No resulta difícil establecer paralelismos entre la historia que cuenta Spotlight y los escándalos que han azotado a otras diócesis en Estados Unidos, Austria, Irlanda, Australia, Alemania, Italia, India, Kenia... o España
(Jesús Bastante).- Este viernes se estrenaba en las salas de nuestro país «Spotlight», película que aborda la investigación llevada a cabo por periodistas del Boston Globe y que destapó el escándalo de abusos sexuales a menores en Massachusetts y la complicidad de la estructura eclesial contra centenares de depredadores de niños (249 sólo en esta diócesis, tal y como recoge la investigación). Miles de niños y niñas fueron violentados ante el silencio cómplice de toda una comunidad, y el encubrimiento del cardenal Law, todavía hoy «desterrado» en el Vaticano para no enfrentarse, como debiera según los hechos, ante la Justicia.
No resulta difícil establecer paralelismos entre la historia que cuenta Spotlight y los escándalos que han azotado a otras diócesis en Estados Unidos, Austria, Irlanda, Australia, Alemania, Italia, India, Kenia… o España. La dinámica siempre es la misma: sacerdotes o religiosos que aprovechan las situaciones de debilidad, pobreza, violencia, desamparo, o simplemente la confianza ciega en los líderes religiosos de su comunidad, y que abusan física, psicológica, moral y/o sexualmente de ellos.
En la mayoría de los casos, las víctimas (o «supervivientes», como los denomina el filme) sienten sobre sí un doble yugo, que hace de su vida un compendio de obstáculos difíciles de salvar: de un lado, la violencia ejercida contra ellos; del otro, la sensación de culpabilidad. Como si el culpable de los abusos fuese el menor, por permitirlos, soportarlos, o por atreverse a denunciarlos.
La respuesta, al menos hasta el momento, también resulta similar. Tapar los escándalos, lavar los trapos sucios en casa, evitar que se aireen, tratar de llegar a acuerdos en privado, trasladando a los sacerdotes de ocupación, localidad o función ministerial, pero sin afrontar el verdadero problema ni colaborar decididamente con la justicia.
Sería injusto, por falso, afirmar que la Iglesia es un nido de pederastas depravados, o que existe una red a nivel global que fomenta los abusos a menores. Pero lo cierto es que, por sistema, en todo el mundo, la reacción a este tipo de escándalos, cuando la víctima -después de lograr sobrevivir, lo que supone una auténtica heroicidad- se atreve a dar el paso de denunciar, es la misma: ningunear los abusos, minimizarlos, y tratar de que el caso no trascienda, apelando al «daño» que la publicidad pueda hacer a la Iglesia. En definitiva: proteger a los «suyos», dejando claras, por acción u omisión, las preferencias entre víctimas y victimarios. Una cuestión de clergyman.
Spotlight es un hermoso y necesario homenaje a la profesión periodística. Al buen periodismo de investigación, el que busca los hechos y los cuenta desde el punto de vista de los mismos, siempre teniendo en cuenta a los que sufren, los humillados, los que no tienen voz. La noble tarea de colocarse al otro lado del poder establecido -en este caso religioso, pero también político, económico o judicial- para tratar de poner el foco en la verdad. Cueste lo que cueste, pese a las presiones, que como narra fehacientemente (damos fe de ello) el filme, existen, y con una fuerza que el ciudadano común no lograría advertir.
No es ésta una película de mafiosos, ni de violencia gratuita, ni de acción inusitada. Es un relato fidedigno, y necesario, de delitos, pecados y corrupciones, una historia de impunidad (el momento en que el cardenal «regala» un Catecismo al nuevo editor del diario es, simplemente, brillante), y de cómo la tremenda honestidad de las víctimas, y el trabajo bien hecho de unos periodistas, consiguió destaparlos. El periodismo contra la barbarie, también la de los depredadores de menores en la Iglesia.
Catorce años después, la publicación del escándalo de abusos sexuales a menores en la diócesis de Boston continúa siendo un ejemplo de la actuación de parte de la jerarquía ante esta lacra, y un desafío a la política de «tolerancia cero» auspiciada por Benedicto XVI y que Francisco parece determinado a llevar a término, con todas las consecuencias. Se han dado algunos pasos, pocos, pero impensables hace apenas algunos años. Sin embargo, queda mucho por hacer. Los ejemplos de escándalos continúan en boca de todos, y las actitudes de algunos responsables eclesiásticos resultan -ahora como entonces- simplemente deplorables.
Afortunadamente, también existen ciudadanos -periodistas, abogados, investigadores, policías, jueces, religiosos…- que, en mayor o menor medida, tratan de buscar la verdad. Porque, como repite una y otra vez Francisco a la hora de hablar de la pederastia en la Iglesia, «la verdad es la verdad, y no puede ocultarse». Caiga quien caiga. Poniendo un «foco de luz» para alcanzar la verdad, la aplicación de la justicia, y un respeto exquisito hacia los menores víctimas de unos abusos intolerables.
Ojalá esta película –nominada a seis Óscars, entre ellas mejor película, director y guión original- sirva para remover conciencias, cambiar actitudes y terminar definitivamente con la impunidad de quienes son tan culpables de la pederastia como los mismos violadores. Porque la inmoralidad no prescribe. Ni la memoria.
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