Los seres humanos estamos unos vertidos en los otros
(Hugo Cain Gudiel sj).- Introducción. En la semana del 17 al 21 de agosto del año 2015, trece miembros e invitados de la Comisión Teológica de la Conferencia de Provinciales Jesuitas de América Latina (CPAL), realizaron su reunión anual en Paraguay. Entre los invitados extraordinarios de la provincia paraguaya destacamos la valiosa participación de J.L. Caravias, durante toda la semana, y la de Bartomeu Meliá el jueves por la mañana. El encuentro se realizó en el Centro de Espiritualidad Santos Mártires, ubicado en la ciudad de Limpio a unos 22 kilómetros de la capital del país.
Desde el año 2014 la Comisión Teológica viene trabajando en las ponencias y el debate teológico, el tema sobre El discernimiento del paso de Dios hoy en América Latina. Pero para el 2015 lo precisamos un poco más por El discernimiento del paso de Dios en la historia de cada una de nuestras realidades nacionales. De ahí la necesidad de preguntarse: ¿cómo discernir hoy el paso de Dios en América Latina, concretamente desde cada una de las realidades nacionales donde vivimos? ¿Cuáles son las trabas que encontramos de ese paso de Dios en cada una de las realidades en que vivimos?
Las ponencias principales giraron en torno al discernimiento del paso de Dios por la realidad venezolana, y sobre la reconciliación y la misericordia en la situación colombiana. Las comunicaciones, en cambio, centraron su interés en diversas temáticas, comenzando por la cuestión del lugar teológico, siguiendo por lo clásico religioso, los frutos de una alianza con aquellos que no cuentan, el Cristo crucificado y el pueblo crucificado y terminamos con el mundo Latino en Estados Unidos y la espiritualidad popular.
A continuación destaco lo central de las ponencias más significativas que marcaron el tono y el ritmo de la reunión.
Discernimiento de la situación de Venezuela: Pedro Trigo
El teólogo Pedro Trigo fue el primero en presentar su trabajo sobre el «Discernimiento histórico de la situación actual de Venezuela».
Esta ponencia se divide en tres partes íntimamente relacionadas. Ante todo se plantea la pregunta: cómo vivimos la situación en Venezuela hoy, continua con el discernimiento cristiano de nuestra situación hoy, y finalmente responde a la cuestión ¿por dónde pasa Dios en Venezuela hoy? Comencemos con la primera cuestión.
Cómo vivimos la situación en Venezuela hoy
Esta primera parte de la ponencia, la más extensa, pretende ser una fenomenología que describe cómo viven hoy esa situación los venezolanos. El sentido de comenzar por ahí radica en considerar que el sistema es fundamentalmente una creación humana con su propia lógica. Se comienza poniendo de relieve cómo les afecta y, sobre todo, qué uso hacen de su libertad los venezolanos en esas condiciones (cfr. DHV 1).
Anormalidad y cotidianidad
En primer lugar, Pedro Trigo constata, entre otras cosas, que la situación vivida por la mayoría de la población venezolana (al menos un setenta por ciento), está crecientemente elementarizada porque cada día escasean más los elementos para vivir: alimentos, medicinas, seguridad, trabajo, libertad, etc. (cfr. DHV 2).
Esta situación anormal por la crisis económica, por la discrecionalidad y opacidad del Estado, por la falta de cohesión social y por la impunidad reinante, empuja a muchos venezolanos vivir en trance. Viven así los que están en el gobierno, los que viven adversándolo y los que no pertenecen a ningún bando. Sin embargo, también hay personas que viven y conservan la cotidianidad. Es decir, hay venezolanos que en un «tono vital remansado» superan trabajosamente, las dificultades de la anormalidad, analizan constantemente la complejidad de la realidad y conservan su autonomía, la razonabilidad y su dignidad de personas. Ellos han optado por «vivir la guerra en paz». Quieren ser consecuentes con la misma realidad. Vivir en trance no es el camino para ellos, quieren recuperar la cotidianidad perdida para dar lugar a la razonabilidad y a la libertad liberada (cfr. DHV 2-4).
Vivir aprovechándose de la situación
Ahora bien, en segundo lugar, una parte considerable de la población venezolana vive hoy esa misma realidad aprovechándosela. Esto ha sido posible no por lo que proponía el socialismo clásico sino gracias al «socialismo rentista». En Venezuela la «renta petrolera daba, casi, para satisfacer las necesidades de todos. Lo fundamental era la redistribución de la renta y de eso se encargaba el Estado, que la recibía directamente» (DHV 4).
Esta dinámica llevó al despilfarro y a la no fiscalización del dinero que el Estado distribuía a distintos sectores. Aunque lo que en definitiva buscaba, era «afianzar la lealtad de los beneficiarios». Este grupo vive sin trabajar o trabajando no productivamente, se ha acostumbrado a «vivirle al gobierno», a depender de él, «con el ejercicio de la seudopolítica que lleva aparejado» (DHV 4).
También los importadores, los altos funcionarios de gobierno, los empresarios del régimen, los banqueros, los dueños de hoteles o restaurantes de lujo se aprovechan de esta situación. Esta minoría de la sociedad desconoce la crisis y los personeros de gobierno llevan una doble vida. El caso más grave se manifiesta en los administradores de la justicia, en los diputados que no estudian y solo obedecen las directrices del gobierno. El problema antropológico de fondo es que estos son «hombres de papel» (DHV 5).
Cosa similar sucede con muchos agentes del orden y la justicia, íntimamente relacionados con la extorsión y la delincuencia. Otro cuantioso grupo, sobre todo jóvenes y adolescentes, se dedica a la extorsión y al asalto. También hay comerciantes que decidieron aprovecharse de la situación vendiendo o revendiendo mucho más caro los productos (cfr. DHV 6).
Los que apoyan el proceso
Ante todo, están muchos luchadores de izquierda que apoyan el proceso de un modo desengañado, pero que no tienen otro proceso como opción. Por eso no confiesan el fracaso del sistema en sus distintas dimensiones. Estando así las cosas, «apoyar al proceso es apoyar su ilusión, aunque se tenga conciencia, más o menos clara y distinta, de que no es más que una ilusión» (DHV 6).
En este mismo sentido, no poca gente popular, que había sido encantada por Chávez y se le había adherido, se dio cuenta de su populismo y que no había un cambio cualitativo en el país. Sin embargo, estas personas no quieren declararse desengañadas y por eso siguen en el proceso. Pero además estos siguen así porque no ven otra alternativa y esto lo ven razonable. De ahí que esta gente popular no piensa en volver atrás (cfr. DHV 6-7).
Hay también personas de todas las clases sociales que apoyan al gobierno porque les parece mejor o menos malo a lo que hubo en los últimos treinta años anteriores. Estos no se aprovechan del gobierno y lo defienden por convicción. Entre ellos no pocos son cristianos, y además hay gente popular que da lo mejor de sí por esa causa. Aquí también hay que reconocer que no todo en el gobierno es malo y que hay funcionarios honestos que dan lo mejor de sí y que no son corruptos. «Y por eso pueden vivir orgullosos de su desempeño y caminar con la cabeza bien alta» (DHV 7).
Hay además personas en el medio popular que apoyan al gobierno, pero también universitarios, porque el gobierno los apoya a ellos. Estos son luchadores populares que antes lo hacían todo contracorriente, pero cuando llegó Chávez al poder les apoyó. A juicio de Trigo, este apoyo «tiene sentido» (DHV 8).
Eludir la situación y vivir como opositor
Por otro lado, están, en primer lugar, aquellos venezolanos que viven eludiendo la situación. Viven, efectivamente, «como si no vivieran en este país», llevan una existencia con un cierto orden y satisfacción. Pero en realidad no es una vida con calidad humana. Son personas que «han eludido la responsabilidad con la historia y con el hermano, y lo que queda será siempre una existencia irresponsable». Podrán sentir satisfacción pero nunca verdadera alegría, que implica un salir de sí (DHV 8).
En segundo lugar, están los que viven como opositores. Esto se refiere concretamente a aquellos venezolanos que se la pasan adjetivando o «echando pestes del gobierno y echando la culpa de todo lo que pasa en el país» (DHV 8). Son personas que se dedican a «desdecir todo lo que el gobierno dice y a deshacer, al menos verbalmente, todo lo que el gobierno hace». Son la contracara, el negativo del gobierno, terminan definiéndose como «anti», como «contras». Son personas enfermas que hay ayudar a sanar (DHV 9).
En tercer lugar, están los políticos de oposición. Estos no tienen ninguna legitimidad porque no son capaces de ofrecer nada concreto a los ciudadanos. Otros políticos están aferrados al pasado preparando su turno en vez de crear una alternativa. Ellos no han aceptado ni aprendido nada positivo de la era Chávez, por eso el pueblo nunca los va a votar. Otro grupo de la oposición pretende que Venezuela entre en el concierto de las naciones desarrolladas y por eso buscan apoyo fuera del país, sobre todo en los políticos conservadores. Son personas que no han percibido la situación crítica mundial que produce excluidos, desigualdad y crisis ecológica (DHV 9).
A esto hay que sumar que, frente a la seudodemocracia venezolana, las llamadas democracias occidentales en realidad no son tales porque quienes en definitiva gobiernan son los grandes financistas y las corporaciones globalizadas. Por eso «no ganamos mucho transitando del chavismo a las democracias neoliberales». Sea como fuere «entre los políticos de oposición también hay una diferencia abisman en cuanto a los métodos» (DHV 10).
1.1.5. Vivir alternativamente ya
En medio de este ambiente crítico, cabe destacar que también hay venezolanos que creen que «otro mundo es posible», y que lo pueden construir. Son personas que se empeñan sobre todo en «vivir alternativamente ya». Esto significa que viven más allá del círculo de la «producción y el consumo». Y lo hacen, ante todo, porque «no confunden la productividad con la rentabilidad y tratan de que su trabajo genere utilidad social y creatividad solidaria». Además, porque «viven con libertad liberada y no consumen sino lo necesario» porque no tienen necesidad. Y no la tienen porque se han centrado en desarrollar otras dimensiones, sobre todo la «convivialidad cualitativa y la solidaridad horizontal mutua, pero también la contemplación y el disfrute de la naturaleza, y el silencio y la inmersión en el misterio que trasciende y que sostiene todo» (DHV 10).
Estas personas ven que su vida es fecunda, «y encuentran alegría y viven en paz con los demás, incluso con los que se tienen como enemigos suyos». Son personas para quienes la política es tan solo una dimensión de la realidad y, por eso, se abren a otras dimensiones más primordiales, se abren a la «polifonía de la existencia histórica» (DHV 11).
Otro fenómeno social que llama poderosamente la atención y el análisis, por ser el de más impacto en los últimos años, es el de la proletarización creciente de la clase media asalariada y la pauperización de los trabajadores. Esto hace proclives, a los primeros, a la emigración (millón y medio de profesionales) y a la frustración. Aunque también es cierto que muchos «hacen de la necesidad virtud». Aceptan que «con estos bueyes tienen que arar y tratan de dar lo mejor de sí, tratan de acopiar todas sus energías, incluso logran ir más allá de sí para responder con solvencia a la situación, cuando carecen de elementos básicos para responder» (DHV 11).
En estas condiciones críticas de Venezuela hay mucha gente que, sin embargo, experimenta aquello de san Pablo: «cuando es débil, entonces es fuerte». Así viven muchos: educadores, médicos, personas dedicadas a un oficio social que, en medio de las limitaciones suplen las deficiencias con su entereza, creatividad y dedicación integra. Dar lo mejor de sí en medio de la crisis del país es una bendición de Dios, es una gracia, e implica una calidad humana que «fecunda los ambientes» (DHV 12).
Respecto a la pauperización de los trabajadores asalariados, hay que notar que el salario simplemente no les alcanza a cubrir el mínimo vital. Esto puede producir frustración y, sin embargo, hay entre ellos personas que viven la solidaridad, en paz y afirmativamente, viven de fe, humanizadoramente. Es admirable, sobre todo la actitud positiva y solidaria de las mujeres populares que viven de fe. Esto es una gracia invalorable (cfr. DHV 12-13).
Estas personas obedecen al Espíritu y viven de él, «Señor y dador de vida». Obedecer al Espíritu significa «obedecer a ese impulso que mueve desde más adentro que lo íntimo nuestro a procurar la vida para nosotros y para los nuestros y para otros que necesitan, y a llevarlo a cabo humanizadoramente» (DHV 13).
Finalmente, un modo de vivir creciente y que está más abajo de la pauperización, es la subcultura de la pobreza. En Venezuela esta subcultura de la pobreza ya no es excepción e implica, según Trigo, no sólo no tener elementos mínimos para vivir, sino no tener cómo tenerlos, tanto por no estar capacitados como por no tener motivación para capacitarse, por encontrarse sin relaciones constituyentes, sin ubicarse en la vida, sin entender lo que pasa y, al final, sin tener relaciones con uno mismo, sin aspirar a ninguna coherencia interna, sin reconocer un pasado ni tender a un futuro, estando ante un presente opaco en el que sólo se busca sobrevivir y satisfacer, en cuanto se pueda, algunas necesidades más elementales (DHV 13).
Este grupo lo conforma gente de la calle que viven como animalitos o como niños grandes perdidos en la ciudad, «o como gente al borde de la vida, mirando distraídamente hasta que el cuerpo aguante». Aquí también entran los borrachitos que se la pasan en la calle y las muchachas proletarias (DHV 13).
Elementos que configuran esa situación y su influjo en la vida
Estas situaciones expuestas están configuradas por tres elementos que, conjugados, afectan e influyen profundamente la vida de todos los venezolanos. El primero es la realidad de desastre económico que, paradójicamente, está signada por la abundancia de divisas generadas por la renta petrolera, pero que están despóticamente controladas por el gobierno. Lo mismo pasa con los precios, con el aparato productivo, etc. (cfr. DHV 14).
Este mal desempeño de la economía no puede corregirse por un segundo elemento que pone de manifiesto la existencia de un Estado opaco y que no se siente responsable ante la ciudadanía. Es un Estado que no rinde cuentas a la sociedad, se desconocen los costos de producción y de la administración. «Y la opacidad y discrecionalidad no pueden ser corregidas por el control férreo del gobierno sobre todos los aparados del Estado». La opacidad y la discrecionalidad del Estado son, además, caldo de cultivo para la corrupción y para que ésta se ampare en la total impunidad en todos los ámbitos. Con lo cual la corrupción no tiene freno (DHV 14).
Esta concepción totalitaria del Estado provoca, finalmente, un tercer elemento que pone de manifiesto la profunda fractura a fondo de la sociedad. En efecto, para el gobierno «quien no está con él, está contra él, y por eso plantea todas sus campañas y elecciones como batallas en contra de enemigos». En consecuencia con esta actitud siempre pierde Venezuela, porque en definitiva los enemigos son los mismos venezolanos. También es cierto que «al comienzo del gobierno el empresariado conspiró contra Chávez con una paro nacional», pero terminó en un fallido golpe de Estado. La fractura o polarización social también fue originada por este sector influyente de la sociedad (DHV 14).
Estos tres aspectos combinados afectan a todos los que vivimos en Venezuela, aunque el influjo es variado, incluso contrario. La opacidad, la discrecionalidad y la impunidad que promueve el gobierno «se han instalado en los ambientes en un grado tan alto que muchos lo viven como la ocasión de su vida que no hay que desaprovechar». Otros en cambio, en este ambiente de incitación al mal, optan por «tomar la vida en sus manos responsabilizándose de ella, aumentando la vigilancia y, sobre todo, actuando con tesón la justicia y la solidaridad para estar bien ocupado y no dar cabida al mal espíritu» (DHV 15).
Ciertamente los que actúan mal llevan la voz cantante, pero esto no significa que todo está perdido y que ya no haya nada que hacer. Trigo está convencido que son más las personas que «no se dejan corromper y viven con dignidad y proactivamente», aunque vayan contracorriente (DHV 15).
Lo mismo puede decirse de la crisis económica que afecta en modo diverso. Aunque muchos viven aprovechándosela. En otros predomina la amargura y la frustración. Sin embargo, hay otros que «hacen de la necesidad virtud» (DHV 15). Estas son personas que dan de su pobreza y comparten sus personas (DHV 16).
Por otro lado, hay una minoría muy influyente que son «autores y actores de la polarización». Otros viven en ambientes muy polarizados pero no permiten que esta los defina, «no ocupa el centro de su atención ni sus energías ni sus relaciones». Abundan progresivamente «quienes no están con unos ni con otros» (DHV 16).
En conclusión, el mayor daño antropológico causado por esa situación es que muchos en ella no sean verdaderos sujetos, con libertad liberada. Es lo que les lleva a vivir las distintas deformaciones expuestas: aprovecharse de la situación, fomentando la polarización, vivir frustrado, abatido y amargado, refugiarse en su torre de marfil, emigrar, caer en la subcultura de la pobreza. Otros, sin embargo, tienen una actitud positiva ante la crisis y, en consecuencia, viven con fecundidad y alegría de fondo. Es gente tenaz y creativa y su acción les humaniza. Es una posibilidad de vida: vivir humanamente en medio de la crisis (cfr. DHV 16-18).
1.2. Discernimiento cristiano de nuestra situación venezolana
A partir de esos datos expuestos que describen, revelan y constatan cómo viven esa situación los venezolanos hoy, se podrá hacer el discernimiento cristiano de esa realidad. Trigo presenta dos secciones en esta segunda parte de su trabajo. La primera es la caracterización de la situación como de pecado que hay que presentar. A continuación responde la pregunta sobre el modo de habérselas los venezolanos con tal situación.
1.2.1. Situación de pecado
En primer lugar, y ante todo, se parte de la situación de pecado expresada en la inseguridad imperante. Veinticuatro mil asesinatos solo el año 2014. Además están los robos a mano armada en distintos momentos y formas. Otra modalidad son los secuestros de personas y de carros. Esta violencia configura una situación de pecado porque rechaza el don de la paz, más aun porque se rechaza al mismo Dios de la paz que es el Dios de la vida y, radicalmente porque es Amor. Despojar de sus propiedades a alguien y, sobre todo, quitar la vida de una persona, es un acto contrario de amor, en definitiva, un acto que niega a Dios absolutamente (cfr. DHV 19).
Es situación de pecado además porque está anclada en una falta de cohesión social, que constituye su caldo de cultivo. Y como el Estado no cumple su función, la violencia queda impune (cfr. DHV 19). Citando y comentando la idea de la respectividad de Zubiri, Trigo dice, Si los seres humanos estamos unos vertidos en los otros, todos en todos, por nuestra común pertenencia al mismo fylum y si esta versión se expresa humanamente como respectividad y cristianamente como fraternidad, la falta de respectividad o la respectividad negativa, que están a la base de esa violencia enquistada en el tejido social, entraña una negativa a vivir nuestra condición humana, una negativa, concretamente, a vivir como personas, ya que los seres humanos nos personalizamos cuando, desde nuestra propia interioridad, desde lo más genuino de nosotros mismos, entablamos relaciones positivas, horizontales y mutuas con los demás y no excluimos a nadie de ellas (DHV 19-20).
Es, pues, una situación de pecado sumamente grave en donde el Estado no cumple su función sagrada de proteger la vida y por eso la violencia queda impune y no se denuncia. Pero lo más grave es que el Estado «utiliza a los cuerpos de seguridad en tareas meramente partidistas […] y por eso tiene que transigir en que ellos también utilicen las armas en su provecho privado». Ahora bien, no hay que olvidar que una buena parte de la burguesía «es corresponsable con el Estado de esa falta de cohesión social que es el caldo de cultivo de la violencia» (DHV 20).
En consecuencia, derrotar la violencia no es solo labor policial; «lo más decisivo será incrementar la respectividad positiva sin exclusiones y con especial dedicación a los pobres y a los que practicaron una respectividad negativa oprimiendo, despreciando, excluyendo o haciendo violencia armada» (DHV 20).
Además, de la inseguridad, en segundo lugar, está la falta de producción y de productividad calificada como situación de pecado. Es pecado porque el trabajo productivo y socialmente útil, realizado personalmente, sirve a la humanización del trabajador. No trabajar productivamente y encima cobrar un sueldo, y robar los instrumentos de trabajo, deshumaniza profundamente a las personas. Esta falta y derrumbe de la producción y productividad obedece al dinamismo del Estado, que se ha empeñado en minimizar el papel de la empresa privada suplantándola o expropiándola. Con lo cual «presenta una productividad muy baja o ha ido a la quiebra y las empresas de carácter social, en general, han fracasado» (DHV 20).
Sin embargo, el derrumbe de la producción se debe fundamentalmente al «socialismo rentista» de Venezuela. Trigo recuerda que para Chávez, «tener las reservas probadas de petróleo más grandes del mundo y altísimos precios hacía posible […] vivir de la redistribución de la renta petrolera sin tener que explotar a ninguna clase social». Pero para el teólogo este tipo de «‘socialismo rentista’ carece de significado, ya que el rentismo niega al socialismo» (DHV 21).
Ahora bien, aquí hay que reconocer que «la producción y la productividad venían cayendo ya desde varias décadas». De ahí que «no es solo el gobierno el causante de esta situación insostenible». También es verdad que la minoría de empresarios que vive solvente en esta situación desfavorable, sí ha aumentado la productividad. Tanto el Estado como el empresariado tienen la responsabilidad de cambiar este proceso para vivirlo humanizadoramente (DHV 21).
A la inseguridad y a la falta de producción se añade, en tercer lugar, la «corrupción estructural e impune». El Estado revolucionario no se siente mandatario ni responsable ante los ciudadanos, y por eso es totalmente opaco. Pero más grave aun es que «tampoco se rinden cuenta entre ellos. Y por eso no se conocen los costos de nada ni adónde van los ‘riales'». La opacidad del Estado estimula la corrupción y la impunidad, y esta al mismo tiempo está blindada por el poder judicial dependiente (DVH 21).
En este contexto Trigo constata que: Haber dispuesto en los quince años del chavismo más del doble de lo que dispuso durante cuarenta y un años la llamada por ellos cuarta república y que no se sepa qué ha pasado con la mayor parte de ese dinero, entraña una irresponsabilidad tan exorbitante, entraña una falta tan grave a la justicia y a la solidaridad, que solo por este motivo habría que calificar a esta situación como de pecado (DVH 22).
Esta corrupción impune involucra a tantas personas que constituye un verdadero cáncer social difícil de curar. Pero con el concurso de toda la sociedad y el ejercicio del amor es posible la rehabilitación de las personas (cfr. DVH 22).
Estas tres situaciones de pecado se mantienen con cierta estabilidad, en cuarto lugar, por el casi monopolio gubernamental de la información y la opinión a las que tiene acceso el ciudadano; esto es propiamente despotismo. La sustitución de la información detallada y veraz de la gestión del gobierno por mera «propaganda» gubernamental ideológica abrumadora que elude los problemas reales del país es grave (cfr. DVH 22).
Por ejemplo, en el discurso al Congreso de enero de 2015 de Memoria y Cuenta de gestión no se tocó para nada el problema de la seguridad, la producción y productividad, ni tampoco la corrupción. Esta elusión expresa una situación de pecado porque el gobierno no da cuenta de las más ingentes y pesadas preocupaciones a los ciudadanos. Esto es responsabilidad del gobierno (cfr. DVH 22).
En medio de esta situación de pecado cabe reconocer, sin embargo, que es positivo «mantener al pueblo en el centro y dedicarle una gran parte de su gestión y de su presupuesto». Aunque Trigo no está de acuerdo con el mero dar alimentos y otros artículos, becas y empleos no productivos a la población, y organizarlos como vehículo de propaganda gubernamental y ejecutor de sus políticas. Tampoco está de acuerdo con las llamadas «misiones», habría sido preferible mejorar cualitativamente los ministerios de Educación y Salud en beneficio del pueblo excluido (DVH 22).
Sería preferible garantizar la seguridad de los ciudadanos y pertenencias y propiciar la existencia de trabajo productivo y remunerado y propiciar que se organice autónomamente para que sean realmente de base. Sea como fuere, lo que sobrevenga tiene que tener en su propuesta y en su quehacer al pueblo en el centro y dedicarle «una gran parte de su gestión y de su presupuesto», pero sin las deformaciones de hoy (DVH 23).
A continuación Trigo se pregunta si tiene espectadores esta situación, y responde que de modo absoluto no tiene. Sin embargo, afirma que «sí tiene espectadores en cuanto a la posición vital de una minoría de venezolanos que no quiere saber nada de lo que está pasando, que nunca habla de ello y ha decidido mantenerse al margen». Estos presuponen que «es tan malo lo que pasa y salpica tanto que no merece la pena ni oponerse». Tienen autonomía y una fuente de ingresos estable aunque no posean mucho dinero (DVH 23).
Pero esta no es una actitud vital cristiana. Dios no tomó esa dirección sino que nos creó y se metió en la historia y en nuestras casas, haciéndose Hermano de cada ser humano. «Para el Dios cristiano y para su Hijo humanado, no hacer mal a nadie y cultivar con algunos selectos un jardín reservado, no es una dirección vital humanizadora. No es un ejercicio de amor». Querer salvar la vida viviendo al margen significa perderla; «mientras que arriesgarla en la procura concreta del bien común, es el único modo de ganarla» (DVH 23).
Expuestas esas situaciones de pecado en Venezuela, Trigo presenta a continuación a los que viven alternativamente en estas situaciones y la superan.
1.2.2. Vivir alternativamente y superar la situación
Es menester completar el discernimiento hasta ahora expuesto señalando también nuestros haberes. Se trata de un punto decisivo porque la situación venezolana no solo está signada por negatividades sin esperanza. Eso significaría que el pecado pesa más que el amor de Dios, esto es falta de fe y blasfemia contra Dios (cfr. DVH 24)
En primer lugar y ante todo, están aquellas personas que creen que otro mundo es posible laborando por él, transformándolo y viviendo alternativamente ya. Hay que trabajar tenazmente para orientar la situación de manera distinta, para darle una orientación alternativa. Además hay que cultivar la «polifonía de la vida» atendiendo los distintos ámbitos de la existencia (DVH 24).
Vivir alternativamente significa también, según Trigo, abrirse positivamente a los requerimientos de la mundialización: hacernos cargo de que somos una sola familia humana, cultivar la simpatía y la compasión, la información y la escucha, el intercambio con los diferentes […] la recuperación del equilibrio ecológico y del cuidado conjunto de la única tierra que nos cobija a todos (DVH 24).
Esto ha de realizarse, sin embargo, «en una situación de pecado que en gran medida lo niega ya que rigen lógicas totalitarias, conflictuales y unidimensionalizadoras». Vivir la polifonía de la vida en esta situación que presiona exige una verdadera libertad liberada para «dedicarse unificadamente a vivir humanizadoramente y trabajar por un orden alternativo en el que quepa el cultivo de la humanidad» (DVH 24).
Esto también implica superar la situación nacional de pecado. Ante todo implica no ejercer la violencia, ni borrar del corazón a nadie (cfr. DVH 24). Hacerlo significaría convertirse en «asesino y en él no mora el amor de Dios. Esto supone distinguir entre el pecado y el pecador; entre condenar conductas y condenar personas». Entraña también trabajar por la cohesión social, «tendiendo puentes y atravesando fronteras». Y solo se pueden tender puentes si se vive situadamente y desde el compromiso sistemático con los pobres. Viviendo encarnadamente, y desde ahí aspirar el bien de todos (DVH 25).
Otro modo de habérselas ante esta situación de pecado es, en segundo lugar, el que expresan los asalariados de clase media y de la clase popular. Ambos grupos vieron cómo se ha derrumbado su poder adquisitivo. Los primeros pasaron de ser clase media a la proletarización sin ningún paliativo del gobierno. Los segundos cayeron en la pauperización pero el gobierno les ha proporcionado amortiguadores. Todo esto trajo consecuencias negativas (cfr. DVH 25).
En esta situación de pecado los vendedores se ven en aprietos por la escasez de mercancías y por la inflación galopante. Pero estos, en definitiva, trasladan al comprador el aumento de los costos. Los asalariados en cambio no tienen esta flexibilidad porque dependen de sus empleadores y del gobierno. Muchos han caído en la desmotivación, el abatimiento y la rabia. Y una cantidad grande se han ido. Pero no pocos se sobreponen superándose a sí mismos y dando lo mejor de sí en su trabajo, en su familia y en los grupos en los que están implicados (cfr. DVH 25).
Trigo señala que «estas personas son la novedad más positiva de la Venezuela moderna». Trabajan en condiciones totalmente adversas dando lo mejor de sí (DVH 25). Logran una alegría de fondo y experimentan la fuerza en la debilidad, experimentan que «la gracia de Dios triunfa en la debilidad». Ellos ponen de manifiesto que «donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia». Es la victoria sobre la situación de pecado. Son personas que han vencido el mal a fuerza de bien desde su libertad liberada (DVH 26).
He aquí la segunda parte del trabajo, centrada en el discernimiento cristiano de la situación de pecado pero también de esperanza. A continuación se aborda la cuestión del paso de Dios por Venezuela hoy.
1.3. ¿Por dónde pasa Dios en Venezuela hoy?
En esta tercera y última parte del trabajo, y realizado ya el discernimiento cristiano de la situación, Trigo quiere a continuación responder a la pregunta de ¿por dónde pasa Dios hoy en esa situación?.
Con la venida de Jesús Dios pasa salvando y salva desde dentro y desde abajo. La salvación se realiza por la transformación de lo dado, desde la libertad liberada de los que obran (cfr. DVH 26).
1.3.1. Denuncia profética y propuesta superadora
Ante todo, Dios pasa por los que denuncian esta situación de pecado ante sus verdaderos responsables, pasa por los que ponen de manifiesto en qué sentido esta es una situación de pecado promovida por el gobierno, por el Estado (cfr. DVH 26).
Dios pasa por los que ponen en evidencia que esta situación «nos daña a todos y en primer lugar a los responsables políticos, y que por eso lo denuncian con dolor, desde dentro, buscando la conversión de los causantes de que se mantenga la situación de pecado» (DVH 27).
Dios pasa también por los que, además de denunciar, proponen alternativas «superadoras del actual estado de cosas, como deseables y posibles, aunque hagan ver los costos para cada uno de los actores». En esta tarea el Estado y el gobierno tienen la responsabilidad de respetar, garantizar y promover los derechos humanos. En definitiva, «Dios pasa por los que proponen concretamente alternativas superadoras y se organizan para concienciar de ellas a toda la población y encaminarse en esa dirección» (DVH 27).
1.3.2. Gobierno de concertación nacional y paso de Dios
Por tanto, Dios no pasa por el actual gobierno venezolano, ni pasa en los que planean un golpe de Estado. Tampoco pasaría por una intervención militar. Dios no pasa además por los que quieren derribar al gobierno con acciones violentas en la calle porque los medios desautorizan el fin y porque se buscaría sumar a nuestro país al neoliberalismo mundial que constituye una negación del plan de Dios (cfr. DVH 27-28).
En cambio, Dios sí pasaría por los que promovieran un gobierno de concertación nacional en el que estuvieran representados los principales actores y se hiciera justicia a todos los intereses legítimos. Un gobierno que se apoyara en la empresa privada capaz de aumentar la producción y la productividad, y con conciencia de su responsabilidad social. Un gobierno cuyo centro de atención fueran los sectores populares como verdaderos sujetos responsables y en proceso de capacitación de sus personas y de sus organizaciones de base, en alianza con profesionales y con las instituciones del Estado. Un gobierno que promoviera un Estado eficiente con una burocracia lo más autónoma de él, cualificada y responsable ante los ciudadanos. De darse un gobierno con esos tres componentes, Dios pasaría por él, mientras se mantenga en esa actitud (cfr. DVH 28).
Naturalmente, este gobierno no podrá ser el actual, ni tampoco uno de la oposición «y ni siquiera un gobierno concertado de unos y otros». Este gobierno en opinión de Trigo «tendría que incluir también elementos independientes, que estén reconocidamente resteados con lo que dijimos y con capacidad para llevarlo a cabo» (DVH 28).
En definitiva, Dios pasa en los que hoy piensan en una solución así, «por los que tratan de exponerla con mayor precisión y plausibilidad posibles ante la opinión pública, por los que se abren a ella, por los que trabajan con denuedo y perspicacia porque la pueden hacer suya los diversos contendientes y por los que cabildean sagazmente para hacerla realidad sin hipotecarla ni desvirtuarla» (DVH 28).
1.3.3. Conservar la dignidad y actuarla
Dios pasa también por los que, viviendo en situaciones dificilísimas, conservan su dignidad (y la actúan). Aquí entran aquellos funcionarios policiales que, en condiciones totalmente adversas, combaten al crimen organizado con toda profesionalidad, considerando que los criminales son personas humanas. Estos funcionarios adensan su condición de sujetos humanos y conservan esa condición e identidad frente a la identidad absolutizada de policía (cfr. DVH 28).
Son también adolescentes de barrios y zonas populares sin interlocución familiar ni acompañamiento de algún adulto. Son adolescentes que «conviven en grupos compulsivos en los que es dificilísimo mantener una identidad y una relación personalizadas». Cuando hay adolescentes en estas situaciones que se «esfuerzan por vivir con dignidad y por tratar a todos dignamente, por ellos y por ellas pasa Dios porque es su Espíritu el que los mueve y vence en ellos» (DVH 29).
Dios pasa también por esos varones de barrio o populares que quieren a sus compañeras de vida pero sin haber recibido educación para ello. Son personas que viven en medio de un ambiente machista pero que en definitiva, tratan de guardar el alma para salvaguardar su amor. Además están los jóvenes de barrio o populares que viven en la pobreza y no ven futuro, que reciben una mala educación, sin incentivo familiar, de trabajo, tentados a entrar en bandas. Y sin embargo, esos jóvenes optan por mantener una rectitud básica, e incluso son solidarios en su ambiente y apoyan las «iniciativas positivas y para eso tratan de cualificarse aprovechando las oportunidades». En estos jóvenes que viven positivamente en medio de las adversidades pasa Dios, «con su gracia previniente y salvadora» (DVH 29).
Aquí también está la gente muy pobre que, sin embargo, no se desespera, que se respeta y respeta y que asumen una actitud proactiva, aprovechando las ocasiones «para ir respondiendo a la vida para sí y su familia, con la mente siempre abierta a cualquier incentivo y con sentido práctico» con sus vecinos. Personas que van viviendo el hoy, en definitiva, con una paz de fondo y sin perder la dignidad. Dios pasa por esta gente sufrida «que sabe encajar los golpes y sortear las dificultades sin perder la dignidad, que no se elementarizan por la presión continua que no pueden soportar, porque de un modo u otro se saben en manos de Dios y viven con una confianza siempre rehecha» (DVH 29).
Dios pasa también por aquellos funcionarios que viviendo en ambientes politizados no tienen por obligación primordial respaldar o defender al partido, o militarmente al gobierno en sus exigencias proselitistas. Estos cumplen con excelencia profesional sus obligaciones en medio de un ambiente hostil en el que, sin embargo, son respetados y apreciados por otros. Esas personas viven con libertad liberada, obedecen al impulso del Espíritu y por él pasa Dios (cfr. DVH 29).
1.3.4. Vivir alternativamente ya
Dios pasa por los que viven alternativamente ya en Venezuela. Pasa por ellos en virtud de su libertad liberada vivida frente a una situación de pecado. Esto implica expresar su verdadera transcendencia porque viven haciendo el bien contracorriente (cfr. DVH 30).
Son personas admirables de nuestra condición, poseen una gran «densidad humana y tanta creatividad que son capaces de vivir alternativamente» dentro de la situación negativa, creando en ella posibilidades humanizadoras. Aquí están, sobre todo, los asalariados de clase media y popular ya mencionados que, en condiciones que les han llevado a la proletarización y a la pobreza, se han hecho cargo de su vida en modo positivo con libertad liberada. Por tales «personas pasa Dios porque se dejan mover por el Espíritu». Ellos extraen fuerzas de flaquezas, tratan de conservar la dignidad, la relación constructiva, el amor (DVH 30).
1.3.5. Productores y empresarios dignos
Dios pasa, finalmente, por los empresarios dignos que no se concentran en pescar en río revuelto y en aprovecharse de la grave situación, sobre todo del negocio de las divisas. Estos más bien tratan de mantener la producción y de incrementarla porque saben que el país la necesita, se alegran de hacerlo y no absolutizan sus ganancias y fomentan la responsabilidad social con sus empleados, sus proveedores y sus clientes Estos empresarios no son parte del ambiente y lo viven con libertad liberada, viven proactivamente. «Esa actitud y ese compromiso constante suponen el ejercicio continuo de una libertad liberada y por tanto entraña una obediencia al Espíritu» (DVH 31).
Dios también pasa por los pequeños y medianos productores (agricultores, lecheros etc.) que, faltando insumos y estímulos, producen más y mejor porque sus vienes y servicios escasean y son necesarios. Estas personas trabajan más de lo necesario en estos tiempos difíciles y, en definitiva, sirven con alegría y se dejan animar por el Espíritu de Dios. Son personas que se dejan animar por el Espíritu de Dios y lo obedecen. Todo esto requiere una libertad liberada para poder actuar desde lo más auténtico de sí sobreponiéndose al ambiente (DVH 31).
En conclusión, en esta ponencia vimos la descripción fenomenológica de la situación en Venezuela hoy, como punto de partida realista para un discernimiento teológico responsable, coherente, verdadero y fiel a los hechos. Continuamos con el discernimiento cristiano de nuestra situación de pecado y de esperanza hoy en ese país; se puso de manifiesto que donde abunda el pecado, ahí sobreabunda la gracia. Finalmente se logró clarificar los grupos concretos por donde pasa Dios en Venezuela hoy subrayando en ellos su libertad liberada y la acción histórica del Espíritu del Señor.
Visto el paso de Dios por la realidad de Venezuela, hay que exponer a continuación el tema teológico de la reconciliación en Colombia. A mi juicio se trata de dos temas y dos realidades íntimamente colegadas que pueden iluminarse mutuamente: discernimiento y reconciliación.
Reconciliación en Colombia: Martínez Morales
La segunda ponencia del encuentro de la Comisión Teológica de la CPAL realizado en Paraguay en agosto de 2015, fue sobre la situación actual de la realidad colombiana. Su centro de interés es la realidad de guerra y la necesidad de paz en ese país y tiene dos partes. La primera estuvo a cargo del teólogo Martínez Morales y la segunda del biblista Luis Guillermo Sarasa, ambos colombianos. El primero expuso la primera parte: «Nuestro compromiso de Reconciliación» y, el segundo, la siguiente parte: «Una nota sobre la misericordia». Aquí nos limitamos a la presentación sintética de la primera parte de Martínez Morales, dada la unidad y la autonomía que tiene su tema sobre la Reconciliación, que toca directamente la paz y la teología de la paz en Colombia.
Después de su introducción, el autor aborda el tema en cinco secciones que hemos puntualizado de la siguiente manera: el reconocimiento de la realidad de las víctimas como punto de partida; la búsqueda de la paz y teología de la paz; memoria, verdad y justicia; hacia una reconciliación que nos viene de Dios; y se termina con el perdón que nos reconcilia.
Martínez Morales introduce su trabajo de discernimiento teológico sobre la realidad de su país preguntándose de entrada ¿qué quiere Dios de los colombianos y colombianas en el presente histórico de esta historia particular? Esta aproximación a la realidad colombiana conduce a «tomar conciencia del proceso que venimos trabajando en búsqueda de la paz». Colombia anhela desde hace mucho tiempo la paz, pero hay que tomar conciencia de que se trata de una construcción colectiva (CR 1).
2.1. Punto de partida: reconocimiento de la realidad de las víctimas
Ante todo, aquí se parte de la realidad de «dolor y sufrimiento, del balance desgarrador que nos ha dejado la guerra». Citando un trabajo de María Wills, Martínez Morales presenta los datos sobre cómo en esa guerra han perdido la vida más de 220,000 víctimas, con más de 5 millones 700 mil desplazados, con más de 25 mil desaparecidos forzosamente, más de 27 mil secuestrados, más de 10,000 personas que han muerto o han quedado discapacitadas por pisar una mina etc. (CR 2).
Según Martínez Morales, «desde las víctimas de este conflicto podremos comprender las dimensiones del daño causado y emprender un proceso que implica ir más allá del cese del conflicto». Quitar las dificultades y comenzar caminos de «acercamiento, mutuo reconocimiento, empatía» para llegar a una verdadera reconciliación (CR 2).
El número de víctimas de la guerra en Colombia es único en el mundo: «más de seis millones quinientos mil personas han sufrido por este flagelo». Detrás de esas cifras escandalosas hay rostros concretos de seres humanos cuyos hogares y familias han sido destruidos (CR 3).
La búsqueda de la paz para el país tiene que reconocer esa realidad, pues «la reparación de las víctimas se convierte en condición de posibilidad para alcanzarla». Este es un reto y un desafío de todos para lograr el proceso de paz «en orden a una sanación que toca lo profundo del corazón desde la justicia para llegar al perdón y a la reconciliación» (CR 4).
Este es el punto de partida, a continuación presentamos la segunda sección que hemos titulado: búsqueda de la paz y teología de la paz.
Búsqueda de la paz y teología de la paz
Ahora bien, asumir la paz desde el quehacer y el discernimiento teológico no puede reducirse a una mera finalización de la guerra, a una mera tarea política. La paz como construcción de una sociedad justa se enraíza en lograr una «civilización del amor». Esto implica educarse para la paz, y optar por la no violencia cuyo fundamento está en la praxis evangélica que tiene su raíz en Jesús de Nazaret (CR 5).
De ahí la necesidad de hablar hoy de una teología de la paz. Esto quiere decir, «hacer de la paz el eje vertebrador, el horizonte y principio hermenéutico de toda labor teológica». No se trata de elaborar una teología de genitivo (sectorial), la paz como algo accidental o materia del quehacer teológico. Hay que hacer de la paz el «elemento central, estructural y fundante de toda teología». Hasta el punto de que la teología no solo ha de ocuparse de la paz sino que «debe hacerla, construirla» (CR 5).
La teología ha de enfatizar la comunicación solidaria abierta a un diálogo «con los otros saberes y los nuevos paradigmas». Hay que trabajar «en todo lo que enfatiza el encuentro, la comunicación, el valor del otro, la intersubjetividad. Se trata de una nueva actitud solidaria que nos lleve a educar para la paz» (CR 5).
En consecuencia, «el trabajo por la paz surge como compromiso de quienes ante Dios vemos un imperativo contribuir a la construcción del reino de Dios», en fidelidad a la humanidad y a Dios. De este modo «se construye la paz como un compromiso histórico por la liberación y la justicia» (CR 6).
Además de esta búsqueda de la paz y de la importancia de la teología de la paz como algo constitutivo a la teología, está la cuestión de la memoria, la verdad y la justicia.
Memoria, verdad y justicia
El proceso de reconciliación desde la búsqueda de la paz en Colombia, pasa por la triada: memoria histórica, verdad y justicia. Los hechos históricos trágicos de violencia vividos en el país en los últimos setenta años han dejado heridas que han dañado la integridad y la dignidad de las personas (cfr. CR 6).
Memoria histórica
Ante todo, hacer memoria en el proceso de reconciliación colombiano va más allá del simple estudio, análisis y cuantificación de víctimas y victimarios. «Recordar desde el corazón desde la vivencia de víctimas y victimarios implica hacer historia con el deseo de tejer juntos una nueva realidad» (Sic). La recuperación de la memoria es una tarea profética en la que entran en juego el ayer, el hoy y el mañana (CR 6).
En esta perspectiva, Martínez Morales recoge un amplio y significativo texto de M. Trigos en donde se indica que la «recuperación de la memoria y la exigencia de justicia son tareas proféticas que requieren fidelidad histórica al proyecto de Dios, que refieren un ayer, un hoy y un mañana. El ayer y hoy de la historia se convierten en lugar teológico, donde Dios se revela, interpela y llama. Por eso, no se puede guardar silencio ante los crímenes y horrores de la guerra» (CR 6).
El hoy, por su parte, continua el texto, «exige una actitud profética para denunciar la injusticia y anunciar la esperanza, para reconstruir el tejido social destruido, para fortalecer las comunidades y las organizaciones que resisten ante la violación de los derechos humanos, para lograr la reparación integral de los familiares de las víctimas». Se termina afirmando que el mañana es una invitación «a mantener la fe en procesos como los actuales diálogos entre la guerrilla y el gobierno, para tener así la esperanza de mejores condiciones de vida como medio para la reconciliación» (CR 6).
Verdad
Además de la memoria histórica, el proceso de reconciliación colombiano ha de afrontar, en segundo lugar, la verdad. Y lo ha de hacer «desde los pequeños relatos que hacen la historia». No podemos autoengañarnos negando los hechos ni describiéndolos falsamente. Encarar la verdad de lo sucedido es el «inicio de un nuevo comienzo». Es la verdad la que nos hace protagonistas de nuestra vida y nuestra historia (CR 7).
Acordar la paz es indudablemente un deseo de todo colombiano. Pero el post-acuerdo o la post-guerra, no eliminará en su totalidad el conflicto en el país. Es necesaria la práctica de la justicia que posibilite una «sociedad política, económica y culturalmente sostenible». Esto solo es posible hacerlo desde la perspectiva de los desposeídos de nuestra estructuras sociales (CR 7).
Apoyándose en Martínez Darío, Martínez Morales dice que el proceso de reconciliación no solo compete a los involucrados en el conflicto armado sino que es un reto de la totalidad de la sociedad colombiana. Ella está obligada a afinar «la mirada que tiene sobre sí misma y sus conflictos». Esto porque el conflicto en Colombia no brota solo de la violencia armada sino también de la ceguera de todos, patente en la indiferencia por el sufrimiento del hermano. Por eso el proceso de recomposición de las relaciones sociales en pro de una sociedad democrática sin exclusión compete a todos (CR 7-8).
A la memoria histórica y a la verdad en el proceso colombiana de paz, hay que añadir la justicia.
Justicia
El proceso de reconciliación pasa, finalmente, por la justicia. Esta ha de entenderse como el «absoluto respeto de los derechos y la dignidad de la persona». La justicia ciertamente pasa por la ley, pero no se agota en ella, incluso sus aplicaciones «dejan indefensos a los débiles y oprimidos». Citando un trabajo de M. Trigos, Víctor Martínez indica que «en el compromiso con la reconciliación, el llamado a la paz con justicia social es clave teológica de la esperanza en la vida plena que supera la muerte» (CR 8)
El reconocimiento de la justicia implica abrazarla, reconocerla y trabajar a favor de ella. Hay que dejar toda elucubración sobre la justicia. En consecuencia, «la paz y la reconstrucción del tejido social en Colombia ha de realizarse sobre la justicia» (CR 8).
Martínez Morales termina este apartado con una consideración de Elías López en donde señala que la «justicia puede estar abierta a la gracia, a un espacio sagrado en medio de la política de justicia en sociedades transicionales. La justicia transicional se mueve más cerca de lo sagrado, y lo sagrado más cerca de la política». Gracias a este paralelismo descubrimos que «la justicia, el perdón y la reconciliación son una tarea personal social y humano-política, así como un don divino y místico» (CR ).
Esta es la triada propuesta en esta tercera sección del trabajo para lograr encontrar la paz en Colombia: memoria, verdad y justicia. A continuación el autor se centra propiamente en la reconciliación que viene de Dios.
Hacia una reconciliación que nos viene de Dios
De entrada y con decisión al autor se pregunta «cómo realizar el proceso de reconciliación entre víctimas y victimarios». En esta perspectiva a la teología se le plantea la pregunta concreta: «¿es real apelar a la reconciliación entre culpables y víctimas, luego de una realidad de sufrimiento como la que ha vivido el país?» (CR 9).
El dolor y el sufrimiento de las víctimas desde la opción y solidaridad de Jesús por los desheredados de la historia es la perspectiva desde la cual hemos de ubicarnos «para hacer realidad este proceso reconciliador. El encuentro con el crucificado resucitado de parte de víctimas y victimarios hará factible que esta ruptura logre saldarse» (CR 9).
Aproximarse a la realidad desde la separación entre víctimas y victimarios no significa hacerlo desde la perspectiva de buenos y malos. No se trata de una separación simplista entre buenos y malos. Recordemos que «cada montaña tiene su sobra», y hoy no puede aceptarse ese análisis dualista de una realidad tan compleja (CR 9).
La diferencia entre víctimas y victimarios tiene que partir de los hechos concretos. Por ejemplo, la diferencia entre víctimas y victimarios está en íntima relación con un delito real. No podemos sin más santificar a las víctimas, pero tampoco los culpables tienen que ser reducidos a sus delitos, no sería esta una consideración seria de sus personas en cuanto libres. Esto no significa exonerarles de su responsabilidad (cfr. CR 9).
Acercarnos a los culpables nos pone de manifiesto su vida y su historia, que en general verificará el no ejercicio de su libertad. Pero ello no les libera de su responsabilidad. Ahora bien, ambos grupos tienen que reconocer la verdad de los hechos, de lo contrario se dificulta la reconciliación. Unos y otros tienen que hacer el esfuerzo por no deformar sus «recuerdos». Las víctimas tienden a olvidar y los culpables a creerse inocentes. En consecuencia, «hacer memoria llevará a la identidad narrativa que recupera, por parte de las víctimas, su identidad rota y por parte de los responsables, su identidad de culpabilidad» (CR 9).
En este contexto, Martínez Morales considera un texto de Jan-Heiner Tück en donde se lee que «una reconciliación que implicase la amnesia del delito no haría justicia al sufrimiento de las víctimas. Frente a una precipitada teología de la apocatástasis, se impone la reflexión de Metz: ‘la afirmación cristiana Dios es amor va unida a la afirmación de la justicia de Dios que incluye los sufrimientos de las víctimas'» (CR 10).
La reconciliación ha de contar inexorablemente con las víctimas, es imposible lograrla sin ellas. Este camino se logra en el seguimiento de Jesús, quien se identificó con todos los que sufren hasta la impotencia de la muerte, dándole así «todo su sentido para reafirmar su dignidad y llevarles a participar en la reconciliación» (CR 10).
Es imperativo conocer la memoria de las víctimas, hay que hacer justicia a los olvidados. No se puede contribuir más para que ellas «vuelvan a ser manipuladas», las víctimas tienen que «ser los actores de su propia historia» (CR 10).
Como nota Martínez Morales citando a Duquoc, «el sentido de la historia queda revelado en su reverso». Los rechazados expresan en su dolor «lo que es efectivamente la historia, de la misma manera que Cristo, por su condena, ha revelado la perversión de los poderes que lo mataron. Sin la memoria de las víctimas, sin su sueño de un futuro otro y diferente del pasado que los martirizó, la justicia es menospreciada y la historia pierde su sentido. Este otro futuro, la víctima ejemplar de la injusticia lo abre por la resurrección» (CR 10-11).
Presentada la reconciliación que nos viene de Dios, se procede a la exposición de la última sección del trabajo: el perdón que nos reconcilia.
El perdón que nos reconcilia
Martínez Morales comienza indicando en esta quinta sección de su ponencia que «la reconciliación es un proceso cuyo signo antropológico es la conversión». Lo que impide vivir este proceso de transformación es la ceguera, la autorreferencia, el egocentrismo, en síntesis, el pecado. La conversión nos conduce a «pasar de un estado de pecado a un estado de justicia» (CR 11).
La reconciliación de los colombianos presupone inevitablemente el perdón y ha de ser trabajado para lograr la paz. La «verdadera justicia es la acción del amor misericordioso de Dios que nos lleva a sentirnos perdonados y a estar dispuestos a perdonar». El perdón que tiene alcance social implica modificaciones en los comportamiento que repercuten en la praxis político social (CR 11).
Citando un texto de la Bula Misericordiea Vultus del papa Francisco, Martínez Morales recoge que «el perdón de las ofensas deviene la expresión más evidente del amor misericordioso» y para los cristianos es un imperativo imprescindible. La misericordia es el instrumento que posibilita alcanzar la serenidad del corazón. «Dichosos los misericordiosos, porque encontrarán misericordia» (Mt 5,7). Esta es la inspiración que ha de tener el Año Santo (MV 9) (CR 11-12).
En consecuencia, el perdón pasa inexorablemente por la justicia. Perdonar no significa ocultar ni olvidar. No hay que tener miedo a la verdad de lo ocurrido. El futuro de Colombia solo puede vislumbrarse en la medida en que la memoria restituya a las «víctimas lo que les ha sido arrebatado». «Hacer memoria de las víctimas es un asunto de justicia tanto para ellas como para los culpables en tanto que los criminales han de reconocer, confesar y asumir sus crímenes públicamente proyectándose así a una nueva manera de existir» (CR 12).
La reconciliación de Colombia pasa necesariamente por el perdón. Pero este ha de ser «promovido, animado y estimulado para lograr la paz». Perdonar implica el reconocimiento de la verdad, la reparación de las víctimas y la seguridad de que lo sucedido no se repetirá (CR 12).
La reconciliación tiene que asumir el dolor y el sufrimiento de las víctimas de la guerra de la que todos somos responsables. En consecuencia, todos los colombianos han de sentirse responsables activos en la construcción de un «tejido reconciliador» (CR 13).
Conclusión y valoración
Haber presentado el discernimiento del paso de Dios por la difícil y violenta realidad venezolana y haber teologizado sobre la reconciliación humana y cristiana de víctimas y victimarios en Colombia, aparecen como dos modos concretos de buscar y seguir las huellas del Dios de Jesús y de discernir la irrupción de su Espíritu en América Latino hoy. Ambas realidades aquí recogidas, en sus diferencias, están íntimamente ligadas, incluso geográficamente.
3.1. Discernimiento del paso de Dios por Venezuela hoy
Ante todo, considero un mérito indiscutible de Pedro Trigo su aproximación y descripción fenomenológica de la realidad venezolana como punto de partida firme para poder hablar con propiedad del discernimiento del paso de Dios hoy por Venezuela. Partir de los hechos concretos de la realidad del país es garantía de un verdadero discernimiento del paso de Dios por esta realidad. A mi juicio, se trata de un método y un modo válidos de teologizar desde la praxis venezolana que de hecho ilumina el hacer y el quehacer teológico para otras realidades como la centroamericana o, en concreto, como la salvadoreña. Con esto el teólogo ha dado una respuesta honesta y coherente a la cuestión de cómo se vive la realidad de Venezuela hoy.
Además, esa realidad descrita fenomenológicamente y discernida teológicamente quedó caracterizada como una situación de pecado. En ella se pusieron de manifiesto estructuras graves y concretas de pecado que se ensañan sobre todo contra los más débiles. Es una situación que rechaza la paz como don de Dios. En medio de esa situación de pecado hay personas que la superan y viven alternativamente ya en Venezuela. Ellas expresan un modo de habérselas en el que se revela la sobreabundancia de la gracia en medio del pecado.
Finalmente, Dios pasa por los que denuncian proféticamente esta situación de pecado y presentan propuestas superadoras a la misma. Pasa por los que conservan la dignidad y la actúan y viven alternativamente ya. Pasa por los productores y empresarios dignos que no se aprovechan de la situación. En el paso de Dios por la Venezuela de hoy, la libertad liberada y el Espíritu Santo son fundamentales para discernir actitudes libres. La libertad liberada ligada al Espíritu de Dios ha sido una constante al poner de manifiesto los grupos en los que pasa Dios hoy en Venezuela. A mi juicio, la acción del Espíritu de Dios desde abajo y desde dentro es algo que aquí se mostró y que es propio de la acción del Dios de Jesús. En esas personas viven con libertad liberada, obedecen al impulso del Espíritu y por él pasa Dios (cfr. DVH 29).
Reconciliación en Colombia
Desde el comienzo de la segunda parte del trabajo se presentó la cuestión fundamental que interesaba proponer en el discernimiento teológico: cuál es la voluntad de Dios para los colombianos en la presente situación histórica en la que viven.
En primer lugar, haber partido del reconocimiento de la realidad desgarradora de dolor y sufrimiento de las víctimas del conflicto armado, aparece como punto firme y garantía para posibilitar una verdadera reconciliación humana y cristiana en la sociedad colombiana. La búsqueda de la reconciliación y la paz en ese país tiene que partir del reconocimiento y de la reparación de las víctimas como condición de posibilidad de la paz verdadera y duradera.
En segundo lugar, la búsqueda y la realización de la paz en Colombia es algo intrínseco a la teología de la paz. Tiene su raíz última en la actitud no violenta de Jesús y en la totalidad de la praxis evangélica de Jesús de Nazaret. La teología de la paz hace de la paz el «eje vertebrador, el horizonte y principio hermenéutico de toda labor teológica» (CR 5). La paz es el elemento nuclear, estructural y fundante de toda teología de la paz. La teología debe hacer la paz como imperativo de la construcción del reino de Dios.
En tercer lugar, ahora bien, el proceso de reconciliación que busca la construcción de la paz en Colombia pasa inexorablemente por la recuperación de la memoria histórica como tarea profética; afronta la verdad desde los pequeños relatos que hacen historia; y pasa por la justicia que implica abrazarla, reconocerla y trabajar a favor de ella.
En cuarto lugar, ahora bien, la reconciliación entre víctimas y victimarios nos viene de Dios. La reconciliación es un proceso cuyo signo humano es la conversión. La reconciliación presupone el perdón y este ha de ser trabajado para lograr la paz y la justicia. El perdón de las ofensas es expresión del amor misericordioso. «Dichosos los misericordiosos porque encontrarán misericordia» (Mt 5,7).
En definitiva, tanto Pedro Trigo como Morales Martínez partieron del sufrimiento de las víctimas en su exposición teológica. En una y otra situación este punto de partida es garantía para elaborar una teología que discierna el paso de Dios en modo coherente y responsable.
Ambos teólogos respondieron, cada uno a su modo, desde sus realidades y con los argumentos aparecidos en sus ponencias, a la pregunta fundamental que la Comisión Teológica de la Conferencia de Provinciales Jesuitas de América Latina viene trabajando desde hace algún tiempo sobre cómo discernir hoy el paso de Dios en América Latina. Ambos han desbrozado cuáles son las mayores dificultades o escollos que detectamos en ese paso de Dios, concretamente desde el discernimiento de la realidad venezolana o desde la exigencia de reconciliación que Dios pide en Colombia.
A mi juicio, Dios sigue pasando y revelándose hoy en América Latina; el problema radica en saber discernir teológicamente cómo se da esa revelación presente. No basta repetir y recordar que Dios pasó en el pasado en nuestras realidades latinoamericanas. Es urgente, y aparece como reto para la misma teología latinoamericana, saber y poder discernir cómo es que el Dios de la vida y de la paz pasa hoy en medio de tanta violencia sobre todo de carácter estructural en nuestras realidades. Dios sigue pasando, pues, por América Latina hoy, es lo que se pone de manifiesto en la libertad liberada y la actualización del Espíritu de Jesús en al historia.