se da
(Jesús Espeja op, teólogo).- Pensando en la nueva sesión del Sínodo sobre la Familia, se disparan de nuevo las posiciones sobre la prohibición de que participen la comunión eucarística quienes un día se casaron por la Iglesia, luego se divorciaron y buscando la felicidad han formado nueva pareja. Unos seguirán pidiendo al Sínodo que mantenga claramente la prohibición tajante,mientras otros instan a que sea eliminada esa prohibición.
La verdad es que las personas divorciadas llevan encima el peso de un fracaso y la Iglesia, sacramento de la misericordia, más que agravar su situación debe acompañar con amor y solicitud materno a esas personas. Sin la pretensión de zanjar el debate, sugiero algunos puntos a tener en cuenta en el necesario discernimiento del tema
1. A veces da la impresión de que seguimos viendo el matrimonio sólo como un contrato, y basta el mutuo consentimiento de los cónyuges. Parece que no digerimos bien el cambio personalista del Vaticano II presentando el matrimonio como una alianza y una comunión de amor. Un cambio que supone distinguir entre indisolubilidad canónica y fidelidad. En tiempos de cristiandad y en la sociedad española había muchos divorcios, se mantenía la indisolubilidad canónica; pero con eso sin más ¿se garantizaba la fidelidad? Cuando los marcos de cristiandad han caído y la subjetividad de las personas puja con fuerza, es fácil la tentación de seguir reduciendo el matrimonio a un contrato y pensar que las cosas se arreglan sólo con prohibiciones o permisiones.
2. Lo peor es si con esa visión reducida interpretamos el evangelio sobre el divorcio. «Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre»; pero Dios no une por las leyes canónicas sino por el amor que se da. El matrimonio no es obligación sino vocación de hacer realidad la intención de «para siempre» inscrita en el amor. Cuando Jesús habla de esta vocación, sus mismos discípulos quedan perplejos, pero el Maestro añade: «quien pueda entender que enrienda». Si este amor falta o no madura por lo que sea ¿ en virtud de qué principio podemos atar con leyes para que convivan en matrimonio dos personas bautizadas que no se aman? Si por otra parte las personas tienen derecho a rehacer su vida y buscar la felicidad ¿no habrá que ayudarlas desde la misma Iglesia para que procedan honradamente sin abandonar su fe y práctica religiosa cristiana?
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