Justamente detrás de ella había dos sillas vacías. Nos sentamos allí, muy cerca, casi podíamos tocarla. Se le apreciaban unos pies hinchados y vendados, que desbordaban las raídas sandalias
(José Luis Ferrando).- Una gran noticia y una gran alegría: la canonización de la madre Teresa. Mi mujer y un servidor, tuvimos la gracia de colaborar con ella en uno de sus proyectos en el verano de 1996. Para nosotros era un sueño, que finalmente, a pesar de muchas dificultades, pudimos realizar. Una larga espera en el aeropuerto de Londres, y, después unas horas de vuelo, aterrizamos en la ciudad de Calcuta. Llegamos al amanecer. Un taxi nos condujo, desde el aeropuerto hasta el precario hotel, que se encontraba enfrente de la Casa Madre. Ese trayecto nos enfrentó, por primera vez a la caótica y terrible Calcuta. Hubiéramos dado media vuelta.
Esa misma tarde, cruzamos la calle para encontrarnos con las hermanas y ponernos a su disposición. En la puerta del convento leímos: «Mother Teresa in». Después de un breve diálogo con la hermana responsable de los voluntarios, nos invitó a la oración de Vísperas. Subimos al primer piso, y entramos en una gran sala, con un altar al fondo y unos cuadros.
Todo muy sencillo y sobrio. Eramos más de doscientas personas de distintas edades, se adivinaban muchas razas, nacionalidades y religiones. Un grupo muy numeroso de hermanas con su hábito-sari, muy jóvenes y esbeltas, ofrecían un paisaje más homogéneo. Y, delante de nuestros ojos, Madre Teresa, arrodillada.
Justamente detrás de ella había dos sillas vacías. Nos sentamos allí, muy cerca, casi podíamos tocarla. Se le apreciaban unos pies hinchados y vendados, que desbordaban las raídas sandalias. Una hermana joven sentada a su lado la invitaba cariñosamente de vez en cuando, a sentarse. Ella se resistía, pero al final lo aceptaba. Esa tarde fue maravillosa para nosotros. Tuvimos la sensación compartida de ser unos privilegiados.
Al día siguiente, para desayunar, después de la oración, las hermanas nos ofrecían a los voluntarios una taza de té, un trozo de pan y un platanito muy nutritivo. Y, después de unos veinte minutos a pie, atravesando un enjambre de vías de tren, donde cuervos y personas pugnaban por las basuras, llegábamos al tajo: Prem-Damm, el proyecto donde nos destinaron.
Impresionante y terrible. Eran unos hangares, que habían pertenecido a una industria farmacéutica, y que por cuestiones de salubridad, los habían abandonado y cedido a la madre Teresa. Allí, con una imagen de Cristo crucificado con el rótulo «Tengo sed» nos encontramos con los abandonados y descartados de esa sociedad. Una zona de hombres y otra de mujeres, discapacitados físicos y psíquicos.
La primera tarea, deshacer las camas, lavar las sábanas, ventilar colchones. Y, al mismo tiempo, lavarles a ellos. Aquellos hangares desprendían un hedor insoportable, debido a la incontinencia generalizada de los inquilinos. Un auténtico apocalipsis. Sin embargo, los voluntarios, acudíamos con ilusión cada mañana. Era un milagro. Humanamente para echar a correr.
A mitad de la mañana la operación limpieza estaba terminada. Sacábamos a los que podían más o menos moverse al exterior. Otras en sus camas ya limpias, nos comunicábamos precariamente con ellos, ya que sólo hablaban hindi, aunque la mejor comunicación era la caricia y la sonrisa. Les tomábamos de la mano y nos palpaban, algunos ciegos, y nos reconocían por la cadena con la cruz. Luego venía la comida. un cazo de arroz blanco para cada uno, con un poco de salsa a base de verduras. Los que tenían que tomar medicación un huevo duro.
Y, diariamente, teníamos dos colas. Una era la de atención médica; y la otra, con centenares de comensales, que con sus cazos acudían a por el arroz diario y un poco de salsa. Era la única comida de la mayoría de esa gente. Son muchos los recuerdos y las vivencias, que se agolpan al recordar aquella gratificante experiencia. No es una historia de heroismo, sino de gracia de Dios, que nos removió nuestras raíces a muchos niveles. de ese viaje no se vuelve indemne. Y, gracias a Madre Teresa.
Otro de sus proyectos en Calcuta era Shisu Bhavan, dedicado especialmente a los niños. Casi todos los niños que reciben allí son débiles y enfermos. Algunos ciegos. cargas pesadas para sus familiares que injustamente les abandonan. Finalmente, Khalighat, junto al templo de la diosa Kali. Es el lugar donde los sin techo mueren en paz. La mayoría muere con dignidad, teniendo una mano cálida y una sonrisa que los acompaña en el tránsito.
En varias ocasiones pudimos encontrarnos los dos solos con la madre Teresa. En la primera nos cogió de la mano. Nos preguntó por nuestros nombres y nos dijo en su perfecto inglés «Pray always toghether». Inolvidable. Su voz nos ha acompañado durante toda nuestra vida de matrimonio.
Observándola de cerca, se le notaba una mujer de mucho carácter, dura y recia. De una espiritualidad y teología vetusta, hija en este campo de su tiempo y formación. Ella sabía muy bien, que en el último día, no se nos juzgará por lo que sabemos, sino por lo que hemos amado. Por eso, ese amor inmenso, lo traducía en una cercanía misericordiosa a cada rostro. Un ser humano sufriente era para ella la mejor oportunidad de ver el amor de Dios. Desde esa sencilla teología y fecunda espiritualidad descubrió la gran intuición de su vida: vio a Jesucristo en cada pobre.
Hoy, las Misioneras de la Caridad están en la India, en medio de la enorme pobreza de este país emergente; en los países más deprimidos del mundo y en las grandes urbes de los países ricos, acercándose a las bolsas de pobreza y miseria. Su tarea es la primera línea: enfermos de lepra y sida, niños de la calle, gente sin techo…Una santidad merecida.