Gregorio Delgado

Un gran desafío para la Iglesia en España

"Me gustaría que nuestros Obispos tuviesen el coraje de interpelar"

Un gran desafío para la Iglesia en España
Gregorio Delgado

(Gregorio Delgado, catedrático).- Cuando apenas había tenido tiempo de percatarse sobre su nueva función, el Presidente del Congreso se dirigió a la Convención de cristianos socialistas y les legó este mensaje programático de futuro: «En España nuestra historia, los desencuentros violentos de nuestra historia, hace que aún las posiciones de los laicistas y cristianos mantengan rastros de trinchera. De que una posición y otra se vean como adversarios irreconciliables. Y, sin embargo, a estas alturas del nuevo siglo, debemos hacer todos una reflexión más pausada, más tolerante; ha habido demasiada violencia, demasiado enfrentamiento, demasiado darse la espalda. Es hora de la reconciliación ciudadana, también en este tema».

No se equivoca. Es una realidad actual. La sociedad en España se manifiesta rasgada en dos pedazos. Quizás nunca -a partir de la transición después de la muerte del dictador- los españoles hemos sido víctimas protagonistas de tanto enfrentamiento, de tanta división y separación, de tanto odio. La situación actual de rencor mutuo se palpa con un ligero toque de las manos. Por mucho que se intente ocultar -y se intenta- bajo la piel de la invocación de supuestas libertades y valores democráticos, lo cierto es que la enfermedad que nos aqueja asoma la oreja de modo ostensible.

Esta misma evidente percepción ha sido subrayada y lamentada recientemente por el Card Sebastián en los siguientes términos: la Iglesia durante la transición política «… tuvo una voluntad decidida de superar los enfrentamientos y exclusiones de los españoles por motivos religiosos e ideológicos». Innegable, como ha reconocido todo el mundo. El esfuerzo de todos -incluso los más opuestos ideológicamente- permitió, como también ha recordado, que «la convivencia estuvo (iese) vigente durante algunos años pero hemos retrocedido, hemos vuelto a las exclusiones y los enfrentamientos».

En este momento presente (sin pretender una descripción exhaustiva de los síntomas y causas de la grave enfermedad que nos aqueja), podemos poner sobre la mesa algunas palabras que a cualquiera le evocan realidades que no le gustan, carencias que lamenta, peligros que teme, seguridades que entiende no están garantizadas, insuficiencias que no se atienden, vacíos que se anhela cubrir.

Entre otras, podemos mencionar éstas: verdad, mentira, veto, sectarismo, enfrentamiento, moderación, buenos y malos, diálogo, valores, soberanía de la persona para decidir su destino, violencia ideológica y física, manipulación informativa, distinta vara de medir, lavado ideológico, libertades y derechos, miedo, dividir y separar, desinformación, altanería política, contravalores subvencionados, cordones sanitarios, laicismo, libertad religiosa, igualdad, neutralidad, tolerancia y respeto, pobreza, responsabilidad y compromiso, servicios públicos básicos, concordia y reconciliación, sistema social y económico, desconfianza, juzgar a los demás, linchamiento moral del otro, dimensión colectiva y social de la fe religiosa, etcétera, etcétera.

Lo que acabamos de relatar ejemplifica un auténtico fracaso colectivo. Es fundamental no engañarnos en el diagnóstico. La situación de nuestra convivencia civil es muy lamentable. Está plagada de problemas a resolver y superar con el esfuerzo y la colaboración de todos y cada uno de nosotros. Si hemos llegado a este estado de cosas ha sido por la cómplice cooperación de todos: fuerzas políticas, instituciones, ciudadanos. Nadie puede declararse exento y excluirse. Tampoco los grupos religiosos. Es responsabilidad de todos.

¿Qué hemos hecho tan mal en los últimos tiempos para corromper de modo tan intenso nuestra convivencia? ¿Por qué se considera, en muchos ámbitos sociales, como algo normal y hasta saludable, estar instalados en la venganza, en el pase de factura por el pasado, en el linchamiento moral de quien piensa de diferente manera, en destruir lo mucho positivo que hemos logrado construir entre todos? ¿Por qué no ponemos tanta energía a contribución de la paz y la reconciliación entre todos? ¿Por qué no nos empeñamos en protagonizar una amplia reforma moral de nuestra sociedad?

Si algo viene impulsando el papa Francisco es poner en sintonía a la Iglesia con las grandes desafíos de la humanidad. En el marco de su liderazgo profético y moral, ha optado decididamente porque la Iglesia protagonice nuevos espacios de colaboración con la humanidad, tales como el medio ambiente y el destino de la casa común, el narcotráfico, el aborto, el sistema económico y financiero, la inmigración y los refugiados, la paz y la cooperación entre los pueblos, la pobreza, etcétera. Pues bien ¿por qué la Iglesia en España no podría hacer suyo, como gran objetivo pastoral, colaborar en la tarea de sanación de la convivencia entre los españoles? ¿Acaso no les parece a nuestros obispos un reto apasionante? ¿Acaso piensan que tal pretensión se sitúa fuera del marco evangélico? ¿Quizás -muchos de ellos- entienden que tal objetivo no se enmarca en la nueva evangelización?

Lo que, a mi entender, parece innegable es que, sin olvidar otros posibles objetivos pastorales, contribuir al cambio de rumbo de la sociedad actual -cooperar en una auténtica y profunda reforma moral- debería revestir para ellos carácter prioritario. ¿Por qué, entonces, no lo han incluido en el Plan Pastoral 2016-2020?

Tengo la impresión que no están en lo que celebran; que, a lo sumo, temen la que se puede avecinar; y, si levantan su voz, es para pedir a la clase política (es decir, a los otros) que se «imponga el buen sentido y el servicio al bien común» (Card Blazquez). Lo cual me parece positivo. Pero no se da un paso al frente y se ofrece además cooperación activa para protagonizar un movimiento de auténtica reforma moral. ¿Por qué tanto temor que atenaza el espíritu? ¿Acaso no se atreven a abordar la reforma de la propia casa sin la que es imposible cualquier movimiento verdadero de reforma y evangelización? No lo sé. Pero conviene que se aclaren.

Sin duda alguna, abrazar el desafío que proponemos, exigiría de la Iglesia un inmenso esfuerzo de adaptación, de reforma, de cambio en muchos usos jerárquicos y clericales. Exigiría además una puesta a punto y una aceptación efectiva de las nuevas orientaciones papales para la nueva evangelización. Exigiría una revitalización de muchas energías debilitadas y mortecinas. Supondría, por otra parte, un estímulo importante que la saque de su letargo autoreferencial y de tanto miedo como atenaza a muchos ante cualquier cosa que se mueve. Significaría un testimonio vivo de su voluntad de servicio al ser humano en sus preocupaciones y deseos.

Aportaría, por último, una ocasión única de revisar y relanzar múltiples servicios eclesiales como, por ejemplo, en el campo de la educación, en la predicación en las celebraciones litúrgicas, en el uso de los medios de comunicación social de titularidad propia.

En definitiva, me gustaría que nuestros Obispos tuviesen el coraje -ya les precede el papa Francisco- de interpelar y provocar a la sociedad española ahora sumida en profundas contradicciones de carácter político, económico, social y hasta religioso. Todavía están a tiempo.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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