Pobreza, sequía, guerras y persecuciones desencadenan una fuerza humana incontenible
(Marco A. Velásquez, Telar).- Es evidente que, con Francisco a la cabeza, la Iglesia navega por nuevos mares, inexplorados en las últimas décadas. Una travesía que despierta temores y desconfianzas, especialmente entre quienes se acostumbraron a recorrer rutas conocidas y orientadas con las cartas de navegación de la cristiandad.
Por eso, no faltan quienes viven las tempestades y turbulencias de siempre con sentimientos de zozobra, precisamente por la audacia de Pedro, que a ratos parece convertir a la barca de la Iglesia en una generosa patera. Claro, porque al invitar a compartir universalmente la alegría del Evangelio, dicho mensaje se hace esperanza que atrae a una multitud de desplazados por la globalización de la indiferencia.
Novedad que tensiona
Éste es precisamente el terreno donde Francisco ha revelado la catolicidad de la Iglesia, imponiendo la costumbre de Jesucristo de invitar sin condicionamientos. Ésta es la novedad que desborda a la barca de Pedro y que se ha convertido en fuente de tensiones internas, especialmente para quienes se acostumbraron a escuchar, antes que el abrazo amoroso del Evangelio, una rigurosa prédica moralizante.
Así, es entendible que entre algunos resurja la tentación por restablecer el orden, la disciplina y el control, refrescando exigencias y obligaciones.
Es evidente que la llamada universal a compartir la alegría del Evangelio tiene respuesta efectiva y global, especialmente en una época en que la desesperanza abunda como consecuencia del imperio de una «economía que mata» y que multiplica empobrecidos, desplazados y marginalizados.
Signo profético del gran éxodo
En este contexto, la realidad conmovedora de enormes contingentes humanos de migrantes, que se movilizan hacia un mejor futuro, abandonando condiciones de verdadera esclavitud, parece constituirse en un impresionante signo de los tiempos al que la Iglesia no puede dejar de responder.
Condiciones de pobreza, sequía, guerras y persecuciones desencadenan una fuerza humana incontenible, que interpela a la sociedad occidental del bienestar y, por supuesto, a la Iglesia. Consecuente con ello, gobiernos y organizaciones humanitarias se enfrentan a un fenómeno global que a ratos parece incontrolable.
Es imposible no ver en esta interpelante realidad un hecho que remite a los orígenes del cristianismo, y que trae a la memoria aquel Éxodo que desencadenó la historia de la Salvación.
La imagen de pueblos deambulando en busca de un mejor porvenir, no sólo conmueve, sino escenifica una realidad profética que actualiza esa permanente tensión entre esclavitud y salvación, entre dominación y liberación.
Un grito de esperanza
Hoy como ayer, con una reconfiguración del poder y del sometimiento humano, la historia se repite con el mismo clamor de justicia. Sin embargo, hoy, a diferencia de ayer, ese anhelo profundo ya no es un grito des-esperado, sino una llamada universal que espera respuesta humana. Porque en el presente esa esperanza tiene nombre, Jesucristo, y fundamento, el Reino de paz, de justicia y de amor. Entonces, el contemporáneo grito de los subyugados es un llamado a la unidad, a la organización y a la solidaridad, porque espera compromiso cristiano, comunitario y humanitario.
Con el horizonte de grandes éxodos humanos, la carta de navegación de Pedro tiene como destino alcanzar los océanos agrestes del sufrimiento humano.
Teológicamente ello implica realizar aquella opción preferencial por los empobrecidos del mundo; una opción evangélica que la Iglesia descubrió y maduró en comunión con los pobres de latinoamericana. Por eso, a Francisco parece haberle cabido tomar el timón de la barca de Pedro como hijo de aquellas latitudes, donde compartió con los pobres ese anhelo profundo de ser protagonistas de su propio destino.
Sello de autenticidad evangélica
De esta manera la Palabra se hace realidad, porque «se hizo carne y habitó entre nosotros», mientras «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo» encuentran eco en el corazón de la Iglesia. Entonces, es ineludible que Francisco siga conduciendo a la Iglesia por caminos de liberación de tantas y nuevas esclavitudes que asolan a la humanidad. Sólo así la Iglesia estará realizando en los hechos aquella anhelada catolicidad que es parte de su identidad.
En este contexto, las presiones que enfrenta Francisco son parte de la bitácora de acontecimientos que debe asumir en fidelidad al Evangelio, y consecuencia del encargo que el mismo Dios le confió, al sacarlo de los confines del mundo para servir a la humanidad desde Roma. Es más, las hostilidades y oposición que se manifiestan en contra del Papa, comienzan a convertirse en sello inconfundible de autenticidad de su espíritu evangélico.
Visto así, la barca de Pedro, que navega en el siglo y no en mares imaginarios, está llamada a convertirse en patera global de esperanza para los podrecidos del mundo.