Con criterio evangélico, han puesto los recursos de los obispados a disposición de los necesitados, independientemente de su procedencia o condición, sin preguntas, sólo porque lo necesitan, como lo indica el capítulo 25 de Mateo
(Bernardo Pérez Andreo).- Los lectores asiduos de la Biblia y los cristianos que asisten regularmente a la Eucaristía saben perfectamente de qué se habla cuando se cita el capítulo 25 del Evangelio de San Mateo, especialmente los versículos que siguen al 31.
Se trata de un texto incontrovertible, pero del que se han hecho innumerables lecturas conciliadoras con el orden social existente en cada época histórica. Sin embargo, su lectura no deja muchas dudas de qué quiere decir el evangelista por boca de Jesús mismo. El texto es conocido como ‘El juicio final’ o ‘El juicio de las naciones’. En su parusía, o segunda venida, Jesús, el Hijo del Hombre, pondrá ante sí a todos los pueblos, a todas las gentes y los separará: unos a su izquierda y otros a su derecha. Entonces, dirá a los de su derecha (de aquí se han hecho lecturas ideológicas que no vienen al caso) ‘Venid a mí, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer, sed y me disteis de beber, fui extranjero y me acogisteis‘, etc. Estos preguntarán cuándo hicieron tales cosas y el Hijo del Hombre les dirá que cuando lo hicieron con los sus hermanos más pequeños, con Él lo hicieron. Es evidente que el juicio se establece sobre cómo se ha actuado con los que sufren desgracias. El juicio no se establece sobre criterios morales abstractos, sino sobre actos concretos. Cuando se ayuda al que lo necesita, se está ayudando al mismo Dios, y en esa ayuda o negación de la misma está el juicio de cada uno.
En ningún caso dice el texto que la ayuda esté condicionada: a los familiares, amigos, correligionarios, etc. Se trata de una ayuda desinteresada y casi a ciegas. Se ayuda porque duele la situación del otro que sufre, porque te duele el alma. O, como dice el propio Evangelio, se revuelven las entrañas y tienes que actuar. Esto es lo que sucede hoy con la ingente cantidad de personas que huyen de una guerra de la que no son culpables, buscando para sus familias un lugar seguro donde no vivan el horror de la barbarie que Europa ha ayudado a crear con sus políticas militares y estratégicas.
Sin embargo, Europa, tan presta a apoyar bombardeos aéreos y vender armas a las partes en conflicto, apenas es capaz de responder ante una crisis humana que ella misma ha ayudado a generar. Los gobiernos europeos se pasan la patata caliente y dejan tirados en la cuneta, sin ningún tipo de asistencia, a los extranjeros que llaman a nuestra puerta pidiendo auxilio. Gracias a Dios, son los pueblos los que reaccionan. Las penurias de estas gentes son menos debido a la solidaridad espontánea de miles de ciudadanos que han acudido a la llamada de los que tienen hambre, sed y necesidad de cobijo. Pero, no es suficiente. Hace falta que los gobiernos se impliquen.
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