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    "Su versión no resulta creíble"

    Carta abierta a monseñor Juan Barros

    "Siga el maravilloso ejemplo, con el que un día el papa Benedicto XIV sorprendió a la Iglesia Universal"

    Marco Antonio Velásquez 
    30 Oct 2015 - 08:57 CET
    Carta abierta a monseñor Juan Barros
    Contra Barros
    Archivado en: Religión

    Es evidente que ser heredero espiritual de un hombre que se empeñó en formar a sus seguidores con un modelo sacerdotal viciado, ha dejado una impronta difícil de borrar

    (Marco A. Velásquez).- Respetado don Juan Barros: Motivado por la carta que Ud. publicó el 26 de octubre pasado, dirigida a la comunidad cristiana de la diócesis de Osorno, he considerado oportuno escribirle una carta abierta, para expresarle mi opinión personal respecto de la situación que se vive en esa querida Iglesia. Lo hago como un deber de conciencia y porque siendo un católico practicante, estoy consciente que cuando algún miembro del Cuerpo Místico sufre, toda la Iglesia sufre con él.

    Permítame dirigirme a Ud. como lo hacen dos hermanos que comparten una misma fe. Por eso, lo hago con respeto, con honestidad, con convicción y con caridad cristiana. El objetivo de escribirle está implícito en su carta pastoral, donde Ud. plantea la necesidad de discernir: ¿Qué haría Cristo en mi lugar?

    1. La Iglesia es la comunidad conformada por el Pueblo de Dios, es anticipo del Reino presente en el mundo. Ello nos obliga a testimoniar el Evangelio a todos los hombres y mujeres, creyentes y no creyentes, poniendo una atención preferencial por los más débiles, por los pobres, por los desamparados y por los niños. El Pueblo de Dios, como realidad espiritual es guiado por la acción del Espíritu Santo, mientras que como realidad temporal es asistido por la conducción de un pastor. En la historia de la Iglesia este servicio ha sido confiado a los obispos. Al respecto, la primera carta del apóstol Pablo a Timoteo precisa las condiciones que deben reunir quienes aspiran a ser obispos, cuando dice que: «es menester que la conducta del obispo sea irreprensible.» 1 Tim 3, 2.

    2. Sabemos que Ud. fue formado espiritualmente por un sacerdote que se convirtió en el mayor pederasta de la Iglesia chilena, el presbítero Fernando Karadima Fariña. Sus delitos son de larga data y fueron ocultados por la jerarquía de la Iglesia de Santiago. Habiendo transcurrido muchos años de silencio y de dolor, algunas de sus víctimas tomaron la difícil decisión de denunciarlo ante las autoridades de la Iglesia. Sus denuncias no fueron acogidas oportunamente, siendo dilatadas hasta que los delitos prescribieron judicialmente. Esas mismas víctimas han declarado reiteradamente que Ud. fue testigo y cómplice de esos delitos, y han agregado que habiendo sido Ud. secretario personal del cardenal Juan Francisco Fresno, Ud. habría tenido conocimiento de esas denuncias y que habría destruido las cartas que acusaban tan horrendos crímenes.

    3. Sin embargo, Ud. ha señalado en su carta que «Poniendo por testigo a Dios reitero que jamás tuve conocimiento ni imaginé nunca de aquellos repudiables abusos que cometió.» Sin juzgar intensiones, su declaración es completamente contradictoria con los testimonios de las víctimas. De ello se deriva una consecuencia moral indiscutible, cual es que una de las partes falta gravemente a la verdad. Así queda planteado un dilema moral sin respuesta objetiva, como es saber de qué lado está la verdad y de cuál la mentira.

    4. Los hechos son objetivos, por un lado está del testimonio de tres personas abusadas, víctimas de graves delitos, que se han ganado la consideración social por atreverse a denunciar a un hombre poderoso y que consiguieron demostrar la comisión de los delitos. Contra ello está el testimonio suyo, defensivo, proveniente de un ex general de la Vicaría Castrense, de quien se ha dicho que debió salir porque el honor militar era menoscabado con la presencia de alguien que fuera cercano colaborador del padre Karadima.

    También está presente en la memoria ciudadana, el enorme poder desplegado para proteger al acusado en la fase judicial, donde muchos sacerdotes y obispos formados en la Parroquia de El Bosque escribieron extensas cartas para denigrar a las víctimas, respaldar al padre Karadima y desprestigiar a hermanos sacerdotes que reconocieron la existencia de esos delitos. Todas esas cartas tenían una estructura y contenido idéntico de redacción, semejando una defensa corporativa. Cuando la Santa Sede sancionó severamente al acusado, los autores de esas cartas declararon su arrepentimiento, pidieron perdón y reconocieron haber faltado a la verdad. Muchas de esas cartas fueron enviadas a Roma, a la Congregación para la Doctrina de la Fe, bajo juramento. Estos hechos revelan que la mentira ha sido un recurso utilizado entre los sacerdotes y obispos formados por el padre Fernando Karadima.

    En consecuencia, Ud. debe comprender que la credibilidad social se inclina en favor de las víctimas, mientras que su versión de los hechos, al estar reñida con el testimonio de personas victimizadas, no resulta creíble.

    5. He intentado ponerme en su lugar, y concluyo que si me viera involucrado en una situación de descrédito social como la que a Ud. sufre, y estando convencido de la veracidad de mi versión de los hechos, estaría obligado a salvar mi honra, recurriendo a una demanda judicial que permita demostrar mi inocencia. Esto no ha ocurrido en su caso.

    6. Con los argumentos señalados, Ud. comprenderá que existen dudas fundadas respecto de su conducta pasada, situación que tiende una sombra de duda respecto de que su actuación sea irreprensible, como aconseja el apóstol Pablo a Timoteo. Esto compromete su idoneidad moral como obispo y afecta gravemente su legitimidad. Ello porque la legitimidad episcopal no viene dada por el nombramiento del romano pontífice, sino por la conducta de vida exigida a los pastores.

    7. Consistente con ello, considero impropio de un obispo, que debe lealtad al Santo Padre, que se escude en un nombramiento que ha tenido demasiadas ingratitudes para el papa Francisco y que ha dañado, no sólo la vida pastoral de Osorno, sino que ha afectado la credibilidad de la Iglesia chilena y de la Iglesia Universal, poniendo en duda la política de intolerancia al abuso de menores en la Iglesia.

    8. Desde que Ud. asumió como obispo de Osorno, los hechos transcurridos han revelado una dramática división del Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia. No me refiero sólo a los bochornosos acontecimientos ocurridos el día de su entronización o en otros actos litúrgicos posteriores, que no comparto, sino también a la herida lacerante que divide al Pueblo de Dios. Tengo conocimiento cercano que, como consecuencia de su nombramiento, hay familias divididas gravemente en esa Iglesia local. Para graficar la seriedad de ello y para sensibilizar su corazón de cristiano, quiero contarle que he recibido un testimonio desolador en este sentido. Una persona muy herida me cuenta literalmente que «la llegada de este obispo ha causado mucha división, en lo particular con mi familia. Estamos divididos. Mi hermano tiene una hija religiosa de claustro y ya me dijo que somos de lo peor, por la participación en la Organización de Laicos. Mi sobrina me llamó del convento de claustro para solicitarnos que mi hermana y yo no hagamos más protestas contra el Señor Barros y lloró mucho. Está enojadísima. De marzo no podemos visitar el convento como antes lo haciamos. ESTO ES MUY TRISTE. MUY PENOSO. Si el Señor Barros se va, existirá un reencuentro con nuestros familiares.»

    9. Don Juan Barros, Ud. comprenderá que aquí hay un bien infinitamente superior que está gravemente lesionado, como es la unidad de la Iglesia y de la familia. Nadie puede ser indiferente a esta situación, especialmente cuando la causa objetiva dice relación con su permanencia como obispo de Osorno. Como hermanos en la fe, debo decirle que Ud. tiene la obligación moral de recapacitar y tomar conciencia que, lamentablemente, su presencia en la diócesis constituye un doloroso signo de división. Cualquier cristiano honesto, que con su presencia, con razón o sin razón, llegara a provocar tal división eclesial y familiar sería embargado por un profundo sufrimiento, más aún si esa persona ha sido ungida con el ministerio episcopal. Sí, porque la tarea primordial del obispo es asegurar la comunión, convirtiéndose en un signo visible de unidad y de fraternidad. Es evidente que los hechos demuestran lo contrario. En tal sentido, permítame recordarle que el mismo apóstol Pablo, escribiendo a la comunidad de los gálatas, enseña a reconocer los frutos del Espíritu cristiano, como criterio de discernimiento para juzgar nuestros actos. Él dice que: «el Espíritu da frutos de amor, alegría y paz; de paciencia, amabilidad y bondad; de fidelidad, humildad y dominio propio.» (Ga 5, 22-23a). En la actualidad esos frutos no están visibles en esa Iglesia local.

    10. Por otro lado, Ud. refiriéndose en su carta a los abusos del padre Karadima ha dicho que: «Hoy yo mismo me siento en algún grado una víctima más, pues me he visto injustamente envuelto faltándose gravemente a la verdad». Estoy convencido que Ud. efectivamente es también una víctima, pero no de las faltas a la verdad, sino del poder de ese hombre que abusó y manipuló la conciencia de sus discípulos, que les enseñó una manera de ejercer poder eclesial y que les transmitió una espiritualidad gravemente desvirtuada. Es evidente que ser heredero espiritual de un hombre que se empeñó en formar a sus seguidores con un modelo sacerdotal viciado, ha dejado una impronta difícil de borrar. Es por eso que pienso que Ud. es una víctima más de los horrores cometidos por el padre Karadima.

    Existe conciencia de que las víctimas de estos abusadores han debido pasar por una prolongada y compleja terapia, para recuperar su estabilidad emocional y para no replicar conductas similares o autodestructivas. Entonces, parece evidente que la primera prioridad suya es sanar esa carga emocional y valórica, que sin lugar a duda lo ha afectado a Ud. En esa tarea la Iglesia jerárquica tiene una responsabilidad ineludible.

    11. Consecuentemente, Ud. en el fuero interno de su conciencia debe considerar honestamente su inhabilidad, para proceder conforme a lo establecido en el Código de Derecho Canónico, atendiendo a la solicitud de la Iglesia, donde establece que: «Se ruega encarecidamente al Obispo diocesano que presente la renuncia de su oficio si por enfermedad u otra causa grave quedase disminuida su capacidad para desempeñarlo.» (CIC 401 § 2).

    Considerando que el Código de Derecho Canónico contempla expresamente la solución a este delicado problema, Ud. no puede esperar que el Santo Padre resuelva aquello que está en su decisión personal resolver.

    Apreciado monseñor Barros, es evidente que Nuestro Señor Jesucristo está interpelando intensamente a la Iglesia de Osorno. Cómo Ud. lo ha señalado en su carta, Él espera una respuesta a esa interrogante tan incisiva: ¿Qué haría Cristo en mi lugar?

    Para responder honestamente, el apóstol Pablo pareciera exhortarnos como a los filipenses, cuando dice: «No hagáis nada por rivalidad u orgullo, sino con humildad; y considere cada uno a los demás como mejores que él mismo. Que nadie busque su propio bien, sino el bien de los otros.»(Flp 2, 3-4). Y como una lección que no podemos rehuir, pareciera decirnos: «Pensad entre vosotros de la misma manera que Cristo Jesús, el cual: Aunque era de naturaleza divina, no se aferró al hecho de ser igual a Dios, sino que renunció a lo que le era propio y tomó naturaleza de siervo. Nació como un hombre, y al presentarse como hombre se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, hasta la muerte en la cruz.» (Flp 3, 5-8)

    Don Juan Barros, yo lo insto con respeto, para que, siguiendo el ejemplo de Jesucristo, Ud. pueda testimoniar el mayor servicio que un buen pastor desearía hacer, tome la cruz como lo hizo el Hijo de Dios. Siga el maravilloso ejemplo, con el que un día el papa Benedicto XIV sorprendió a la Iglesia Universal, «renunciando a lo que le era propio». Estoy seguro que el Pueblo de Dios sabrá reconocer en ese gesto suyo un acto de nobleza humana y de profunda caridad cristiana. Yo mismo me propongo estar cerca suyo, para manifestarle mi comprensión y acompañamiento fraterno, y orar para que el Señor lo anime y para que María Santísima lo asista.

    Con la esperanza de que la Iglesia de Osorno y Ud. reencuentren la paz y la armonía, lo saluda fraternalmente.

    Fuera Barros
    Protestas en la toma de Juan Barros
    Juan Barros

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    José Manuel Vidal

    Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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