Hilari Raguer

Los relatos evangélicos de la Pasión

"Lo más importante de los relatos de la Pasión es el final: la proclamación de la Resurrección"

Los relatos evangélicos de la Pasión
Hilari Raguer

La representación tal vez más antigua de Jesús en la cruz es un relieve de talla de madera en la puerta de la basílica de Santa Sabina, en Roma, del siglo V

(Hilari Raguer osb).- La meditación de la Pasión del Señor es una práctica de la piedad cristiana, provechosa en todo tiempo pero muy especialmente en el llamado precisamente de Pasión. Sin embargo, el lector moderno puede sentirse decepcionado al leer los relatos evangélicos, porque su enfoque no coincide con el de los evangelistas.

El lector moderno está acostumbrado a los relatos y las imágenes de desgracias o de crímenes que difunden los medios de comunicación, relatos sensacionalistas y truculentos, y esperaría algo por el estilo en los evangelios de la Pasión. Incluso sin morbosidad, por devoción, el lector cristiano quisiera conocer los detalles de los sufrimientos de nuestro Redentor, y no los encuentra en los evangelios. Busca entonces comentarios históricos que los describan, pero no bastan.

Hay que situarse en el punto de vista de los apóstoles y los evangelistas y en la actitud de la primera generación cristiana. No tenían necesidad de que les explicaran en qué consistía la ejecución de la pena de crucifixión. Podían imaginarse muy bien lo que le hicieron a Jesús, pero no consideraban decoroso explicitarlo, ni con palabras ni con imágenes. La representación tal vez más antigua de Jesús en la cruz es un relieve de talla de madera en la puerta de la basílica de Santa Sabina, en Roma, del siglo V. Los cristianos no se atrevieron a representar al crucificado hasta que, cristianizado el imperio, la cruz era una joya en la corona de los emperadores. Antes, representaban la pasión y resurrección con simbolismos bíblicos, como Jonás saliendo del vientre de la ballena, o Daniel en el foso de los leones.

Lo que urgía a los primeros predicadores cristianos, ante el hecho histórico de todos conocido de la muerte en cruz del Señor, no era describir cómo se realizó, sino proclamar que después había resucitado, y que aquella muerte no fue un fallo en el plan divino de salvación, sino que estaba previsto y anunciado en las Escrituras. Así se expresa en el kerygma, el núcleo sintético de la buena noticia, tal como se lee en la predicación de Pedro y Pablo en los Hechos de los Apóstoles, o en las cartas paulinas; por ejemplo, 1 Corintios 15,3-4: «Cristo murió por nuestros pecados, como decían ya las Escrituras, y fue sepultado, y resucitó al tercer día, como decían ya las Escrituras».

Así, en los relatos evangélicos de la Pasión no se describen con todos los pormenores las torturas que le aplicaron (que es lo que el lector moderno espera), sino tan solo aquellos detalles que se podían encontrar anunciados en las Escrituras, principalmente en los cantos del Siervo de Yahvé, de la segunda parte del libro de Isaías, y en algunos pasajes de los salmos del justo sufriente: que todos lo abandonaron, que fue contado entre los malhechores, que los soldados se repartieron sus vestidos y echaron suerte sobre su túnica, o que no le rompieron ningún hueso. Detalles todos que no son los que más interesan al lector actual.

Lo más importante de los relatos de la Pasión es el final: que terminan con la proclamación de la Resurrección. Los evangelistas no cayeron en la trampa de presentar a Jesús resucitando, sino resucitado. Desde el día de Pascua los apóstoles proclaman que el crucificado vive, y que les hace vivir a ellos con una vida nueva. Sabemos que antes de la redacción de los cuatro evangelios canónicos circularon algunos primeros escritos, como por ejemplo colecciones de parábolas, o de disputas con los rabinos y fariseos, o de sentencias pronunciadas por el Maestro en distintas ocasiones y agrupadas en forma fácil de memorizar. Pero seguramente no existió nunca un relato de la Pasión sola, que no terminara y culminara en la Resurrección.

Nosotros estamos acostumbrados a la lectura litúrgica, que en la Semana Santa quiere seguir día por día y casi hora por hora lo que entonces sucedió, y así el Viernes Santo se lee la Pasión hasta la sepultura, y hasta la vigilia del domingo de Pascua no se continúa con la Resurrección, pero en los evangelios no se separaban.

El Cristo Majestad de las pinturas románicas expresa una visión de fe cuando, a diferencia de las imágenes góticas y sobre todo barrocas, hiperrealistas, vela (sin negarlos) los detalles cruentos y presenta a Jesucristo reinando desde la cruz, con corona no de espinas sino de rey, con manto real, y a veces hasta con casulla sacerdotal. Aquellos artistas, y los fieles que contemplaban sus obras, no desconocían la realidad de los sufrimientos del Redentor, pero por encima de lo que la visión material ofrecía, se elevaban a una visión de fe sobre el porqué y el final de la Pasión.

El relato de la Pasión según Juan abunda en esta visión de fe. No oculta la realidad material, pero presenta a Jesús glorioso en la Pasión y hasta en la cruz. La escena de Getsemaní, más que un prendimiento, en Juan es una entrega voluntaria, después de hacer retroceder a los que iban a prenderle. Ante Pilatos, se comporta con la mayor dignidad, como si fuera él quien juzga al gobernador romano. Desde la cruz, toma sus disposiciones sobre su madre y el discípulo, dice que todo se ha cumplido y, cuando quiere, «entrega el espíritu»: exhala su último aliento, o sea, muere, pero a la vez Juan sugiere que desde la cruz emite el Espíritu, que da la verdadera vida. En los evangelios sinópticos, el reino de Dios se establecerá plenamente en el fin del mundo, con la segunda venida de Jesucristo. En las cartas paulinas, se da ya en este mundo, en la Iglesia. En Juan, en la cruz.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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