Pero por mucho que se intente imponer Halloween, al día siguiente la radiante luz de Todos los Santos, nos llevará a recordar a nuestros difuntos
(Carmen Bellver).- Una vez más llega la festividad de Todos los Santos. Y el día de todos los difuntos se viste de tétricas máscaras que recuerdan lo tenebroso, el lado oscuro de la vida, pero con la inocentada de un carnaval importado desde hace tiempo y fomentado gracias a las escuelas públicas. Ellas son las que han introducido Halloween en el currículo de inglés pero ampliando su celebración como si fuera una festividad propia que entra en los temas transversales. Y así de esta manera tan inocente, poco a poco, la fiesta se propaga a todos los ámbitos culturales de la sociedad.
Olvidamos a todos los santos, olvidamos el verdadero significado de la víspera de Todos los Santos cuando las iglesias se llenan para orar por los difuntos. Cuando todos recordamos que allí arriba la santidad no se gana en la Plaza de San Pedro, sino en el día a día con el anonimato de esos santos que nos precedieron. La fiesta más bonita del año, porque recuerda a quienes gozan de las bienaventuranzas, allí donde ya no hay pena ni dolor, ni llanto. Donde la contemplación del bien hace dichosas a almas, unidas a Dios por toda la eternidad.
Se ha puesto en práctica una lucha titánica por enfrentarse a Halloween, promocionando los disfraces de santos y ángeles en contrapartida a lo tétrico y tenebroso. Pero mucho me temo que nadie consiga ya superar el lado comercial de esta festividad pagana y oscura. En cualquier caso, ser conscientes de que esta fiesta está relacionada con cultos paganos y que desvirtúa el sentido de la verdadera festividad de Todos los Santos, es apremiante manifestarlo en cualquier lugar.
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