Si saqueamos las materias primas de los pobres para nuestro consumismo desaforado, la desesperación les conduce hasta nuestros felpudos
(Gabriel M. Otalora).- La xenofobia o miedo al diferente del que viene huyendo de las guerras y de las miserias humanas más horrorosas va a salir reforzada con la monstruosidad ocurrida en París. Por eso mismo, es necesario reflexionar en cristiano acudiendo a la raíz, haciendo preguntas que exigen respuestas que algunos nos quieren hurtar, y más concretamente, el de por qué llegan semejantes oleadas de cientos de miles huyendo del hambre, de los pogromos y las guerras. A esta pregunta directa le añado la del por qué de estos atentados aterradores contra la población indefensa, que solo buscan materializar un enorme odio desestabilizador a más no poder.
Cundo la pobreza se globaliza y sus causas no son naturales sino fruto de una calculada mal distribución de la riqueza, como demuestran al menos las conclusiones de los premios Nobel de Economía Amartya Sen (1998) y Angus Deaton (2015), y existen soluciones estructurales eficaces y posibles de aplicar, según otro Nobel de Economía (1881) llamado James Tobin, el problema si se ningunea sistemáticamente, tiene responsables más allá de los terroristas causantes directos de tanto dolor y horror.
La pobreza es una forma de esclavitud cuando existe la incapacidad en seres humanos para satisfacer sus necesidades más básicas, de nutrición, salud o vivienda, o educación, participación social y desarrollo. Sin la creación de las condiciones para que cada individuo pueda acceder a la libertad de disponer de su vida al menos a nivel de su propia subsistencia, los países pobres tienen vedado el espacio para crear políticas que fomenten su propia producción de alimentación. Para esto es preciso modificar las políticas impuestas sobre el control de las materias primas como si fueran un arma arrojadiza más de poder económico.
Por culpa de la especulación que ha convertido a la alimentación en una inversión especulativa más, los precios son altos y fluctúan por intereses financieros, no necesariamente económicos. Estamos en un sector para nada liberalizado, más bien sobreprotegido, subvencionado y manipulado en el sentido de que no hay un mercado realmente libre para los productos del Tercer Mundo en manos de esos inversores especulativos transnacionales que impiden con su codicia mercados libres a los que acceder los países más necesitados.
En otras palabras, el desarrollo debe conjugar eficiencia económica, equidad social y la preservación medioambiental tomando en serio a la economía como ciencia social. Solo así se logra una visión universal e integral, que se reafirme en la necesidad de límites al crecimiento insostenible pensando en el verdadero desarrollo de los seres humanos. Pero este tipo de cosas, han sido ninguneadas en los grandes foros de los gurús de la economía, una y otra vez, imponiendo sátrapas en los países a esquilmar.
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