El "diablo" anida en nuestras basuras del ayer para coartar nuestras iniciativas de cambio
(José Luis Ferrando Lada).- La Cuaresma del Año de la Misericordia. Sobre la Cuaresma de un año Jubilar nos dice el Papa Francisco: «la Cuaresma de este Año sea vivida con mayor intensidad, como momento fuerte para celebrar y experimentar la misericordia de Dios». Es toda una invitación a un «plus» de todo lo que significa la Cuaresma en el itinerario de nuestra vida cristiana.
La «revisión a fondo» es la primera llamada de este tiempo de gracia. Una especie de «itv», en la que sin «autoengaños» miremos a fondo los puntos esenciales de nuestro compromiso cristiano, ya que lo que está en juego es la calidad de nuestra vida cristiana. Este primer paso pondrá en evidencia nuestras fortalezas, nuestra amenazas, nuestras debilidades y oportunidades. Una especie de «Dafo» personal.
La tentación muchas veces, después de este primer movimiento es «resetear» parcial o totalmente nuestra vida. Pero no es el caso. El pasado, dicen los poetas, no lo pueden cambiar ni los dioses. Por eso el primer objetivo es asumir con serenidad y con paz un pasado de luces y penumbras: de luchas y de deseos, de incoherencias y contradicciones…en una palabra, de una vida a jirones, pero de vida «vivida». Esta reconciliación con la temporalidad transcurrida nos abrirá a un presente fecundo y a un futuro esperanzado. La mirada hacia atrás no debe lastrar nuestra ilusión por «renovar», hacer más auténtica, nuestra vida cristiana. El «diablo» anida en nuestras basuras del ayer para coartar nuestras iniciativas de cambio. ¡No lo olvidemos!.
El primer paso a dar sería revisar nuestras conexiones, nuestra relación con nosotros mismos, con Dios y con los demás. Para ello hemos de sabernos claramente «in itinere», en camino, «in fieri», haciéndonos. Esto nos cuesta aceptarlo, pero no significa una aceptación de la pasividad, sino una dosis de realismo. Un «chute» de autoestima de la buena. Una terapia saludable. Ir paso a paso. Mirando hacia delante.
La conexión con Dios es la más complicada. La herramienta necesaria es la oración. Pero muchas veces se presenta en forma de silencio. Miqueas es más explícito: «clamarán entonces a Yahveh, pero Él no les responderá: esconderá de ellos su rostro en aquel tiempo, por los crímenes que cometieron» (Mi 3, 4). Dios espera en silencio para remover el corazón del hombre y hacerle volver a su amor: «Yahveh, no te quedes callado, Señor, no estés lejos de mí» (Sal 35, 22). «Hacia ti clamo, Yahveh, roca mía, no estés mudo ante mí; no sea yo, ante tu silencio, igual que los que bajan a la fosa» (Sal 28, 1). Aceptar su presencia, desde una fe razonable, cuando todo a nuestro alrededor grita su ausencia no es fácil. La relación con Dios es muy experiencial, absolutamente personal, no trasferible. «El Señor hablaba con Moisés cara a cara, como un hombre habla con su amigo» (Ex 33,11). Está marcada por una huella digital, que nos abre a su relación y con un código de barras único. Descubrir la necesidad y primacía de esta relación con Dios es esencial para la vida cristiana. Este es un camino siempre inacabado. Dos certezas lo definen: Dios nos busca y tenemos que aprender a percibirle, pero para ello hemos de ponernos a la escucha. Él nos respeta.
Y, finalmente la conexión con los demás, que está totalmente relacionada con las anteriores. Esta relación se define por nuestra relación con el otro, matizada por nuestra relación con el Otro, y también con nosotros mismos. Si esta conexión «trifásica» funciona bien, sentiremos menos la frustración de la impotencia para llevar adelante nuestros compromisos y el aguijón de nuestras claudicaciones. En esta conexión con los demás juega un papel relevante la auténtica fraternidad. Todo hombre es mi hermano, y particularmente aquel que sufre, que se encuentra al margen, que padece nuestra violencia o que es simplemente víctima de nuestros sistemas. Nos dice el Papa Francisco en el mensaje de Cuaresma: «Ellas (las obras de Misericordia) nos recuerdan que nuestra fe se traduce en gestos concretos y cotidianos, destinados a ayudar a nuestro prójimo en el cuerpo y en el espíritu, y sobre los que seremos juzgados: nutrirlo, visitarlo, consolarlo y educarlo… Será un modo para despertar nuestra conciencia, de implicarnos ante el drama de la pobreza, y un modo de entrar en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina. En el pobre, en efecto, la carne de Cristo se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga… para que nosotros lo reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado».
Por eso estamos llamados, con imaginación creadora a reinventarnos, a posibilitar la acción de conversión del Espíritu Santo en nuestras vidas. Este deseo lo expresa el Papa Francisco: «La Cuaresma de este Año Jubilar, pues, es para todos un tiempo favorable para salir por fin de nuestra alienación existencial gracias a la escucha de la Palabra y a las obras de misericordia». Esta tiene que ser la Cuaresma de respirar profundamente mirando arriba, mirando al lado, mirando adentro para reiniciar un camino de vida cristiana de Misericordia, camino de una Pascua nueva, «el cielo nuevo y la tierra nueva, donde no existirá más la muerte ni el dolor, ni el llanto ni sufrimiento, porque todo ha sido hecho nuevo» (Ap 21,1.4). Atención, nuestras rutinas son el gran reto a nuestros ideales.