Gregorio Delgado del Río

El reto de la laicidad

"La laicidad no puede cortarle a Francia sus raíces cristianas"

El reto de la laicidad
Gregorio Delgado

La laicidad, si es positiva, no es enemiga de la religión

(Gregorio Delgado del Río).- La decisión de la Comisión de fiestas del Ayuntamiento de Palma (no incluir la tradicional misa en el programa de fiestas patronales) ha suscitado diferentes valoraciones en los medios de comunicación, en las redes sociales, en el propio Obispado. A decir verdad, no comparto el trasfondo ideológico que se maneja por unos y otros. A este respecto, uno piensa que hay que alejarse del rancio ‘nacionalcatolicismo’; complementar ‘la aconfesionalidad’ con la ‘laicidad positiva’; superar la idea según la cual la laicidad es enemiga de la religión; entender la laicidad positiva como garantía de libertad y neutralidad; no reducir lo religioso a la esfera de la intimidad personal pues tiene una indudable dimensión pública; entender que la mención constitucional de la Iglesia católica y las demás confesiones (cooperación) significa algo importante salvo que se acerque a ella desde ‘el cerrilismo ideológico más obtuso’; etcétera.

El 20 de diciembre de 2007, en San Juan de Letrán, el entonces Presidente, Nicolás Sarkozy, dijo ante el Papa: «… nadie cuestiona ya que el régimen francés de laicidad es hoy una libertad: libertad de creer o no creer, de practicar una religión y de cambiarla por otra, de no ser afectado en su conciencia por prácticas ostentosas, libertad para los padres de hacer que se dé a sus hijos una educación conforme a sus convicciones, libertad de no ser discriminado por la administración en función de las propias creencias …».

¿Por qué hemos de ser tan sectarios y buscar siempre imponer a los demás nuestras propias convicciones, sean del signo que sean? Todos, absolutamente todos -poderes públicos y poderes religiosos, creadores de opinión y ciudadanos-, deberíamos sentirnos orgullosos de una sociedad que, ante todo y sobre todo, respetase la conciencia de cada cual. Todos, absolutamente todos, deberíamos entender que, a partir de la libertad de creencias, es lícito, como dijera Tomás Moro, hacer prosélitos. Pero, eso sí, debe hacerse ‘aportando razones’.

En una sociedad tan pluralista como la que nos ha tocado vivir, la laicidad se afirma como una necesidad y un instrumento de civilización. Volvemos otra vez al ex Presidente francés: «… la laicidad se ha afirmado como una necesidad y una oportunidad. Se ha convertido en una condición de la paz civil. Y por eso el pueblo francés ha sido tan ardiente para defender la libertad escolar como para desear la prohibición de signos ostentosos en la escuela…Siendo así, la laicidad no podría ser la negación del pasado. La laicidad no puede cortarle a Francia sus raíces cristianas. Ha intentado hacerlo; no habría debido».

Como Benedicto XVI, yo considero que una nación que ignora la herencia ética, espiritual, religiosa de su historia, comete un crimen contra su cultura, contra esa mezcla de historia, patrimonio, arte y tradiciones populares que impregnan tan profundamente nuestra manera de vivir y de pensar. Arrancar la raíz es perder la significación, es debilitar el cimiento de la identidad nacional y secar aún más las relaciones sociales, que tanta necesidad tienen de símbolos de memoria…

Por eso voto por el advenimiento de una laicidad positiva, es decir una laicidad que, siempre velando por la libertad de pensar, de creer y no creer, no considere que las religiones son un peligro, sino que son un valor«.

La laicidad, en consecuencia, no es enemiga de la religión. Al contrario, la valora positivamente. Eso sí, con neutralidad e igualdad. Libertad de creencias y de vivir cada cual la propia religión o ninguna. Pero, también hay que decir muy alto que esto «en modo alguno significa que las Iglesias hayan de dominar la sociedad, imponerle sus reglas, fijarle una moral» (Nicolás Sarkozy). ¡Cuándo lo comprenderán algunos!

En septiembre de 2008, Benedicto XVI visitó Francia con motivo del 150 aniversario de las apariciones de Lourdes. En el saludo de bienvenida, Sarkozy, «apeló (de nuevo) a una nueva laicidad positiva: una laicidad que una, que dialogue, no una laicidad que excluya o denuncie». Benedicto XVI supo recoger el reto y responder al mismo con una oferta de civilización. Tan es así que supo mantenerse en el mismo tono e, incluso, hacer suya «la bella expresión laicidad positiva». ¡Sorpresa en amplios sectores católicos! Pero, todo un paso trascendental de futuro.

Aquí están sus palabras: «En este momento histórico en el que las culturas se entrecruzan cada vez más entre ellas, estoy profundamente convencido de que una nueva reflexión sobre el significado auténtico y sobre la importancia de la laicidad es cada vez más necesaria. En efecto, es fundamental, por una parte, insistir en la distinción entre el ámbito político y el religioso para tutelar tanto la libertad religiosa de los ciudadanos, como la responsabilidad del Estado hacia ellos y, por otra parte, adquirir una más clara conciencia de las funciones insustituibles de la religión para la formación de las conciencias y de la contribución que puede aportar, junto a otras instancias, para la creación de un consenso ético de fondo en la sociedad«.

Como recordó Gabriel Albiac, «la laicidad, fijada por la ley de la separación entre Estado e Iglesias, es lo mejor que le ha sucedido a la Iglesia católica en el s. XX. Porque eso la hizo definitiva e irreversiblemente libre de cualquier constricción mundana: de un modo particular, de esa forma inevitablemente corrupta de la constricción mundana que es la política». Sin duda alguna. Verlo así, aceptarlo y vivir en ese ámbito de libertad e igualdad no es empresa fácil. Sobre todo, cuando, históricamente, se ha estado acostumbrado a cobijarse en la solana que más calienta. Pero, en los tiempos que corren, es absolutamente imprescindible.

Garantizada su plena libertad para evangelizar, la Iglesia en España podría aportar -ya lo hace en algunos aspectos- una contribución específica en múltiples campos del quehacer humano, como la educación de los jóvenes; la superación de la situación social marcada por la distancia entre pobres y ricos; el estado de la casa común (la degradación del medio ambiente), que hay que respetar, proteger y cuidar; el compromiso con todos los derechos humanos (también los religiosos), con su promoción y su tutela efectiva en la propia Iglesia y en la comunidad política; la paz y la reconciliación entre los distintos pueblos y regiones; la efectiva creación de una ética individual y social, que rija la convivencia entre todos en todas las manifestaciones de la vida laboral, profesional y social; etc., etcétera.

Cooperación mutua, impulsada desde la misma Constitución, que solo, desde ‘el cerrilismo ideológico más obtuso’, puede negarse.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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