¿Cómo puede un presbítero negar la comunión a un enfermo grave de cáncer porque no ha realizado el rito del matrimonio de la Iglesia, siendo así que es un padre ejemplar y un esposo admirable?
(Ángel Arnaiz, en Eclesalia).- Querido Papa Francisco: existe una norma muy extendida en nuestra Iglesia de que sólo pueden acceder a la comunión eucarística los matrimonios casados por rito eclesiástico del matrimonio.
Pero son millones de personas, hermanos y hermanos nuestros, quienes viven dentro de nuestra Iglesia una vida familiar santa sin haberse «casado por la Iglesia» y por tanto a quienes se les niega el derecho y la oportunidad de fortalecerse mediante el encuentro vivo con Jesús en la comunión. Sobre todo hablo de mi experiencia en medios campesinos latinoamericanos, pero sé que está extendida por países del Norte como Canadá o Estados Unidos y deduzco que se encontrará también en las comunidades católicas africanas y de otros continentes. O sea, que afecta a la Iglesia universal.
Lo más trágico, entiendo yo, de esta norma, es que se discrimina a poblaciones enteras, poblaciones empobrecidas, gentes humildes y sencillas, cristianas y cristianos católicos de toda la vida, sometiéndolas a una neocolonización cultural y religiosa, que les hace sentirse «pecadoras» incluso aunque lleven una vida matrimonial y familiar ejemplares y sean excelentes servidores o servidoras de la Iglesia, además de que les niega el derecho y la oportunidad de alimentarse del Pan de vida que es el propio Jesús. Es como situarles en miembros de la Iglesia de segunda o tercera clase, semimarginados de hecho.
Yo me he encontrado con casos clamorosos que me han hecho levantar un grito, que ya fue publicado en varias revistas electrónicas católicas, y que ahora recupero con más calma, porque confío llegue hasta usted y algo se diga a favor de los pobres del Señor, los anawin, acerca de esta maldita -sí, para mí «maldita»- norma de no poder comulgar porque no ha celebrado el rito del matrimonio católico en su vida, aunque tenga años de vida matrimonial ejemplar, con sus debilidades claro, y de haber criado a sus hijos e hijas de una manera excelente. Casos como estos:
¿Cómo puede un presbítero negar la comunión a un enfermo grave de cáncer porque no ha realizado el rito del matrimonio de la Iglesia, siendo así que es un padre ejemplar y un esposo admirable? ¡Y además es el capellán de un hospital oncológico! ¿Quién le ha colocado ahí y le mantiene en ese delicado puesto?
¿Cómo se puede negar el pan de vida a miles, millones, de campesinos del continente latinoamericano y de todo el mundo porque no tienen ese rito eclesiástico en su haber, siendo así que son padres y madres de familia que aman a sus hijos e hijas y se sacrifican por ellos, y como pareja son maravillosamente humanos?
¿Por qué se condena a matrimonios de emigrantes a quedar fuera de la comunión eucarística porque no tienen sus papeles de bautismo en regla, y no se pueden casar por la ceremonia eclesiástica, porque una guerra infernal, de hace años ya, les hizo que fueran bautizados y tengan problemas con su partida de bautismo que se ha perdido?
¿No puede una doctora, médico, comulgar el cuerpo sacramentado de Jesús cuando cumple llena de amor su trabajo con enfermos y es fiel en su matrimonio, aunque no se haya casado por la iglesia con el rito oficial por los motivos más diversos que pueda haber?
Humillación tras humillación: una vida matrimonial, familiar, tan maravillosa en valores humanos y cristianos -no se desconocen los limitantes también de esta vida, claro- , no es digna de recibir el sacramento del amor de Jesús. No importa que haya un amor entregado, generoso, un amor fiel, sin otras relaciones, un amor permanente, vivido para toda la vida aquí en la tierra, esto es las características del amor matrimonial cristiano verdadero. Así les han tenido durante siglos, colonizados, humillados, marginados, y así se mantienen en lo más profundo quienes quieren ser fieles de la Iglesia. Es más importante celebrar una ceremonia con la iglesia llena de flores, de músicos, de alfombras, de vestidos, de palabras, aunque la consistencia de ese amor ni se conozca. Vale más el rito que la vida probada de cada día.
¿Dónde está el amor compasivo que Jesús proclamó como supremo mandamiento cristiano: Sean compasivos como su Padre celestial es compasivo? ¿Dónde aparece el clamor de los profetas: conocimiento vivo, experimental, de Dios quiero, y no sacrificios (ritos litúrgicos hoy), misericordia en vez de holocaustos (leyes vacías de contenido humano)? ¿Dónde las bienaventuranzas?
Mi esperanza es que con el reflujo del Sínodo sobre la Familia recién finalizado se atienda también a esta norma eclesiástica, que perjudica en lo más hondo y en el día a día a millones de personas en nuestra Iglesia. Y que, a la vez, se transformen las mentes de tantos eclesiásticos que hacen girar la fe en cuestiones secundarias que, como está de la no comunión a quienes no se han casado «por la Iglesia», desvían de la práctica del amor cristiano.
Una palabra suya, querido obispo de Roma Francisco, sobre este asunto nos vendría muy bien a muchos que intentamos que el evangelio de Jesús sea vida entre nosotros.
Con afecto fraterno y cristiano.