Sus causas son numerosas y complejas, ya que, además de las ideológicas y políticas, van unidas a aberrantes concepciones que se llaman religiosas
(Carlos Osoro, arzobispo de Madrid).- Hemos vivido estos días pasados la dramática presencia del terrorismo. Con su acción criminal, ha amenazado y puesto a toda la humanidad, en todas las latitudes de la tierra, en un estado de gran ansiedad e inseguridad.
París, la capital de Francia, ha sido el lugar donde ha tenido esta vez su manifestación, muriendo muchas personas y dejando a otras muchas llenas de dolor. Es tremenda la situación en la que el terrorismo organizado a escala mundial está poniendo a toda la humanidad. Sus causas son numerosas y complejas, ya que, además de las ideológicas y políticas, van unidas a aberrantes concepciones que se llaman religiosas.
Para nosotros los cristianos, el terrorismo, que no duda en atacar a personas sin ninguna distinción o en imponer chantajes inhumanos que provocan el pánico y obligan a menudo a grupos a favorecer sus planes, no tiene justificación ninguna. Nosotros nos llamamos el «pueblo de la vida» y, por ello, ninguna circunstancia justifica esta actividad criminal, que llena de infamia a quien la realiza y que, siendo siempre deplorable, lo es aún más cuando se apoya en una religión; pues rebaja la verdad de Dios y la reduce a la propia ceguera y a la perversión moral de quienes realizan esta actividad criminal.
Siempre que hacemos memoria de la Iglesia, de este pueblo de la vida, hemos de recordar aquellas palabras del apóstol San Pedro: «pero vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz» (1 P 2, 9). Del que os llamó de la muerte a la vida, para dar siempre vida a este mundo. Hay que anunciar las alabanzas de Dios y, entre ellas, está la alabanza a la vida. Somos el pueblo de la vida y para la vida. Se nos ha de ver y distinguir siempre como un pueblo que es promotor de la vida. Hemos sido llamados a promover la vida.
La paz está en peligro cuando el terrorismo intenta organizarnos con sus amenazas. El Papa san Juan Pablo II decía que «quien mata con atentados terroristas cultiva sentimientos de desprecio hacia la humanidad, manifestando desesperación ante la vida y el futuro; desde esta perspectiva, se puede odiar y destruir todo». Es terrible querer estar en este mundo imponiendo a los demás la destrucción y teniendo como arma el odio. ¡Qué sociedades y qué pueblos y naciones podemos hacer imponiendo a otros con violencia lo que se considera como verdad! Lo que se hace cuando actuamos así es violar la dignidad del ser humano y ultrajar a Dios, pues el hombre es imagen de Dios.
El mandato de «no matar» es el punto de partida de un camino de verdadera libertad. Defendamos la vida siempre, tenemos razones suficientes para hacerlo: somos imagen de Dios y somos para la vida y no para la muerte, somos para construirnos y no para destruirnos, somos para ser creadores de la cultura del encuentro y no de la cultura del descarte. Tengamos siempre presente y ante nuestra conciencia aquel mandato del Señor: «No matarás», así como la pregunta «¿Dónde está tu hermano?». Este mandato y esta pregunta son el punto de partida del camino de verdadera libertad.
Quien nos creó, nos confió la vida del hombre. Nos señaló en el acto mismo de la creación que no podíamos disponer de un modo arbitrario y a nuestro antojo, o según la moda del momento, de la vida. Hay que administrar la vida y custodiarla con sabiduría y con la misma fidelidad con la que el mismo Creador la hizo y la cuida. Dios nos ha confiado la vida de cada ser humano, de tal manera que siempre se dé en nosotros, con respecto al otro, ese darlo todo por él y recibirle siempre a él; en definitiva, se trata del don de sí mismo y de la acogida del otro.
Jesucristo nos ha dicho con su propia existencia hasta dónde llega esto y hasta dónde nos ha llamado para anunciar la vida, entregándonos con su Espíritu la fuerza necesaria para vivir como Él, ofreciendo el don de sí mismo y la acogida del otro, de tal manera que en nuestra vida se tiene que manifestar el Amor del Señor. Somos testigos de un amor que promueve, cuida y entrega la vida.
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*Con motivo de los atentados terroristas de París, a las 20:00 horas de esta tarde, la catedral de Santa María la Real de la Almudena acoge una Eucaristía «para pedir al Dios de la vida y de la paz por el eterno descanso de las personas fallecidas, la pronta recuperación de los heridos, el fin de los actos fratricidas, la conversión de los asesinos, el cese de la violencia y el odio, para que la paz y la justicia se hagan presentes en todos los lugares de la tierra», como explicaba el arzobispo de Madrid, monseñor Carlos Osoro, en un mensaje hecho público el pasado sábado.
El prelado presidirá la Misa, que será concelebrada por el nuncio de Su Santidad, monseñor Renzo Fratini. Asistirán representantes de la sociedad civil, del cuerpo diplomático, y de las distintas Iglesias y comunidades eclesiales presentes en Madrid, así como todas aquellas personas que quieran sumarse a la celebración. «La archidiócesis de Madrid se siente fraternalmente solidaria con sus víctimas y con el inmenso sufrimiento de sus familiares y de toda la nación francesa. Condenamos el uso blasfemo de Dios como excusa para la barbarie y convocamos a la comunidad católica y a cuantos quieran unirse a la celebración de la Eucaristía», remarcó el arzobispo el sábado.