Yo sigo queriendo una iglesia buena samaritana, abierta, comprensiva, colaboradora en las mejores causas, servidora de la humanidad y que no reclama privilegios para sí misma
(Javier Pagola, en Diario de Noticias de Navarra).- También a mí me hace daño el mal trato a un símbolo religioso importante. Pero yo no usaré superlativos, ni acudiré a actos de desagravios, ni solicitaré que se abran causas por delito penal, ni advertiré a nadie de exclusión.
Más bien reflexionaré sobre qué comportamiento tenemos algunos laicos y qué cosas no hacen bien la iglesia y sus autoridades.
Defiendo la libertad de expresión pero discrepo de confundirla con una actividad que me parece zafia y calculada y que no beneficia a la convivencia. Ya sé que el arte no tiene por qué coincidir con el buen gusto. He leído, por ejemplo, la sugerente Historia de la fealdad de Umberto Eco. Yo más bien pienso que el arte debe provocar, sí, pero además aportar intensidad y abrirnos a modos nuevos de ver, sentir y actuar.
Reconozco en este asunto el oportuno saber estar y decir de nuestro alcalde Asiron, que tiene todo mi reconocimiento.
Hablando también de libertad de expresión, pediría que nuestros periódicos digitales diarios pidan, como hacen los impresos, que quienes escriben en sus secciones de opinión se identifiquen con nombre y apellidos y no se escondan en seudónimos en una retahíla, a veces redundante y acaparada por los mismos, que aporta poca propuesta y destila a menudo pura intolerancia. ¿Me llamarán censor por pedir eso?
Y me vienen a pelo, en este tiempo de negación de derechos humanos a refugiados y emigrantes y de estigmatización de mahometanos, una recientes palabras del fronterizo Santiago Agrelo, franciscano y arzobispo de Tánger: «Son muchos los hombres y mujeres que se consideran cristianos y que estarían dispuestos a pelearse hasta ofender, hasta perseguir, puede que hasta a odiar, por la precisión en la formulación de una doctrina y que, sin embargo, miran con indiferencia y pasan de largo ante el hermano que yace medio muerto en el camino a donde van».
Yo sigo queriendo una iglesia buena samaritana, abierta, comprensiva, colaboradora en las mejores causas, servidora de la humanidad y que no reclama privilegios para sí misma.