Hay demasiados "reyes" en la Iglesia actual

¿Dónde están los profetas?

"¿Dónde hoy la palabra de denuncia que fustigue a los causantes de tanto sufrimiento en nuestro país?"

¿Dónde están los profetas?
¿Dónde los profetas?

Es lamentable que quienes pretenden seguir el llamamiento del Papa Francisco de evangelizar el mundo actual nos salgan con un texto como la reciente instrucción pastoral "Jesucristo salvador del hombre y esperanza del mundo"

(José María Álvarez).- En los textos católicos es común referirse a Jesucristo como Sacerdote, Profeta y Rey. Se afirma también que todos los que reciben por la fe el Bautismo participan en modo común de este triple carácter de Cristo y que lo hacen en plenitud aquellos que reciben el Orden Sacerdotal, los presbíteros, y sobre todo los obispos.

De estos tres «títulos», parece que el que más en consonancia está con el Jesús que nos presentan los evangelios es el de ‘profeta’: maestro de un estilo de vida y al mismo tiempo crítico sin tregua de la ley, el culto y de unas autoridades, en su caso espirituales, que hacían de la religión un factor más de opresión sobre la gente sencilla del pueblo creyente de Israel. Jesús, como algunos otros anteriores profetas de Israel, vivió defendiendo a los más humildes, poniendo en su sitio los preceptos religiosos (el sábado está para el hombre y no el hombre par el sábado) y viviendo él mismo con una actitud tal de libertad que en ocasiones incluso llegó a infringir algunas leyes con el correspondiente escándalo hipócrita de doctores, sacerdotes y demás arrimados a los protagonistas de la escena religiosa.

La Iglesia ha asumido la misión de hacer presente en su totalidad a Jesucristo en este mundo, lo que ha de hacer en cada lugar y en cada momento de la historia. Cada cristiano tiene que hacerle presente en la parcela en la que cada cual vive, pero sobre todo deben hacerlo aquellos que se consideran en modo pleno representantes institucionales de Cristo en la tierra: los obispos, y con ellos el clero.

La verdad es que es sorprendente cómo ejercen de bien su papel de sacerdotes, sobre todo en el caso de los obispos, pomposamente vestidos y a veces con un fasto totalmente en contradicción con lo que debiera ser una liturgia cristiana: austera y sencilla, donde los pobres se encuentren como en su propia casa, siempre ausente el brillo del lujo.

Bien les vemos también como gobernantes, (Cristo Rey) ejerciendo su autoridad en algunos casos hasta despóticamente, apoyado su autoritarismo en una ideología sin fundamentos evangélicos, al margen de la concepción originaria donde la autoridad es servicio y no mando.

Pero…, ¿dónde hoy los profetas? ¿Dónde hoy la palabra de denuncia que fustigue a los causantes de tanto sufrimiento en nuestro país, el sufrimiento de los pobres a quienes les dejan sin trabajo y sin ningún tipo de subsidio, el sufrimiento de los desahuciados a quienes se les dejado sin hogar, el sufrimiento de los abatidos por enfermedades que necesitan ayudas especiales, retrasadas, negadas o disminuidas sin piedad…? Y, por otro lado, tampoco ni una palabra de denuncia de los sueldos de escándalo en consejos de administración por no hacer casi nada, contratos blindados para cobrar sumas estelares al dejar sus puestos ya estupendamente remunerados, a más el fraude fiscal de los que más tienen y la corrupción de quienes detentan el poder político y manejan los dineros y las propiedades públicas…

El profeta era el ojo y el oído de Dios: veían las injusticias que cometían los poderos con los humildes, oían su clamor y sentían, como en sus propias carnes, su opresión y explotación. Y eran luego la palabra de Dios condenando los abusos de los poderosos y pidiendo a gritos justicia para los ultrajados. Pero, sobre todo, los profetas eran el corazón de Dios: sensible y dolorido al ver la penosa realidad social de los marginados: enfermos, disminuidos, viudas… ¿Dónde, aquí y ahora, los profetas?

Su palabra era clara y no sibilina, era contundente y sin remilgos. No valen discursos que no impacten y capten la atención de los medios. Decir que la causa de todos nuestros males sociales presentes está en la ausencia de Dios, decir que en el origen de la crisis social hay una crisis de fe, como oímos decir a algunos obispos católicos españoles o a la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española, para la inmensa mayoría de la gente es no decir nada sobre lo que de verdad sucede. Es, además, ocultar la realidad con humo de religión. Los causantes tienen nombres y apellidos concretos, son banqueros, financieros, grandes empresarios, dirigentes políticos…

Y la solución, que ha de buscarse yendo a la raíz de los problemas, no se simplifica pidiendo solidaridad: la solución no es dar todos algo o mucho a Cáritas, como piden o hacen algunos obispos. Debemos todos y siempre compartir con los demás, pero, ante la situación social en la que nos han metido, eso no es suficiente.

Hay que exigir un Nuevo Orden: que se organice la economía de otra manera. El liberalismo puro y duro beneficia siempre a los más fuertes de la sociedad. Es necesario, pues, que se hagan leyes que controlen la actividad productiva y los mercados financieros, que impidan los paraísos fiscales, que persigan eficientemente el fraude fiscal, que pongan penas ejemplares a la corrupción, que impidan los escandalosos sueldos de algunos, las jubilaciones blindadas con retribuciones millonarias… Los impuestos han de ser sobre todo directos, para que aporten más los que más tienen y ello en una proporción progresiva.

Son soluciones posibles que no se hacen efectivas porque los dirigentes políticos, de hoy y de ayer, no quieren. Prefieren las soluciones que empobrecen más a los más pobres. Son votados por una mayoría, en muchos casos inconsciente, pero sirven a una minoría, incluyéndose a sí mismos. Es también una necesidad imperiosa enseñar al que no sabe, dar vista a los ciegos: todos hemos de saber analizar la realidad social para poder llegar a ver con claridad cómo son las cosas, sobre todo cuáles son las causas de nuestros males sociales. Había que haber apoyado y universalizado «la revisión de vida» de la HOAC y de la JOC, movimientos a los que algunos obispos pusieron tantos obstáculos como pudieron.

¿Dónde hoy los profetas? Los que se sienten ministros plenipotenciarios de Jesucristo, que son por derecho el factótum en nuestras iglesias locales, los obispos, ¿por qué descuidan su ministerio profético? ¿Por qué asumen con tanto interés la función sacerdotal que dicen se fundamenta en la persona de Jesús y olvidan al profeta itinerante que en realidad fue ese Jesucristo al que dicen representar?

Viven entre espectaculares ceremonias religiosas pontificales, pero parece que, lamentablemente, ni oyen, ni ven, ni sienten, ni padecen el dolor de los pobres. ¿Dónde tienen puesto su corazón? ¿Hacia dónde miran? ¿Han perdido la palabra? Al menos sí la profética. Su palabra nos suena casi siempre a música celestial. Es una palabra que percibimos con frecuencia afectada, que hiere la sensibilidad de los luchadores y luchadoras. Los profetas empleaban un lenguaje llano, directo, contundente, que todo el mundo entendía.

¿Nuestros obispos, ellos en persona, no tienen nada que decir a los miles y miles de parados? ¿Nada que decir a quienes han causado esta situación? ¿No tienen nada que decir a los que son expulsados de sus casas por no poder afrontar la hipoteca, debido ello a que han perdido su trabajo? ¿Y nada que decir a los banqueros que mandan ejecutar los «desahucios»? ¿Nada que decir ante el empobrecimiento de los más pobres y del enriquecimiento de los más ricos? ¿Nada tienen que decir sobre el fraude fiscal o los paraísos fiscales? ¿Nada que decir de las fabulosas cantidades que reciben algunos altos ejecutivos, nada sobre los contratos blindados que se hicieron así mismo para cobrar cantidades escandalosas si fueran despedidos de su empleo? ¿No hay que defender también la vida de los nacidos-y-empobrecidos exigiendo responsabilidades a los productores de tales fechorías? ¿Nada que decir del drama de los refugiados?

Difícilmente lo van a hacer, viéndoles con frecuencia al lado de los poderosos, buscando su apoyo y protección. No podremos olvidar nunca la foto del cardenal Rouco y del obispo Martínez Camino con los grandes del dinero: banqueros y empresarios que integraban la fundación «Madrid Vivo». Buscaban dineros para la celebración de aquella vana Jornada Mundial de la Juventud.

Sí hablan a veces, pero para defender la situación y los poderes establecidos. En sus discursos a veces parece que algunos añoran el nacional-catolicismo defendiendo la presencia de la religión en lo público, invocando la tradición y razones culturales. Quieren que las autoridades civiles estén a su lado en los actos religiosos. Nunca los profetas congeniaron bien con los poderosos.

Hablan sí para «defender el depósito de la fe» y para juzgar y condenar a quien según ellos lo ponen en peligro o se salen de él. Es lamentable que quienes pretenden seguir el llamamiento del Papa Francisco de evangelizar el mundo actual nos salgan con un texto como la reciente instrucción pastoral «Jesucristo salvador del hombre y esperanza del mundo». ¿Cómo pueden pensar que tal texto vaya a ser la buena noticia del evangelio que pueda ser acogida por los hombres y mujeres de hoy e ilusionarles? ¿Creen que así podrán hacer llegar la alegre y rica noticia de Jesús a los jóvenes, tan ausentes de la Iglesia? Todo es viejo e incomprensible para la mayoría: las ideas, el lenguaje que las vehiculan, la estructura formal donde se articulan, la teología con que se expresan, el soporte filosófico que le dan, confundiendo como siempre fe y creencias… Quienes así escriben para anunciar hoy el evangelio de Jesús, parecen mostrar que nada les importa: ni el evangelio, ni Jesús, ni que la gente se enriquezca con los valores que conllevan.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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