El carnaval es el gran igualador: las relaciones de autoridad se invierten
(Manuel Mandianes).- El 2 de febrero es el día en que, según la tradición europea, el oso sale de su madriguera para observar la luna. Si es luna llena, el carnaval no tendrá lugar hasta cuarenta días más tarde. El carnaval anuncia el final de los rigores del invierno y el estallido de la primavera. La Pascua se celebra en la primera luna llena de primavera. La fecha más tardía posible de la primera luna llena de primavera es el 18 de abril; si cae en domingo, la Pascua se retrasa al 25 del mismo mes: ocurrirá en el año 2038. La insistencia en asociar la Pascua a la luna porque ésta denota perfección.
El origen de esta creencia podría ser el mismo texto del Génesis: el cuarto día «Dios creó los dos luceros mayores: el grande (el sol) para iluminar el día y el pequeño (la luna) para iluminar la noche» (Génesis 1, 14-19). Dios creó, pues, un mundo perfecto al crearlo en esta primera semana con una luna llena. La luna crea el tiempo porque varía y aparece como su primera medida.
El carnaval tal vez sea la continuidad de ceremonias funerarias de las que guardan memoria la Ilíada y la Odisea. Los ritos y ceremonias carnavalescos tienen la finalidad de poner a las almas y facilitarles el recorrido de su camino, la Vía Láctea, que en Galicia se llama de San Andrés y en Portugal de Santiago; para que aquellas lo recorran es necesario que el sol se encuentre en una determinada posición y la luna en una determinada fase. Estas condiciones se cumplen en el momento del carnaval. Creía la vieja Europa que las almas de los muertos venían de la luna con la lluvia en forma de abeja.
Las celebraciones del carnaval mantienen, al menos, en cierto grado, la libertad inicial y original, y se vuelven contra todo tipo de autoridad civil, religiosa, política. Buena parte de las comparsas tienen un marcado tono crítico, sarcástico y mordaz. Monjas regentando prostíbulos, religiosos echando la bendición con su pene gigante. Someten a sacerdotes, al papa, a los gobernantes a prácticas humillantes. Las relaciones de autoridad se invierten, los que mandan obedecen y los que obedecen mandan. Los criados mandan y los señores obedecen.
Durante el carnaval se suspende el rigor de las normas que regulan el comportamiento y la vida social. El carnaval es un período de licencias y transgresiones; es el gran igualador. Los conflictos sociales se expresan sin confrontación, dejando salir lo oculto, abriendo la puerta a todos los fantasmas. Sólo hay ansia de otra cosa sin saber qué es esa otra cosa. El carnaval saca a la luz cosas ocultas para que permanezcan ocultas. «Cambiar todo para que todo siga lo mismo».
El carnaval rompe con las formas típicas de la vida social, con los hábitos cotidianos que identifican al grupo y al individuo que se disuelve en el acontecer colectivo, y se olvida del mundo; libera de los dioses que hay que respetar, de las leyes que hay que cumplir, de las virtudes y de los protocolos que hay que practicar todos los días. El amor y la embriaguez eliminan los límites con los otros individuos. La disolución de la conciencia individual causa placer porque destruye las barreras y los límites que la persona siente en la vida cotidiana. Se puede decir aquello que escribió O. Wilde: «Nada se parece tanto a la inocencia como la falta de discreción descarada». El sentimiento sustituye la razón y el convencimiento. Muchas máscaras llevan cencerros a la cintura y utilizan otros instrumentos de hacer ruido con los que tratan de expulsar todo espíritu contrario al bienestar de la comunidad que lo celebra.
El estar al lado de otros cubre la necesidad que el ser humano siente, al menos de vez en cuando, de estar al lado de otros aunque sean otros a quienes no amamos ni odiamos porque no los conocemos ni nunca hemos visto. Se trata de una vecindad física, local, sin voluntad duradera más allá de esto que está ocurriendo. Todo lo que es profundo ama la máscara, que es una respuesta a la experiencia de lo elemental. «Lo bello no es nada más que el comienzo de lo terrible», escribe Rilke en Elegías del Duino. El carnaval es la personificación de esa fuerza desconocida, que no tiene nombre, la expresión de un deseo sin límite, un universo sin reglas anterior a la conciencia y a la capacidad de arbitrio. El lado oscuro, que no tiene rostro, que no aparece en cuanto tal en ningún sitio ni nunca, lo domina todo y hace que cada yo no sea uno sino varios.
El carnaval da rienda suelta a las represiones, permite reírse de quien nos machaca y contra quien no podemos nada; es la expresión del miedo a algo sin límites bien definidos. Los monstruos y las figuras representan y banalizan lo siniestro, lo amenazante de la vida cotidiana. Los monstruos y los zombis que pueblan las pantallas de los cines y la televisión son un carnaval y el carnaval es como una película de monstruos; y todos son el síntoma de una enfermedad. El sujeto del carnaval es la masa, el abismo indiferenciado, el mundo dionisiaco. El carnaval expresa, canaliza, vehicula esa fuerza, al mismo tiempo que protege de ella en la medida en que la exterioriza. Sirve sobre todo, como los circos romanos, de pretexto y desahogo a lo irracional, de regresión del individuo a su condición de parte de la tribu, de pieza gregaria en la que, amparado en el anonimato cálido de la tribuna, el individuo da rienda suelta a sus instintos.
Cuanto más libre es una sociedad más se aleja el carnaval de sus orígenes y hasta de sus transformaciones históricas para adquirir un significado nuevo y distinto de los anteriores. Muchos carnavales son macro fiestas al aire libre y botellones disfrazados. El reconocimiento de la existencia de carnavales, a veces diferentes hasta irreconocibles como tales si se comparan entre sí, no significa ni oposición irreducible ni equivalencia sino pluralidad muy de acuerdo con la posmodernidad. En la actualidad se cruzan y conviven diferentes sistemas de valores en las calles por donde se pasean los enmascarados que parecen imposibilitar una única interpretación del carnaval. Hoy la máscara es como una manera de crear un sujeto colectivo compuesto de miles de individuos sin nombre e irresponsables de sus acciones.
Todo enmascarado, por definición, es un ser que vuelve del otro mundo. Nadie, a no ser ellos, podría disfrutar de la libertad que disfrutaron y siguen disfrutando los enmascarados. Los del otro mundo, que viven alejados de los urbanitas de este mundo, invaden el espacio urbano durante los días de carnaval que se celebra contra los elementales poderes de la fortaleza del teatro de la vida, con sus dioses de la ciudad, sus leyes, virtudes, obras plásticas, narraciones y su prudencia política. El carnaval no reconoce los límites naturales del mundo griego cuyo traspaso era la hybris, ni tampoco los límites del mundo cristiano cuyos límites estaban definidos por los mandamientos y saltárselos era pecado. Lo que queda como fondo es la desmesura. El carnaval es como el relato de lo terrible, la angustia y la locura, una representación que hace apetecible o creíble un discurso o un producto.
El poder civil, político o religioso prohibió el carnaval por la subversión simbólica del orden y muchas veces tanto la Iglesia como el Estado lo admitieron como mecanismos, más o menos eficaces, de regulación de las tensiones sociales por una flexibilización de las normas que regulan la vida social porque todo queda en palabras, chirigotas, chances, a veces de mal gusto, y nada de importancia. Mirado desde la lógica del estatus quo, el carnaval es una representación incoherente y absurda del mundo que aporta soluciones ineficaces pero lógicas y coherentes desde el punto de vista del subversivo. Los carnavales más antiguos guardan ritos anteriores al cristianismo que convivieron con el cristianismo en un mundo rural durante mucho tiempo.
En nuestros días, ha vuelto con fuerza gracias a las nuevas categorías diferentes de las aristotélicas que constituyen un nuevo saber; gracias a la secularización que ha dado al traste con las referencias litúrgicas que marcaban el calendario y gracias a la retirada en desbandada de las ideologías sociopolíticas y de las instituciones que las sustentaban. Cuando los ritos que eran puntos de referencia dejan de ejercer como tales, los grupos inventan otros de autocreación existencial que reemplaza a la trasmitida por los antepasados, que no se somete a reglas ni reconoce otros límites más que el deseo; dan paso a celebraciones sin ideología, sin significado más allá de un acontecimiento festivo, libertino, manipuladas, en general, por intereses económicos.