Antonio Aradillas

La Iglesia, conjugación perifrástica

"Santo y legal" mercadeo del templo de Jerusalén

La Iglesia, conjugación perifrástica
Antonio Aradillas, columnista

De los escándalos que día a día entintan los titulares de miserias y de corrupciones los espacios "religiosos" de los medios de comunicación, no somos responsables sus profesionales

(Antonio Aradillas).- Sin necesidad de recurrir a vocabularios apocalípticos y conturbadores, con veracidad y dolor, hemos de reconocer que, lo que se dice Iglesia, está mal. Rematadamente mal. Al menos, tanto o más – , por aquello de «corruptio óptimi, pésima»-, que otras instituciones en las que se enmarca la humana convivencia. Aseveración y diagnóstico tan pesimistas, no excluyen las que se pudieran haber efectuado en otros tiempos de su historia, en los que, a lo más que acontecía era que, razones fácilmente comprensibles impedían, con supremos argumentos vigentes en esta vida y en la otra, su mínima expresión y noticia.

Conste, por tanto, que de los escándalos que día a día entintan los titulares de miserias y de corrupciones los espacios «religiosos» de los medios de comunicación, no somos responsables sus profesionales, sino quienes los protagonizan patrocinan o consienten. Del «santo y legal» mercadeo del templo de Jerusalén «oficiado» por los Sumos Sacerdotes, por teología y vocación estuvo distanciado Jesús, aunque gracias a sus dicterios, reproches y condenaciones, el pueblo de Dios llegó a tener conciencia de que, en su sacrosanto nombre, y en beneficio propio, «ministeriaban» y administraban sus representantes en las fétidas actividades al uso, tapadas e imbuídas de fétidas liturgias, ceremonias e inciensos.

De entre las causas de mayor relieve que puedan explicar el desmadre y desvarío de los hechos noticiosos, que para muchos hoy es, les supone y significa la Iglesia, sugiero las siguientes:

. «Iglesia y Estados Pontificios» no es ecuación mínimamente actual, ejemplar y operativa. Uno y otro término se contradicen, encarnando los defectos esenciales de ambos. Nunca, pero más en nuestro tiempo, el matrimonio de la relación Iglesia- Estado, y menos con la fórmula esperpéntica que justifica el remedo de «Estados» que comporta, debió ser, y es, admisible tanto divina como humanamente. Las consecuencias y «frutos» de tan ignominiosa coyunda así lo delatan.

. En la Iglesia se echan fervorosamente de menos procedimientos democráticos. A la sombra protectora del pomposo y misterioso término de la «teocracia», se han cometido tonterías, irregularidades y hasta herejías, en beneficio de pocos y todas ellas en perjuicio del pueblo. Del nombre del Espíritu Santo se hizo y se hace uso, en ocasiones blasfemo, conscientes de que los intereses personales o de grupos eran los que habían de inspirar y mantener nombramientos, «dignidades», sinecuras y cargos.

. La ausencia de la mujer en la Iglesia, por constitución y en conformidad con el Código de Derecho Canónico, en las más altas actividades y responsabilidades cívico-eclesiásticas, sin superar el grado de «acólitas» y «serviciarias», es factor primordial en el desolador diagnóstico del que hoy es merecedora la institución de la que se dice que fue fundador Jesús, eligiendo solo a hombres como sus continuadores jerarcas. Por lo que no será preciso adscribirle la intitulación de «reformable», hay que subrayar que de una Iglesia «a-mujeriada» y antifeminista como la católica, apostólica y romana, sin «pastoras, obispas y papisas», y sin conciencia de la necesidad de su presencia en todos sus organismos, es obligado dudar que tiene asegurado su futuro, basado en palabras tales como las de que «las puertas del infierno no prevalecerán contra ella», interpretadas con poca Biblia y excesiva eclesiología. El machismo bíblico es pernicioso. Es pecado de lesa humanidad.

. La teología del laicado se halla en balbucientes mantillas, dándose la impresión de que se sigue haciendo, y consintiendo así, por motivos de estricta competencia clerical, con quienes, por el hecho de su vocación y ministerio, fueron, y serán, los únicos «letrados», incapacitado el resto del pueblo de Dios -ellos y más, ellas- para algún día ser reconocidas como no pertenecientes al gremio de los «ilstrados/as».

. . El concepto de autoridad y jerarquía al que se le rinde culto en la Iglesia, por definición y praxis, es objetivamente pagano. Del mismo se ausenta con frecuencia la capacidad de servicio que iguala o supera los límites del ejercicio de la autoridad en los ámbitos de la política, de la empresa, de la cultura, de la filosofía y de la teología.

. A la Iglesia se sobran ceremonias y ritos. Su liturgia es palabra y signo ya fenecidos e ininterpretables para sus «clientes» y adeptos. La Iglesia ni es pobre, ni es de los pobres. aunque de vez en vez , y tímidamente, sus jerarcas, la mayoría palaciegos, se atrevan a predicar sin sonrojo determinados mensajes cristianos.

. El temor, el infierno, la cruz el dolor, la tristeza, la resignación, la obediencia «ciega», el «mundo, el demonio y la carne», los pecados… son conceptos catequéticos que reclaman renovación urgente y profunda y ser sustituidos por tantos otros, además de prestamente «evangelizados». generadores de salvación, libertad, alegría, esperanza y, en definitiva, de común unión, que es síntesis veraz y segura de Iglesia, y núcleo del mensaje y ejemplo de Jesús, identificados con la «buena noticia» del evangelio.

Me limité aquí a destacar, entre tantos, algunos de los afluentes del río de la salvación, que de por sí es y define a la Iglesia, y cuyas aguas lustrales contribuirán a limpiar su faz y su imagen, de tantas y tan graves acusaciones como reflejan los medios de comunicación, siempre con la esperanza liberadora de su renovación y reforma «franciscanas».

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Autor

Jesús Bastante

Escritor, periodista y maratoniano. Es subdirector de Religión Digital.

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