"La gen-erosidad también se enseña"

Formación de genios

"La gen-te gen-til nos devuelve las ganas de vivir"

Formación de genios
El cerebro del genio inventor. PD

Necesitamos personas geniales, si por tales entendemos gente-gente; personas auténticas, que se den ellas mismas

(Jorge Costadoat).- El tema es delicado. Los genios son admirables por su aporte, pero temibles por los efectos secundarios de su condición. Peor aún son los que se tienen por genios. Unos y otros suelen ser individualistas. ¿Se necesitan personas más egoístas de las que ya tenemos, más ególatras y caprichosas? Una educación aristocratizante es siempre fatal. Nos sobran personas que se desentienden de su prójimo, creídas, maleducadas o insolidarias. La genialidad es caldo de cultivos de nazismos y monstruosidades de este tipo.

Se dirá, por otra parte, que los genios se dan solos, que es ridículo tratar de producirlos.

Pero yo reclamo otra genialidad. Todo ser que viene a este mundo tiene pasta para ser gen-uino, gen-til y gen-eroso. Estas tremendas virtudes, estoy convencido, pueden enseñarse y aprenderse.

Me preocupa una educación que pueda apagar lo gen-uino. Noto niños acomplejados por su incapacidad de aprender. ¿No se estará dando demasiada importancia a las evaluaciones mediante cifras? Párvulos valorados con números bajo algunos pocos respectos, ¿no es jibarizante? También la profesora es evaluada, y el director del colegio… Notas, premios, asistencia … ¿No estaremos formando personas para competir contra los demás, infantes que repiten lo que nunca llegarían a aprender por sí mismos, curcos que obedecen hasta a su sombra y aduladores?

¿Y estamos formando personas gen-tiles? ¡Qué hermosa palabra! Todos tenemos un mínimo de capacidad de dar las gracias y de pedir perdón. Gentil es alguien que ha desarrollado el sentido del prójimo. No lo tiene precisamente el estudiante que se larga al piso del Metro quitando espacio a los demás y arriesgando su seguridad. Menos la tiene el graffitero que raya las ventanas de los carros, los asientos, las murallas porque quiere expresarse o qué sé yo. El don de gente puede educarse; también el instinto para adivinar qué le sucede a nuestros seres queridos, a la esposa, al compañero de trabajo. La gen-te gen-til nos devuelve las ganas de vivir.

La gen-erosidad también se enseña. En este caso ayuda mucho gen-erar en el formando la aptitud de ponerse en la situación del necesitado. ¡Necesidades hay tantas! Bien se puede aprender a sufrir en el lugar de los otros la carencia que les afecta. ¡Que le duelan los demás! Hasta que espontánea, libre y alegremente pueda uno sacrificarse por ellos, darles tiempo, amor, además de pan y de justicia.

Nuestra gen-ética nos ha dotado de la posibilidad de ser geniales: genuinos, gentiles, generosos.

¿Hay profesores a los que se pueda pedir algo así? Sí, muchos de ellos lo hacen. Si no logran formar genios, es otro asunto. Lo principal es intentarlo.

Inevitablemente recurro a mi propia experiencia. Se me excuse. Cuando más pude influir en los jóvenes fue cuando tuve a mi cargo una de las etapas de formación de los jesuitas. Me propuse precisamente formar genios. Pensé que, para conseguirlo, debía ayudar a que ellos mismos conectaran el misterio de su vocación con la necesidad de estudiar con pasión e independencia. Un seminarista no puede interiorizar a un Jesús pasado por agua. Cristo pudo mandar a los herodianos a la punta del cerro porque hizo contacto e interpretó el clamor de su pueblo.

Representó a las víctimas de la religiosidad hipócrita porque se puso en su lugar, y sufrió su marginación social y religiosa. Entendió que la conexión auténtica con Dios se prueba en una conexión profunda con el ser humano inocente o pecador. Jesús fue genuino. Fue gentil con los pobres, los enfermos, los endemoniadas, pero a la vez fiero contra los despiadados. La gentileza no excluye el coraje. De tanto mirar a Jesús pensé que el contacto con Dios habría de constituir a los estudiantes jesuitas en gente a la mano de cualquiera, gen-te in-gen-iosa y gen-erosa. Su educación no podía ser enciclopédica, menos uniformante. Debía contactarlos con sus contemporáneos, con su padecer, para responder a sus clamores apasionadamente, como personas libres, creativas y creíbles.

¿Lo logré? Mal hace un formador si piensa que depende de él formar a una persona. Debe, por el contrario, estimular a sus estudiantes para que se formen a sí mismos.

Necesitamos personas geniales, si por tales entendemos gente-gente; personas auténticas, que se den ellas mismas, en vez de ofrecer palabras, regalos o posturas para agradar a las mayorías. La educación debiera poder formar mujeres y hombres educadas, gentiles. Tendría que formar niños dispuestos a sacrificarse por los demás, por el país, conscientes de sus derechos, de su dignidad, tanto como de sus deberes y de la dignidad de sus conciudadanos.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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