He vuelto a mirar la dantesca escena en una playa libia ensangrentada por la injusticia y el descarte de los últimos 120 cadáveres de emigrantes y refugiados
(José Luis Pinilla sj.).- «A veces vuelve el látigo enterrado a silbar en el aire de la cúpula y una gota de sangre como un pétalo cae a la tierra y desciende al silencio.» (Pablo Neruda Canto general ). Como parte de la Campaña Hospitalidad, y con motivo del Día Mundial de las Personas Refugiadas que celebramos próximamente (20 de junio) asistí en la casa San Ignacio a la campaña lanzada por la Compañía de Jesus #YoSoyTierraDeAcogida.
Y como no hay texto sin contexto, sin buscarlo, sin pretenderlo, (¡Dios nos libre!) la Campaña nace en medio de un escenario global donde miles de refugiados son machacados, arrojados sus cadáveres a las playas, expulsados en caliente – y en frío – encerrados en campamentos inmundos, ahogados en barcos basura, etc ante el silencio de muchas conciencias – incluso cristianas y católicas – que no perciben que «a veces vuelve el látigo enterrado a silbar en el aire de la cúpula y una gota de sangre (¡miles! digo yo) como un pétalo cae(n) a la tierra y desciende(n) al silencio.» ¡Horrorizado!
La tierra -imagen de fecundidad para tantos y tantos-, mucha tierra y muchas tierras (entre ellas la nuestra) se ha convertido en acogida asquerosa de muertes y expulsiones injustas.
Frente a ella la Hospitalidad. Hermosa palabra. Femenina. Seña de identidad para muchas culturas y religiones. La hospitalidad teológicamente hablando es un valor primordial e imprescindible para religarse con Dios. «Sean buenos… con sus vecinos parientes y no parientes… y también con el viajero», dice el Islam, en el 4º Sura. Para los pastunes, la «melmastia» (hospitalidad) es uno de los diez principios más importantes de su código ético. Y en el hinduismo la hospitalidad hace que a los invitados se les reciba como si fueran divinos.
La hospitalidad hacia el extranjero es también principio ético de las religiones. Es un rasgo distintivo de la cultura semita ; Y lo era de la cultura mediterránea . En el mundo griego, los extranjeros y mendigos eran tenidos por enviados de Zeus y debían ser tratados con veneración y respeto como se le trataba a Él. Y en el judaísmo, mostrar hospitalidad (hakhnasat orchim) es considerado un mandamiento imprescindible, algo fundamental de la tradición judía. Que se convierte en obligación legal cuando se tiene conocimiento de forasteros hambrientos o necesitados de descanso.
Y por recoger un texto «católico» pensando en los inmigrantes de los muchos que deberían acogerse a la necesaria hospitalidad (desde luego bastantes más de los vergonzosos números oficialmente acogidos), escojo el episodio de Abraham narrado en el libro del Genesis, (Gn 18.1-3) que hace fecunda la hospitalidad . En dicho pasaje Abraham acoge junto a su tienda, al mediodía, cuando más calentaba el sol, a los tres misteriosos personajes, que, en premio a la acogida, dejaron para él y su esposa la bendición de la fecundidad. Aludiendo a este hecho, la Carta a los Hebreos recomienda la hospitalidad y añade: «Algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles» (Hb. 13,2)
Convertise en tierra hospitalaria es convertirse en tierra fecnuda . Además la hospitalidad es exigencia de humanidad, tanto para quien recibe como para el que es recibido, y por tanto, exige de ambos que sean ante todo humanos y renuncien a su inhumanidad. No conoce límites ni fronteras. Comporta acoger al prójimo cercano, pero también al extraño, al lejano, al desconocido, al extranjero y, en nuestro caso, al inmigrante y/o refugiado con quien tenemos el deber inmediato de, al menos, de saber su nombre y su historia; saber las causas por las que huye (hambre y/o guerra, ¡me da lo mismo!) . Todos ellos entran en mi mundo y se convierten en prójimos-próximos. La hospitalidad moviliza procesos de reconocimiento recíprocos. Siquiera por este motivo es la forma primera y última del respeto a los derechos humanos.
«La hospitalidad de hecho, vive del dar y del recibir». Dice el papa en su mensaje de Migraciones de 2016. Y la «Hospitalidad y Dignidad», unidas ambas, las quiere subrayar también la Comisión Episcopal de Migraciones enredada con Caritas, Confer , Sector Social de la Compañía de Jesus , y Justicia Paz en una estrategia común para reconocer, proteger y defender a los refugiados y emigrantes. Todos con derechos.
Me sumo y firmo esta campaña ( #YoSoyTierraDeAcogida) porque yo mismo también soy tierra de acogida. La semilla liberadora de Jesucristo acompasada, en mi caso, al ritmo y a la respiración de Ignacio de Loyola prendió un día en mi vida y quiere seguir creciendo y multiplicándose – con mis compañeros jesuitas y con la humanidad entera – regada por el Espiritu.
Me sumo y firmo esta Campaña porque quiero incorporar mi aliento, mi respiración y mi vida a la «exigencia de políticas de acogida y de respeto a los derechos humanos».
Y quiero convertirme yo mismo en tierra de acogida para «apoyar proyectos concretos de cooperación internacional que simbolizan de facto «tierras de acogida» en el origen del éxodo y en el tránsito». Porque he pisado con dolor esas tierras de origen y de tránsito y he visto , tocado y besado tanto, ¡ tanto dolor¡…
Y por supuesto para «generar espacios» – la Iglesia tiene muchos – «localidades y países de acogida». Es decir formando territorios para la hospitalidad «que comienzan en nosotros mismos» y por contribuir a la imprescindible «educación para la solidaridad que prevenga el racismo y la xenofobia»
Grito también con el manifiesto de la Campaña y pido- una humilde gota para crear mareas- para pedir a nuestros representantes políticos «protección y acogida YA».
He vuelto a mirar la dantesca escena en una playa libia ensangrentada por la injusticia y el descarte de los últimos 120 cadáveres de emigrantes y refugiados.
Arrojados del mar como si fueran basura. Me he imaginado los países y los lugares de dónde venían. Las lunas que sus ojos contemplaban, y los niños que por sus calles corrian . Y he recordado lo que decían los obispos españoles en enero de este año: «Detrás de estos flujos, en continuo aumento, está siempre la inhumanidad de un sistema económico injusto en que prevalece el lucro sobre la dignidad de la persona y el bien común; o la violencia y la ruina que genera la guerra, la persecución o el hambre».
He vuelto a mirar esos pétalos de vida arrojados a la playa por el desenterrado látigo de la cúpula – que decía Neruda – . Y no quiero – como nos advierte el bendito Papa Francisco – que la indiferencia y el silencio pueda convertirme en cómplice.