El Padre Ángel ha transformado San Antón en un 'oasis de oración' y un centro de integración social
(Lucía López Alonso).- Ayer se celebró, en el madrileño barrio de Chueca, el tradicional día de San Antón, el patrón de los animales. La venta de los panecillos del santo y la famosa bendición de los animales domésticos tuvieron lugar durante todo el día, desde temprano, y por primera vez en la historia se llevaron a cabo no sólo en la calle, sino en la propia iglesia de San Antón, actualmente célebre por ser el primer templo en España abierto las 24 horas.
El Padre Ángel García, presidente de la ONG Mensajeros de la Paz, ha convertido San Antón en un icono de lo que debe ser una iglesia hoy: por un lado «oasis de oración», por el otro centro de integración social, un lugar para todos y para todo. Y es que, como si fuera una pequeña «casa común», en la iglesia de San Antón las personas que viven en la calle desayunan, cenan y duermen -el Padre Ángel ha acolchado los bancos del templo-, y sólo ahí dentro cada uno tiene su manta, su nombre y su digna libertad. «Yo soy el señorito: -dice el Padre, de casi ochenta años- tengo mi pijama en San Antón para cuando duermo allí».
Y como en su iglesia cabe todo, aunque su misión prioritaria sea «la acogida a los heridos de la vida», acompañar a los descartados y excluidos, el Padre Ángel también quiso ayer preservar la tierna tradición del día de los animales.
«Todo lo bueno es libre y salvaje»
Dice la leyenda que la noche de la víspera del 17 de enero los animales se sientan a hablar en el establo, esperando que llegue la mañana siguiente, cuando los sacerdotes los bendecirán. «Bendecir es desear lo mejor a los demás», dijo ayer por la tarde el Padre Ángel, con el agua bendita y el hisopo en la mano. Metido entre la gente, siempre ejemplo de la Iglesia en salida, el sacerdote casi no podía caminar, pues la calle se había llenado de forma extraordinaria e impredecible desde primera hora de la mañana.
Acompañados de una monaguilla en vez de un monaguillo -porque San Antón tiene más alma que los otros templos en todos los detalles, en todos los gestos-, el Padre Ángel y el Padre Fernando bendecían con las manos y con la sonrisa a cada una de las familias que presentaba a su mascota, y luego pasaba con ella a esta iglesia donde se las da la bienvenida con galletitas. Sin miedo a los ladridos y juegos de los animales más grandes -«todo lo bueno es libre y salvaje», escribió Thoreau-, los voluntarios de Mensajeros fueron acomodando a los dueños más mayores -también S. Antón es el santo de los ancianos; «no en vano vivió 150 años», explicó el Padre- en los asientos para oír la misa, hasta que no hubo hueco.
«Los animales son la máxima expresión del amor desinteresado», reflexionó el religioso. Perros y gatos no fueron los únicos protagonistas, porque la diversidad es el tesoro de San Antón: pájaros portados en sus jaulas, hurones, patos y pequeños hámsters demandaron ser bendecidos. El Padre Ángel preguntaba el nombre de cada uno y también hubo quien hizo la cola sin mascota, tan solo para saludar, tan sólo por agradecer al sacerdote y a la Fundación Mensajeros de la Paz ejercer la misericordia diariamente y en tantos lugares.
Y es que, si San Antón fue el fundador del monacato y aplicó su vida el «ora et labora» que un ángel le había enseñado, el Padre Ángel García, ángel contemporáneo, practica ese equilibrio hoy: rezar, bendecir, decir misa, pero sobre todo trabajar por las necesidades del otro. «La misericordia es la mirada de Dios», dijo desde un altar tan lleno de acólitos como de fieles y mascotas la calle. Acólitos que son, por cierto, los propios indigentes -toda una «escuela de monaguillos mayores»- que han encontrado en San Antón más que un refugio caliente, más que «panecillos para sobrevivir».
El encargado de dar la homilía en la celebración de la tarde, tras las famosas «vueltas de San Antón» por las calles, fue el obispo emérito de Segovia, Monseñor Luis Gutiérrez. Mientras el coro de la ONCE permanecía preparado para cantar y muchas personas escuchaban con sus gatos en brazos, sus ocas en canastillas, sus hurones en transportines o sus perros-guía al lado, habló de la responsabilidad de «distinguir entre aquello que es folklore y lo que es nuestro sentimiento religioso». «Hablar de San Antonio Abad -continuó-, hacerlo en el Siglo XXI, es un gran desafío».
Pero aunque sus palabras -«Dios creó los animales para que los hombres los usaran para todo lo que necesiten, pero no para sus orgías»- no estuvieron acordes a la modernidad de los gestos que tienen lugar en San Antón, la iglesia siguió llena de personas mayores pero también de innumerables jóvenes. Porque, de la misma manera que Dios «vio que todas las cosas eran buenas», en San Antón no se desprecia. Se practica la acogida y no la censura; el respeto por encima de la queja; la solidaridad más que la prédica.