Espero que nuestros políticos (y no solo los de los "partidos emergentes") atiendan a las víctimas de la crisis y de la exclusión social, con las herramientas a su alcance: leyes, reformas, acción de gobierno, presupuestos, medidas estructurales
(Daniel Izuzquiza, sj. en EntreParéntesis).- Como todo el mundo sabe (al menos, todo el mundo que lea este post), ayer se constituyó el Parlamento español en su XI Legislatura, tanto en el Congreso como en el Senado. Por otro lado, hace dos días, salió a la venta el libro del papa Francisco «El nombre de Dios es misericordia«, que consiste en una conversación con el periodista Andrea Tornielli.
He pensado, pues, dedicar este post a ofrecer a nuestros representantes en el Parlamento una selección de temas y frases del Papa que les puedan ayudar en su tarea. Imagino que tendrán poco tiempo para leer el libro entero pero, al mismo tiempo, creo que puede dar algunas claves luminosas. Vamos allá. Son cinco.
[1] Habla el Papa de «las tentativas que Dios lleva a cabo para adentrarse en el corazón del hombre, para encontrar esa grieta que permite la acción de su gracia» (p. 52). La grieta. En una legislatura tan compleja como la que se abre, ¿sabrán los diputados y senadores buscar las grietas, las rendijas, los resquicios… para buscar el bien común, para ensanchar la justicia y la misericordia, para suscitar consensos? ¿O se bloquearán en los muros? El Papa confiesa que, en su misma experiencia personal, «incluso cuando me he encontrado ante una puerta cerrada, siempre he buscado una fisura, una grieta, para abrir esa puerta y poder dar el perdón, la misericordia» (p. 46).
[2] Hay que advertir que el lenguaje que usa el Papa en este libro es bastante explícitamente cristiano y se centra en el Año Jubilar de la Misericordia. Por eso, quiero centrarme ahora en las relaciones entre misericordia y justicia, que afectan mucho a la vida social y política. Dice así: «El cristianismo ha asumido la herencia de la tradición judía, la enseñanza de los profetas sobre la protección del huérfano, de la viuda y del extranjero. La misericordia y el perdón son importantes también en las relaciones sociales y en las relaciones entre los Estados» (p. 89). De hecho, sigue diciendo, «la capacidad de perdón está en la base de todo proyecto de una sociedad futura más justa y solidaria» pues, si falta, se «corre el riesgo de alimentar una espiral de conflictos sin fin» (p. 89). Más aún, «con la misericordia, la justicia es más justa, se realiza realmente a sí misma» (p. 90).

[3] Una expresión privilegiada de esto lo podemos ver y vivir en la relación con las personas presas. En España hay más de más de 65.000 personas encarceladas. El Papa critica que «a veces preferimos encerrar a alguien en una prisión para toda la vida en lugar de intentar recuperarlo, ayudando a que se reinserte en la sociedad» (p. 91). Recuerda también a muchas mujeres que visitan a sus maridos presos. «Se someten a la humillación de los cacheos. No reniegan de sus hijos o maridos que se han equivocado, van a visitarlos. Ese gesto en apariencia tan pequeño y tan grande a los ojos de Dios es un gesto de misericordia» (p. 86). Y concluye: «de esta compasión necesitamos hoy para vencer la globalización de la indiferencia» (p. 102). Porque lo que se afirma sobre las personas en prisión, se puede extender a todas las personas excluidas, marginadas, oprimidas.
[4] Hay también, en el libro, reflexiones específicas acerca de la corrupción, que me gustaría tuvieran presentes nuestros representantes políticos. «La corrupción no es un acto, sino una condición, un estado personal y social en el que uno se acostumbra a vivir. El corrupto está tan encerrado y saciado en la satisfacción de su autosuficiencia que no se deja cuestionar por nada ni por nadie» (pp. 93-94). Continúa el Papa: «El corrupto es el que se indigna porque le roban la cartera y se lamenta por la poca seguridad que hay en las calles, pero después engaña al Estado evadiendo impuestos y quizá hasta despide a sus empleados cada tres meses para evitar hacerles un contrato indefinido, o bien se aprovecha del trabajo en negro» (p. 94). Algo de esto sabemos en esta España nuestra de la crisis, la precariedad laboral y el aumento de la desigualdad. Lo peor es cuando la corrupción «es elevada a sistema, se convierte en una costumbre mental, una manera de vivir» (p. 91).
[5] Termino ya. El papa Francisco habla de una «Iglesia emergente» (p. 66), en salida, dinámica, creativa, móvil. Y afirma: «Espero que el Jubileo extraordinario haga emerger más aún el rostro de una Iglesia que descubre las vísceras maternas de la misericordia y que sale al encuentro de los muchos ‘heridos’ que necesitan atención, comprensión, perdón y amor» (p. 67). Yo espero que nuestros políticos (y no solo los de los «partidos emergentes») tengan también dinamismo y creatividad para atender a las víctimas de la crisis y de la exclusión social. Y que lo hagan con las herramientas que tienen a su alcance: leyes, reformas, acción de gobierno, presupuestos, medidas estructurales.










