Bergoglio ha propuesto anunciar la verdad católica en el marco insuperable de la misericordia. Y es conocida su invitación a acercarse con dichas entrañas a la vida familiar y a la moral sexual
(Jesús Martínez Gordo).- Cuando el 25 de octubre finalice el Sínodo Ordinario de Obispos es muy probable que tengamos datos suficientes para saber cuál va a ser el futuro más inmediato de la Iglesia católica y qué recorrido le queda al programa reformador de Francisco; probablemente, el papa más amado y mediático de los últimos tiempos y, también, uno de los más criticados.
Se podrá conocer, en primer lugar, qué es lo que han acogido los obispos ante la posibilidad abierta, por primera vez en la historia de la Iglesia, a casi 1.200 millones de católicos de pronunciarse sobre las uniones homosexuales, las familias monoparentales, los divorciados vueltos a casar, las uniones de hecho, el alquiler de vientres, la adopción de niños por gays y lesbianas, los matrimonios mixtos e interreligiosos y, en general, sobre la moral sexual.
Se podrá saber qué aceptación tiene la denuncia formulada recientemente por algunos obispos africanos sobre el «imperialismo europeo» y, por extensión, «primermundista» que parece apoderarse de la Iglesia cuando se abordan estas y otras cuestiones.
También se podrá conocer si los obispos se han acercado a tales asuntos con misericordia o se han dejado aprisionar (como ha venido siendo desgraciadamente habitual durante demasiados años) por la defensa de una verdad descarnada y sin rostro. Se sabrá, por ejemplo, si en todo lo referente a la llamada «ideología de género» han procedido de manera empática y crítica a la vez o si se han limitado a proponer una verdad que, al ser anunciada de manera aséptica, acaba generando rechazo y rompiendo cualquier puente.
Y se podrá conocer en qué medida la Iglesia católica está dispuesta a superar la condena del control artificial de la natalidad (Encíclica «Humanae vitae», Pablo VI, 1968) y a tratar la moral sexual con entrañas de misericordia: acercándose al posible comportamiento en cuestión primando su comprensión desde sí mismo, sin dejar de proponer, por ello, la verdad que se tenga que exponer por su incuestionable fundamento evangélico.
Este es, probablemente, el cambio más complicado de todos los que aguardan a la comunidad católica, en particular, a quienes han sido partidarios durante demasiado tiempo de proponer determinadas doctrinas «caiga quien caiga» y que, más fundadas en argumentos de tradición que en el Evangelio, han acabado provocando un rechazo de las mismas y hasta el alejamiento (cuando no, el abandono) de la comunidad cristiana.
Pero este Sínodo Ordinario va a permitir saber, en segundo lugar, qué recorrido le queda al programa reformador de Francisco. Es sabido que el papa Bergoglio ha propuesto anunciar la verdad católica en el marco insuperable de la misericordia. Y es conocida su invitación a acercarse con dichas entrañas a la vida familiar y a la moral sexual. No han faltado las adhesiones entusiastas a esta línea de fondo, en particular por lo que supone de vuelta al Evangelio y de superación de casi cincuenta años presididos por el enfrentamiento con una sociedad relativista que había hecho de las mayorías sociológicas, al decir de sus gestores eclesiales, el criterio primero y único de verdad.
Pero tampoco han faltado quienes no han tardado en desmarcarse públicamente. Es conocido el caso de los cinco cardenales que se niegan a acoger a los divorciados casados civilmente después de «un tiempo penitencial». Como también lo es la recogida de más de medio millón de firmas que han cosechado en una campaña puesta en marcha hace meses. Es cierto, igualmente, que alguno de ellos (el cardenal G. L. Müller, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe) ha reculado recientemente de los primeros posicionamientos numantinos y ha comenzado a centrar la atención no tanto en la defensa de la indisolubilidad del matrimonio católico (algo que nadie ha negado), sino en el aquilatamiento de las condiciones que se han de pedir (y cumplir) en este «tiempo penitencial», previo a una plena incorporación eclesial.
La reciente decisión papal de agilizar los procedimientos de nulidad matrimonial también está provocando críticas como nunca antes se habían escuchado en la Iglesia católica. La novedad de las mismas radica en su procedencia de sectores que, hasta no hace mucho, controlaban la curia vaticana. Y que las formulan cuestionando, una vez más, su idoneidad doctrinal.
El papa Francisco está al tanto de éstas y otras reacciones. Y si bien en bastantes de ellas se atacan sus planteamientos, también es sabedor de que no le faltan adhesiones. Muchas más, por cierto. Quizá, por eso, cuando le son comunicadas unas y otras, pero, sobre todo, cuando se ponen en su conocimiento ciertos movimientos de presión procedentes de la minoría sinodal responde siempre de la misma manera: «Andiamo avanti», es decir, prosigamos con la celebración del Sínodo Ordinario y veamos las propuestas que los obispos quieran presentar, debatir y aprobar tras haber escuchado al pueblo de Dios disperso por todo el mundo.
Estoy convencido de que luego, cuando tenga que ratificarlas, total o parcialmente, tendrá presentes, de manera particular, las fundadas en la «verdad innegociable» de la misericordia, pese a quien pese.