El hilo conductor de estos capítulos es la necesidad de un nuevo corazón: misericordioso y compasivo
Juan Jáuregui nos ofrece con este nuevo libro de la editorial CCS, un estupendo material para reflexionar y profundizar durante este año jubilar en el tema de la «Misericordia» que nos propone el Papa Francisco con la Bula «Misericordiae vultus».
Catorce capítulos, desde los salmos del Antiguo Testamento hasta las páginas del Evangelio para hacer revivir en nosotros y en nuestras comunidades la misericordia.
Acompañan a cada capítulo unos cantos específicos para orar y celebrar la misericordia de Dios con nosotros.
El hilo conductor de estos capítulos es la necesidad de un nuevo corazón: misericordioso y compasivo.
Y el corazón nuevo que realmente necesitamos es un corazón que sea de veras corazón, un corazón tejido de ternura y benevolencia, un corazón grande y sensible, un corazón misericordioso. O sea, un corazón parecido al corazón de Dios.
La misericordia es lo que define a Dios. Cuando Moisés quiere conocer su gloria, es decir, su intimidad, su realidad más profunda, y le pregunta por su nombre, recibe esta respuesta: «Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad» (Ex 34, 5-7).
Misericordioso y compasivo
Palabras tomadas de los sentimientos y gestos maternales.
Dios tiene entrañas maternales. Siente como una madre cuando lleva a su hijo dentro. Dios se conmueve por sus hijos hasta la pasión y la ternura. Es como la madre que ve al niño en el suelo y lo levanta y lo estrecha contra su pecho.
Esta misericordia de Dios se manifestó definitivamente en Jesucristo, a quien se le conmovían fácilmente las entrañas: ante el enfermo, ante el hambriento, ante el pecador, ante todo el que sufría.
¿Qué se nos pide en este Año de la Misericordia? Solamente una cosa, que nuestro corazón sea misericordioso, que nuestro corazón rebose de misericordia, que prolonguemos y acerquemos la infinita misericordia de Dios, reflejada en Jesucristo.
¿Eso es poca cosa? Eso es lo más grande que podemos hacer durante este año. Lo más hermoso y lo más necesario. Porque vivimos en un mundo carente de misericordia.
Un mundo sin misericordia. Un mundo duro, frío, competitivo; un mundo que crea soledad, que divide y enfrenta a los hombres; un mundo deshumanizado, sin entrañas, sin corazón. «La enfermedad que padece el mundo, la enfermedad principal del hombre, no es la pobreza o la guerra, es la falta de amor, la esclerosis del corazón» (M. Teresa). O sea, que tiene el corazón necrosado, un corazón de piedra.
En este mundo nuestro no hay misericordia para los vencidos, que son millones; para los débiles, los pobres, los viejos, los enfermos y minusválidos y todos los fracasados.
La sociedad moderna segrega marginación y sufrimiento, que luego con
frecuencia ignora y olvida. Los nuevos pobres de la sociedad moderna: ancianos solitarios, enfermos terminales, niños sin familia, madres abandonadas, delincuentes, drogadictos, alcohólicos y tantos otros.
Nuestro mundo chirría. Somos más rivales que fraternales, más egoístas que solidarios, más injustos y belicosos que compasivos. Y la gente está nerviosa, agresiva, insatisfecha. Tenemos muchas cosas, pero falta «la cosa», el toque del Espíritu, la unción de la misericordia.
Por eso «la Iglesia debe considerar como uno de sus deberes principales en cada etapa de la historia, y especialmente en este Año, el de proclamar e introducir en la vida el misterio de la misericordia, revelado en sumo grado en Cristo Jesús» (Dives in misericordia, 14).
Esto es lo principal. Esta es nuestra misión, no sólo primaria, sino fundante y determinante. Podemos hacer otras muchas cosas. Podremos y deberemos orar, enseñar, evangelizar. Podremos y deberemos celebrar la eucaristía, ayunar y leer la Biblia. Pero si todo esto no lleva el sello de la misericordia, si no nace y se alimenta de la misericordia, si no se reviste y se baña de amor, todo será irrelevante y vacío.
Sea, pues, este Año un año rico en misericordia, rebosante de misericordia. ¿Qué entendemos por misericordia? El poner el corazón junto a la miseria, el inclinarse sobre las llagas del hermano, el ofrecer nuestra ternura y nuestra ayuda al que lo necesita, el rescatar de la opresión a quien la sufre. Es la actitud fundamental de la persona que se acerca al sufrimiento ajeno y lo comparte, lo interioriza y lo erradica, si puede.
Esfuérzate este Año por ver dónde hay alguna miseria, para poner allí corriendo el corazón. A ver si aprendemos de una vez «lo que significa aquello de: «Misericordia quiero, y no sacrificio» (Mt 9, 13; Os 6, 6).