No aprenden, no escuchan al Papa Francisco, no quieren entender el espíritu de la reforma
(Gregorio Delgado, catedrático).- No tengo la menor duda. El papa Francisco es consciente de que está instalado en un verdadero avispero. Sabe que liderar la renovación en la Iglesia le va a costar sangre, sudor y lagrimas. Es, sin embargo, el compromiso que asumió y aceptó. Sabe que ha de proceder con toda prudencia.
Sabe también que, en ciertos casos, no es oportuno alertar a tantos intereses (poderes) inconfesables como se dan cita y juegan, desde el primer momento, en permanente defensa, cerrados en sí mismos. El cambio de los procesos matrimoniales -por lo dicho anteriormente- se llevó a cabo en el más absoluto -¡qué ya es decir!- de los secretos. Pilló a todo el mundo fuera de juego. La primera noticia se hizo coincidir con el anuncio y presentación del nueva regulación.
De inmediato, se desataron todos los vientos y arreció la tempestad. Se explicitó -para todo buen entendedor- una oposición radical y firme a la reforma en sí y, sibilinamente, a la persona del papa. Eran los mismos de siempre. Los que todos conocemos. Los que, en su día, ya hablaron, como ahora, de la nulidad como ‘el divorcio católico’, desfigurando, falsificando y manipulando la realidad.
Eran y son los «profetas de calamidades, avezados a anunciar siempre infaustos acontecimientos, como si el fin de los tiempos estuviese inminente», que dijo Juan XXIII. Eran y son los que, en nombre de la tutela del sagrado vínculo matrimonial, se resisten a perder el poder que han venido ostentando y ejerciendo no siempre entendido -ni mucho menos- como servicio a los demás.
Aquella burda maniobra me escandalizó. Conocía la trastienda de ciertos Tribunales canónicos de primera mano. Sabía de cierta doctrina canónica y de sus planteamientos muy activos a favor de causa tan santa. No ignoraba ni lo que se ha llamado con posterioridad como ‘socialización de la inmadurez’, ni la secularización y sus efectos, ni la cultura reinante contraria al compromiso para siempre, ni tampoco que el amor no se entendía como don sino como compromiso meramente afectivo y psicológico.
Ese era el marco real y ese era el contexto ideológico y de vida del que participaba la inmensa mayoría de los que se dicen cristianos y se acercan al altar para contraer matrimonio. ¿Por qué se prescindía de tan evidente realidad? ¿Por qué tanto afán en ‘criminalizar’ a aquellos Jueces que eran más propicios a tener en cuenta el contexto de ideas y circunstancias que configuraban la voluntad matrimonial real de quien pedía la nulidad?
Traté de desmontar tan burda y fingida maniobra con mi libro ¿El divorcio católico? Un sitio a la verdad, Palma 1998, 372 páginas. Pero, lo cierto es que las cosas han seguido discurriendo por similares derroteros hasta este momento. Han sabido mover sus peones. Han copado muchos puestos de Jueces y Defensores del vínculo. Nadie, que haya actuado profesionalmente ante los Tribunales canónicos en España, ignora el talante, las conexiones y las adhesiones de bastantes Jueces eclesiásticos.
No es exagerado afirmar que, en muchos casos, las causas matrimoniales han venido sometiéndose a auténticas tensiones, que sólo han servido para imponer, en muchos casos, la injusticia y la mentira (al menos, formales), para causar un grave dolor a los fieles y para imponer (después de impecables, largos y costosos procesos) soluciones que poco o nada tenían que ver con la voluntad real, concreta y determinada, con la que el fiel se acercó al altar.
La cruzada, perfectamente planificada y orquestada, les llevo a extremos insólitos, que jamás deberían suceder en la Iglesia. Todos sabemos lo que las Alocuciones de Juan Pablo II a la Rota romana (G. Delgado, La nulidad del matrimonio canónico (Alocuciones de Juan Pablo II a la Rota), Valencia 2007, 374 págs.) han significado para el devenir de las causas matrimoniales en los últimos tiempos. Personalmente no tengo la menor duda de que sus redactores trasladaron sus propias opiniones doctrinales (a veces, jurídico-técnicas y hasta de carácter psicológico) a los documentos, a las alocuciones papales. Esto es así y lo es porque se propició intencionadamente.
Todo ese turbio mundo (aferrado al poder, prisionero del sistema romano, que otorga prioridad al mundo exterior) no goza, en mi opinión de autoridad alguna para ahora realizar reserva alguna y para oponerse a la reforma del papa Francisco. Sólo busca servir: gratuidad y celeridad. ¿Acaso les parece mal?
¡Ya era hora! Ya no se ha de acudir necesariamente a la segunda instancia. ¿Para qué o por qué? ¿No les parece suficientemente seguro el juicio coincidente de cuatro sacerdotes, generalmente muy experimentados? En realidad, la segunda instancia (en la inmensa mayoría de los casos) actuaba como resorte para alimentar la desconfianza hacia el Tribunal inferior por el mero hecho de serlo (en muchos casos, acreditaba un grado de competencia superior) y mostrar la superioridad del poder. Y, todo eso ¿qué tenía que ver con el servicio al fiel que, según afirmaban, vivía en permanente adulterio (pecado mortal)? Nada, absolutamente nada. Sin embargo, de todo esto nadie decía nada. Todo estaba bien porque así lo imponía el sistema.
No aprenden, no escuchan al Papa Francisco, no quieren entender el espíritu de la reforma. Ellos a lo suyo. Apegados a la ley, a su interpretación estricta. A las causas ahora en tramitación y cuya sentencia declarativa de la nulidad será posterior al 8 de diciembre, ¿por qué normativa se regirán? ¿Tendrán que ser conocidas de nuevo en segunda instancia o no es necesario acudir a la misma en aplicación de la reciente reforma?
El criterio, a mi entender, es claro. Lo que importa es la persona, el amor y la justicia. ¿Para qué, entonces, el papa Francisco ha llevado a cabo la reforma de las procesos matrimoniales. ¿Dónde radica el problema? En el apego únicamente a la ley, a letra de la ley. El camino es el contrario: la cercanía de Jesús, que se hizo hombre. Lo que importa es ofrecer la respuesta esperada por el fiel sin más aplazamientos innecesarios.
Quiero terminar con unas palabras de Yves Congar con las que me he tropezado por pura casualidad al consultar notas tomadas hace muchos años y que creo que vienen como anillo al dedo a la situación existente respecto de las causas matrimoniales. Son éstas: «La ‘fobia’ hacia lo nuevo no tiene ninguna probabilidad de ser más verdadera que la innovación decidida».