Si los políticos percibieran que éste es el sentir de los ciudadanos, cambiarían sus actitudes, los programas de sus partidos y sus decisiones
(Monseñor José Sánchez).- A la vista de la catástrofe humanitaria, de la que están siendo víctimas miles de refugiados de Asia y de África, que buscan desesperadamente acogida en Europa, cobra palpitante actualidad el grito lleno de amor, que el Papa San Juan Pablo II lanzó a Europa desde Santiago de Compostela el 11 de noviembre de 1982: «Europa, vuelva a encontrarte, sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes…»
La llegada masiva de refugiados y solicitantes de asilo político a Europa, que huyen a la desesperada de la guerra, de la violencia, de la persecución y del hambre, nos interpela a todos: A nuestras instituciones políticas, a nuestra Iglesia y a todos y cada uno de nosotros, como europeos, como cristianos y como personas.
Las noticias diarias de barcos que naufragan con miles de muertos. El desprecio de la vida humana por parte de mafiosos que se benefician de la muerte de sus semejantes, la dureza y mezquindad de algunos países a la hora de acoger refugiados, el rechazo por parte de personas o grupos racistas o xenófobos, exigen una respuesta generosa y urgente, en la medida de la emergencia humanitaria que se ha originado.
Es cierto, lo estamos oyendo permanentemente, que los problemas humanos y sociales que se originan por la guerra, la deportación, la persecución, el hambre, el subdesarrollo, etc. exigen tiempo y la colaboración de todos; en el caso que nos ocupa, desde luego, de todos los países europeos y de todos los países de origen. Pero también es verdad que se puede hacer mucho más y mejor que lo que se está haciendo.
En los años inmediatamente posteriores a la II Guerra Mundial, la Alemania Occidental, destruida y arruinada en su mayor parte, acogió unos ocho o nueve millones de deportados, procedentes de los países europeos que quedaron bajo administración soviética. Hoy todos los países europeos están en circunstancias incomparablemente mejores que la Alemania de la posguerra y son menos los millones de refugiados que, de momento, llaman a nuestras puertas. También miles de compatriotas nuestros fueron acogidos por otros países al terminar la Guerra Civil.
Que las medidas necesarias y urgentes, como la pacificación y mejora de los países de procedencia, la persecución de las mafias, la seguridad en los traslados, la acogida en nuestros países, pueblos, ciudades, parroquias… de un determinado número de personas y familias… nos puede suponer una mínima merma de nuestro bienestar, de nuestros gastos o de nuestras expectativas, no es sino la consecuencia de nuestra condición de cristianos, de europeos, de personas humanas justas y solidarias y con sentimientos.
Si los políticos percibieran que éste es el sentir de los ciudadanos, cambiarían sus actitudes, los programas de sus partidos y sus decisiones.
A todos nos queda siempre abierta la posibilidad de colaborar a mejorar esta situación, cambiando nuestra mentalidad y ayudando a través de los servicios de nuestra Iglesia, como son: Caritas, la Misiones, Manos Unidas y otras organizaciones.