Es oportuno llamar con respeto a los obispos chilenos a no caer en la tentación de victimizarse, porque las verdaderas víctimas son esas personas indefensas abusadas por algunos miembros del clero
(Marco A. Velászquez).- El cardenal Gerhard Müller presidió la Eucaristía con que la CECH dio inicio a la 110ª Asamblea Plenaria. En su homilía aludió a la persecución de los primeros cristianos, resaltando el testimonio de aquella Iglesia perseguida. Y, asumiendo la fiesta de la Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán, llamó a la unidad de la Iglesia.
Luego indicó que «Jesús nunca escribió un libro ni dejó nada físico relacionado con su persona. En cambio, entregó sus enseñanzas a sus discípulos, específicamente a doce hombres comunes y corrientes, y les dijo que evangelizaran a todo el mundo». Continuó indicando que «el Señor no sigue el plan de marketing del mundo con todos sus métodos ruidosos y molestos«.
En otro terreno animó en la esperanza a quienes les preocupa la disminución del número de fieles. Relacionado con ello, dijo que la Iglesia está en una etapa de purificación, diciendo que «al igual que el día en que Jesús derribó las mesas, la purificación es dolorosa e inquietante. Que haga su trabajo. Mantengámonos fieles y no nos desanimemos.»
Las palabras del prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe son reveladoras, tanto como sus declaraciones al diario El Mercurio, donde indicó que no existe oposición al papa Francisco, siendo que él mismo ha liderado aquella corriente.
En su homilía no fue afortunada aquella alusión a los primeros cristianos, porque pareciera comparar a la Iglesia chilena con esa comunidad originaria, que era perseguida por la hostilidad del imperio romano. Cuando la Iglesia chilena ha sido motivo de múltiples escándalos, aquello podría insinuar a una Iglesia victima de la maldad del mundo. Nada más impropio porque las vergüenzas y escándalos de nuestra Iglesia no han sido provocadas por la maldad del mundo, sino por miembros de la propia Iglesia. Nadie mejor que nosotros conocemos tales hechos.
Entonces, es oportuno llamar con respeto a los obispos chilenos a no caer en la tentación de victimizarse, porque las verdaderas víctimas son esas personas indefensas abusadas por algunos miembros del clero y esa enorme cantidad de chilenos y chilenas que siguen desconcertados por el antitestimonio de muchos clérigos.
La llamada a la unidad del cardenal Müller es bienvenida, sobre todo para este Pueblo de Dios que camina en Chile como ovejas sin pastor (Mt 9, 36b). Unidos sí, pero para hacerse cargo de las víctimas, para reconocer con verdadero arrepentimiento y dolor tanto daño provocado, también para conseguir liberarse del apego al poder, al dinero y a no pocos privilegios. Unidos no para defenderse corporativamente de hechos que deben ser sancionados e indemnizados como la justicia manda, ni para tender un manto de silencio y de impunidad.
Jesús llamó no sólo a hombres, también a mujeres. Precisamente fueron ellas quienes expresaron su fidelidad incondicional, mientras ellos dieron muestras de flaqueza. También las mujeres fueron sus discípulas. Por eso, enfatizar la mirada en la condición de género masculino tiene el riesgo de insinuar un Evangelio machista y misógino que no resiste análisis en el siglo XXI. Apóstoles sí, ungidos para servir, porque «el episcopado no es dominio, sino servicio.» (Papa Francisco en la ordenación del obispo Angelo de Donatis, en san Juan de Letrán, 9 de noviembre de 2015).
Y aquella alusión al marketing parece una crítica abierta a tanto cristiano y cristiana que ha acogido la llamada del papa a «hacer lío», no para vanagloriarse de un protagonismo absurdo, sino para levantar una palabra oportuna y recordar que todos los bautizados somos Iglesia, en igualdad de derechos y obligaciones. Ya que la mejor forma de servir de un laicado maduro es, que viviendo en medio de las realidades temporales, estamos en una posición privilegiada para advertir a los pastores acerca de los peligros y contradicciones que ellos no han podido ver.
Cuando el laicado habla es ruido y cuando el clero escandaliza hay silencio. No, ése es el silencio de los sepulcros (Mt 23, 27) que nadie puede permitir. ¿O es que son mejores cristianos aquellos que les rinden pleitesía y les hacen reverencia a sus contradicciones? Si para construir una Iglesia más evangélica es necesario molestar, pueden contar con la conciencia despierta de muchos laicos y laicas para molestar y hacer ruido.
Monseñor Müller, a Ud. no le preocupa el éxodo de católicos que se alejan de nuestras comunidades. Pero al laicado sí nos preocupa mucho que nuestros hijos, nuestros jóvenes, nuestros amigos, nuestros colegas y a veces también nuestras parejas abandonen la Iglesia. Nos duele y nos entristece hasta con angustia. Nos preocupa mucho ver cómo nuestra Iglesia se convierte en un ghetto irrelevante, porque la sal que se nos confió para dar sabor al mundo se vuelve insípida, porque la luz que se nos entregó en el bautismo parece apagarse, y porque esa levadura que nos regaló el Espíritu Santo para esponjar la dureza de la vida no logra fermentar nuestra cultura.
Entonces, don Gerhard nuestra Iglesia no se purifica cuando nuestros hijos, nuestros nietos, nuestros jóvenes; cuando los pobres, cuando los trabajadores, cuando las mujeres, cuando los pecadores irredentos por falta de misericordia abandonan nuestra Iglesia. Nos duele en el alma, porque así ellos van perdiendo la esperanza y nuestra Iglesia se va vaciando de un tesoro humano perdido por la indolencia.
Nuestra fidelidad es ante todo para el Señor y porque no nos desanimamos seguimos clamando, no sólo al cielo, también a nuestros obispos, a nuestros curas y también al papa. No nos desanimamos, al contrario, estamos conciente que hoy más que nunca «ha sonado la hora de los laicos» (Homilía de san Juan Pablo II en la Misa de Cristo Rey al culminar el Jubileo de los Laicos, Roma 2000), porque otra forma de ser Iglesia es posible.