Sólo el silencio y la oscuridad fueron testigos del momento en el cual Dios resucitó a Su Hijo
(Guillermo Gazanini Espinoza).- ¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. (Lc 24,1-12). Son las primeras palabras que las mujeres escuchan de los seres celestiales. Quien murió en la cruz, ha dejado el sepulcro. Sólo el silencio y la oscuridad fueron testigos del momento en el cual Dios resucitó a Su Hijo… venciendo a la muerte para darnos vida nueva.
Todo está hecho. Lo que se había perdido, en Él queda restaurado: La amistad con Dios. La resurrección de Cristo es la verdad culminante de nuestra fe, creída y anunciada por la primera comunidad cristiana como acontecimiento fundamental. La resurrección no fue retorno a la vida terrena, pasó del estado de la muerte a otra más allá del tiempo y el espacio. En la resurrección, el cuerpo de Jesús se llena del poder del Espíritu Santo, de la vida divina en el estado de gloria, Él es un hombre celestial como afirma el apóstol Pablo en 1Co 15, 35-50.
Nadie pudo saber qué pasó exactamente ni cómo sucedió este gran hecho, ninguno fue testigo ocular del evento. El sepulcro vacío y los encuentros con los discípulos y apóstoles son los testimonios contundentes de la realidad del Señor resucitado que sobrepasa la historia humana apareciéndose específicamente a los que Él quiso porque ellos son «los que habían subido con Él desde Galilea a Jerusalén y ahora son testigos suyos ante el pueblo» (Hch 13,31).
La resurrección afianza todo lo que Cristo había enseñado y realizado. Todas las realidades, aún las más escondidas al espíritu humano, encuentran la justificación en la Verdad; al resucitar, otorgó la prueba definitiva de amor de Dios Padre. Se han cumplido las promesas del Antiguo Testamento y se confirma la naturaleza divina del Hijo de Dios. La muerte de Cristo nos liberó del pecado, por la resurrección se abre una vida nueva en todo sentido, nos es devuelta la gracia perdida y somos hechos hijos suyos, hermanos en Cristo.
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