Al final del franquismo y anticipándose a la democracia, fueron muchos los sectores de la Iglesia Catalana, con sacerdotes, religiosos y laicos, los que apostaron decididamente a favor de un nuevo modelo de Iglesia
(Josep Miquel Bausset).- El 1966 fue un año convulso y reivindicativo en el seno de la Iglesia Catalana. Comprometidos con la renovación que va surgió del Concilio Vaticano II y con la lucha por la libertad y la democracia, muchos presbíteros y religiosos catalanes, en compañía de numerosos laicos, apostaron firmemente por la renovación de la Iglesia y por el final de la alianza con el nacional-catolicismo.
Primero, el mes de febrero de aquel año tuvo lugar la campaña, «Queremos obispos catalanes»; en el mes de marzo, la «Capuchinada» y el 11 de mayo de 1966, hoy hace 50 años, tuvo lugar un hecho insólito hasta ese momento: la manifestación de un centenar largo de sacerdotes por las calles de Barcelona, entre ellos el P. Marc Taxonera, monje de Montserrat.
La «Capuchinada» de marzo de 1966 encerró en la comisaría de la Vía Laietana a algunos de los participantes en este encierro, que posteriormente quedaron en libertad. Pero después se supo que los trece delegados serian detenidos, como así fue. El 6 de mayo, Joaquim Boix, delegado de los estudiantes de la Escuela de Ingenieros y militante comunista, fue detenido y golpeado. Trasladado al Palacio de Justicia, posteriormente fue encerrado en la cárcel Modelo de Barcelona.
Fue su abogado, Josep Solé Barberà, quien convenció a la madre de Boix para que denunciara las torturas que había sufrido su hijo. Y fue esta denuncia la que propició que unos ciento treinta sacerdotes, todos ellos ensotanados, se manifestaran desde la catedral de Barcelona hasta la «Prefectura Superior de Policía», en la Vía Laietana, para entregar al comisario Creix una carta de protesta y en defensa de los derechos humanos.
La manifestación de los sacerdotes fue cruelmente reprimida por la policía, que los insultaba con improperios tales como: «Curas comunistas estáis manipulados» y también: «Curas rojos a Moscú». Entre los sacerdotes que organizaron esta manifestación de protesta, había mosén Josep Dalmau, Antoni Totosaus, Ricard Pedrals o el capuchino Jordi Llimona. Mosén Josep Dalmau calificó esta acción de protesta como «una aventura en equipo de Jordi Llimona, que arranca de la fe en Jesús de Nazaret».
El 14 de mayo, tres días después de la manifestación, más de un centenar de presbíteros se reunieron en el patio del palacio episcopal de Barcelona. Seis de ellos, en nombre de todos los demás, fueron recibidos por el arzobispo Modrego, a quien entregaron una carta de protesta por la violencia que habían sufrido por parte de la policía.
El arzobispo Modrego ordenó que, para evitar protestas por parte de los sacerdotes, el domingo 15 se leyera en todas las parroquias de la diócesis una homilía, bastante gris, según me ha comentado el P. Bernabé Dalmau, monje de Montserrat, donde hacía un llamamiento a la reconciliación y a la unidad, y donde pedía también que no se hiciese ningún comentario a al texto enviado, cosa que no sucedió en algunas parroquias, ya que algunos sacerdotes criticaron el Régimen franquista y también la jerarquía.
La manifestación de los sacerdotes, hoy hace cincuenta años tuvo como resultado el juicio, ante el Tribunal de Orden Público (TOP), de algunos de estos presbíteros. En este juicio, que tuvo lugar el 22 de febrero de 1969, los sacerdotes Antoni Totosaus, Jordi Llimona, Ricard Pedrals y Josep Dalmau fueron acusados de haber organizado esta protesta.
Mosén Josep Dalmau, en sus memorias, «Josep Dalmau. Un capellà rebel, un sacerdot lliure. Memòries 1926-1969», detalla el juicio y las palabras que el P. Jordi Llimona pronunció, donde justificaba el hecho que cualquier sacerdote estaba en su derecho «a no tan solo defender el orden sobrenatural, sino que por su oficio ha de defender y promover el orden ético». Y el P. Llimona añadió aun: «El sacerdote tiene el deber de ponerse al lado del orden ético, aunque por eso haya de contraponerse al orden legal y canónico, y aunque por eso corra el riesgo de ser mal interpretado y de enfrentarse a dificultades». «Porque el sacerdote», continuó el P. Llimona, ha de ser «defensor de la persona humana y de los débiles», y por eso debía «situarse en una actitud tolerante, de convivencia y de paz. Eso es», concluyó el P. Jordi Llimona, «lo que deseo para nuestro país y para el mundo».
Al final del franquismo y anticipándose a la democracia, fueron muchos los sectores de la Iglesia Catalana, con sacerdotes, religiosos y laicos, los que apostaron decididamente a favor de un nuevo modelo de Iglesia, a la luz del Concilio Vaticano II, y de una separación total del nacional-catolicismo, imperante sobre todo en la jerarquía desde la mal llamada «Cruzada».