Antonio Aradillas

Santos misóginos

"La urgencia de cambio tiene caracteres cada día más apremiantes"

Santos misóginos
Antonio Aradillas, columnista

El pecado habría de tener siempre nombre de Eva y no de Adán

(Antonio Aradillas).- La misoginia -«aversión a las mujeres»- ha definido y define a no pocos santos que, canonizados o no, nos desvela oficialmente la Iglesia como otros tantos modelos de comportamientos cristianos y como intercesores-mediadores entre Dios y los hombres.

La aversión -«repugnancia u odio que se tiene a una persona o cosa», en este caso a las mujeres, por mujeres,- ni es ni será jamás concepto y expresión ni cristiana ni humana.

Formular y defender este principio en ámbitos religiosos equivaldría a la erección de un monumento tedioso a la irracionalidad y al delirio, lo que «por fas o por nefas», sería fácilmente explicable solo con que se relean la historia eclesiástica, catecismos y libros «piadosos», y se intente poner al día con las noticias relacionadas con los acontecimientos, cartas pastorales, cánones del Derecho Canónico, prédicas y comportamientos de los hombres de la Iglesia, con ecos de aplausos carpetovetónicos de algunos seglares instalados en cargos para- jerárquicos, e impertérritamente obstinados en que las cosas sigan el curso de siempre, sobre todo por evitar así, con comodidad y leyes, los sobresaltos que en sus respectivas profesiones, sinecuras u oficios , con inclusión de los eclesiásticos, habría de suponerles la presencia de las mujeres, tal y como ya está comenzando a ocurrir.

Defender la misoginia, y más por motivos y con argumentos «religiosos», es actividad y conducta anticristiana, además de inactual, retrógrada y pagana. Filósofos griegos , teólogos judíos e intérpretes acérrimos del Corán y de otros libros sagrados, han de sentirse «santamente» satisfechos a consecuencia del fervor con el que, aún dentro de la propia Iglesia, doctrinas misóginas o afines, fueron acogidas con devoción y el compromiso de hacerlas suyas a perpetuidad, con expulsión automática del sexo femenino, de cuantos ministerios habían sido patrimonio propio y específico del hombre, por su condición de varón.

Si la liturgia sagrada precisa revisión urgente y profunda, cuanto tiene relación con la mujer en la concepción de la misma y en su expresión en el Año Cristiano- Santoral, su profundidad y urgencia se acrecientan con caracteres más apremiantes e inexcusables. La misoginia, con la proporción del ejemplo y de la doctrina que identificó, e identifica, a determinados «santos», y a la de que no pocos de ellos aspiran en el organigrama cristiano, habrá de descalificarse como necio e inverosímil vicio o pecado.

De los santos defensores y practicantes de la misoginia, lo más grave y que puede y debe aseverarse es que jamás leyeron el santo Evangelio, ni se percataron de los ejemplos que Jesús nos legó en relación con las mujeres, obsesionados con que el pecado, por definición y revelación divina, habría de tener siempre nombre de Eva y no de Adán, entre otras razones, por la de que «vir» -«varón y virtud»-, posee los mismos progenitores semánticos, ajenos totalmente al género femenino.

Me limito en esta ocasión a la cita de algunas frases – símbolos y banderas de la doctrina «canonizada» que contiene el Santoral- Año Cristiano, en la festividad de algunos de sus santos, protagonistas de páginas tan sagradas y tan «ejemplares». Los comentarios habrán de hacerlos los lectores.

San Pablo es el Capitán General en lo relativo a la defensa de la discriminación radical de la mujer por mujer, no solo en la sociedad sino, por supuesto, dentro de la propia comunidad eclesial, tal y como lo demuestra en sus Cartas, con relevante mención para los textos de 1 Cor. 2,3;14, 34-35; Ef. 5,22-24 y Col. 3, 18-19, siendo justo reconocer que el tema no lo tiene suficientemente claro , y se contradice, en 1 Cor. 3,21-23; Rom. 14, 7-9 Gál. 3 y Col. 3,11, resultando de todas formas misterioso que no pocas mujeres no se hayan dado de baja en la nómina de la cristiandad al sentirse así tratadas por el co- fundador de la Iglesia.

San Agustín, converso, padre de «Adeodato», es a la vez, padre, entre otras, de las siguientes palabras: «El marido ama a la mujer, pero la odia porque es mujer«, «Puesto que la mujer condujo al hombre al pecado, es justo que reciba al hombre como esclava del soberano». «Si se estudia por qué Dios ha creado a la mujer, no se encuentra otra razón más profunda que la de la procreación de los hijos».

Tertuliano recordó, repetidamente y con satisfacción, «no estar permitido que la mujer hable en la Iglesia, ni bautice, ni ofrezca la Eucaristía, ni participe en las funciones masculinas, ni mucho menos en el sacerdocio».

Antes o después de averiguar el sentido y el contenido de las palabras «crisorroas», «gozeta», «monofisita», «monoteleta» y «sinaxarios», adscritas de alguna manera a la vida ascética de San Juan Damasceno, último Santo Padre de la Iglesia Oriental, es obligatorio percatarse de su definición de mujer como «burra tozuda y gusano terrible para el corazón del hombre«, con el explícito recuerdo de haber sido «la causante de que Dios expulsara a Adán del Paraíso».

Santo Tomás de Aquino, «primero en la teología escolástica», hijo menor de los doce hermanos que tuvo su madre la condesa Teodora, autor de la «Summa Theológica» y de los «Comentarios a la Sagrada Escritura», «siempre en la cúspide del pensamiento católico», les sigue recomendando a sus discípulos «la necesidad de comenzar virilmente la gran batalla del destino», antes y después de adoctrinar que «la mujer era y es un varón frustrado», y de aseverar que «ella, por mujer, es inferior en dignidad y en virtud al hombre», y de que «ha de negársele a la mujer la comunicación directa con Dios«, dado que » en efecto, el hombre es el principio y el fin de la creación, como Dios es el principio de toda la obra creada».

«Mulier» -vide peccatum», y «mulier, tota in útero», son expresiones adoctrinadoras con carácter dogmático, ya desde los primeros grados catequísticos, con las debidas licencias eclesiásticas episcopales.

Citas similares conciertan, abruman y conforman una enciclopedia, sin añadiduras espurias anticlericales de ninguna clase y condición. Y es que «por su propia esencia», la profesión indecorosa de «santos misóginos» jamás podrá simultanearse, ni ocupar emplazamiento alguno en el calendario litúrgico.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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