Catedrales reconvertidas "por la gracia de Dios y el bien de las almas" en tiendas-establecimientos
(Antonio Aradillas).- Todavía destacan los medios de comunicación generales en España, como singulares noticias, los nombramientos -que no elecciones- de obispos y párrocos, sobre todo si unos y otros proceden de Órdenes, Congregaciones, Cofradías, monacatos, frailerías o movimientos religiosos y no diocesanos. Nombramientos recientes y los que se anuncian, proporcionan elementos de juicio sobrados para justificar estas y otras reflexiones.
De por sí, y teniendo reverencialmente presente el espíritu de las Reglas, idearios y propósitos personales y comunitarios del llamado clero regular, precisamente las referencias directas o indirectas destinadas por sus respectivos y santos fundadores a la actividad- ministerio pastoral al frente de las diócesis y de las parroquias, son nulas o escasas. El clero secular era, y es, canónicamente y por excelencia, el vocacionado a estos «oficios» en directa relación y encarnación en el pueblo en sus necesidades materiales y espirituales, compartidas unas y otras hasta sus penúltimas consecuencias.
La formación impartida en los Seminarios Diocesanos dista mucho de la de los noviciados, con el lógico convencimiento de que una y otra imprimen carácter y han de preparar exactamente para la santificación de sus miembros , con votos, dignidades, compromisos y con la seguridad de «mayor» perfección y reconocimiento, al menos canónico.
No solo la creciente y espectacular carencia de vocaciones sacerdotales – clero secular- que en la actualidad se registra, sino otras razones más, aconsejan y justifican, y no por simple subsidiaridad, la presencia y actividad de los «religiosos» en el episcopologio y al frente de las parroquias. De entre estas razones destaca la aportación de las características, perfiles y formas de ser virtuosas que distingue de modo especial a las Órdenes o Congregaciones respectivas a instancia de sus fundadores, coincidentes mayoritariamente con la pobreza, contemplación, silencio y vida de comunidad, con menor aprecio y práctica, al menos aparentemente, en el ejercicio pastoral y con comprensibles referencias al «humilde» y empobrecido clero diocesano, más desasistido por su jerarquía.
Uno de los retos- tentaciones que diócesis y parroquias encomendadas a los «religiosos» han de afrontar con gallardía y desprendimiento cristiano, es la de convertir unas y otras en otras tantas «capillas» o sucursales del Carmelo, de Torreciudad, de Hipona, de Caleruega, de Nursia o de cualquier «denominación de origen» religioso, o monástico, que fue, y es, clave ascético- mística para el desarrollo de la espiritualidad de los inscritos en las referidas obras e instituciones, con incidencias no siempre positivas en la concepción e idea de la universalidad de «Nuestra Santa Madre la Iglesia».. El «capillismo» en las Órdenes religiosas y adláteres se crea y fomenta bastante más que en las catedrales y parroquias «seculares», con lo que la idea de universalidad- católica- de la misma mengua, y entenebrece el testimonio de «mesas extendidas y abiertas», que hoy demanda la formación mínimamente evangélica, así como la ciudadana y convivencial en general, en todas sus esferas, actividades, sentimientos y comportamientos.
Catedrales y parroquias, reconvertidas «por la gracia de Dios y el bien de las almas» en tiendas-establecimientos, encomiendas y franquicias, por muy espirituales que sean, y así se presenten, le privan a la Iglesia de parte de su capacidad de repuesta esencial de salvación y de libertad redentoras, dándose la «santa» impresión de que no hay más santos que los suyos y ni más peregrinaciones, novenas, virtudes, estamperías, libros de piedad, fiestas e imágenes que los de su pertenencia, en exclusividad, con las «debidas licencias» y colmadas de indulgencias y de privilegios.
De todas maneras, y sin perder absolutamente nada del espíritu y sentido religiosos que explicó y explica la «pertenencia» a la Orden o Congregación a la que se sintieron llamados, es de rigor exigir a obispos y párrocos «religiosos» una reconversión al laicado y a su actividad – ministerio pastoral, sin exclusión del «ex -devoto sexo femenino».
Comprendo que no es fácil cumplimentar tal exigencia , si de verdad ellos fueron antes frailes o religiosos por convencimiento y vivieron según las Reglas y constituciones, y en plena y consciente conformidad con el espíritu de sus fundadores, a algunos de los cuales les sorprendería comprobar cual o cuales son ahora, en la actualidad, las actividades «eclesiales» a las que se dedican sus continuadores, tan diferentes de las previstas, iniciadas y prescritas por ellos.