Decía que compartir los bienes que parece lo más difícil, una vez que se comparte la vida, es lo más fácil, como en una familia
(Comunidad de El Cubo de Don Sancho).- Algunos hermanos de fuera de nuestra comunidad cristiana, nos han pedido que compartamos nuestras vivencias al lado de Marcelino. Todos los que le conocimos y queremos, sabemos que no quería que se dijera nada de él. Por esto no sabíamos muy bien qué hacer. Siempre decía que «quien anuncia el Evangelio, el apóstol, el testigo, tiene que ser como Juan Bautista, apuntar a Jesús, llevar a los hermanos a Él y desaparecer».
Podíamos decir mucho de Marcelino tras tantos años y experiencias de vida a su lado.
¿Cómo empezar? ¿Qué decir?
Intentaremos servirnos de un pequeño, pero profundo esquema sobre el «seguimiento de Jesús en sus mismas huellas», que él siempre nos ponía en los encuentros de fraternidad, para que al mismo tiempo que comentamos cómo vimos que él lo vivió, nos pueda servir a todos para intentar seguir mejor a Jesús, que en definitiva era lo que Marcelino quería.
«Este camino está ya dibujado en el Evangelio, no se inventa», nos decía.
En las mismas huellas de Jesús: Hacer lo que Él hizo. ¿Qué hizo Jesús?
ACOGER el amor de Jesús. Oración Jesús acogía el amor del Padre.
COMPARTIR el amor de Jesús. Fraternidad Jesús compartía el amor del Padre.
OFRECER el amor de Jesús. Misión Jesús ofrecía el amor del Padre.
ACOGER EL AMOR DE JESÚS
En la Palabra.
En la Eucaristía, mesa del Señor.
En la oración.
Acogida a los pobres.
En el camino del seguimiento.
Para Marcelino lo básico y fundamental es descubrir cómo nos quiere Jesús y experimentar vivamente su amor, saberse y sentirse amado y perdonado por siempre y para siempre. Experiencia profunda de la alegría al acoger su amor, la misericordia entrañable del Padre.
La central importancia de la Eucaristía.
Eucaristía, centro y cumbre de la vida cristiana donde se ofrece todo su amor entregado y donde se acoge.
Marcelino cuidaba mucho la Eucaristía. Puso la mesa del Señor en el centro, para que entrara más por los ojos y el corazón, que la Eucaristía es la mesa del Señor donde se nos entrega todo su amor y como hermanos nos sentamos alrededor, para escuchar su palabra y comer su Pan de Amor que nos da la fuerza para salir de nuevo a los caminos a trabajar para poner esta mesa también en el centro del mundo donde se siente alrededor toda la humanidad como una familia de hermanos.
La importancia de la oración personal y comunitaria.
Decía: «el camino de Jesús cada día se inicia desde la oración, donde acoge el Amor del Padre para ofrecerlo a los hermanos en los caminos».
Marcelino se levantaba muy pronto y se iba a la Iglesia -durante mucho tiempo durmió en la sacristía- a orar antes de empezar su jornada de trabajo, estudio, visita a «los hermanos pequeños», como él decía, preparar encuentros… Andrea, hermana consagrada que lo acompañaba como una madre, nos decía que los días que salían los jóvenes de fiesta, él se quedaba toda la noche en la Iglesia hasta que de madrugada volvían los últimos. En su amor y dolor por los jóvenes de sus pueblos, decía que «los jóvenes acertaban en el qué, búsqueda de la alegría, pero no en el cómo». En encuentros de jóvenes, partía del Evangelio: «¿Qué buscáis? Venid y lo veréis.»
Nos enseñaba el camino de la ORACIÓN en las catequesis y encuentros de fraternidad.
MIRAR a Jesús cuánto nos quiere.
CONTAR a Jesús alegrías y tristezas de nuestro camino.
ESCUCHAR su Palabra.
DARSE a Él para darnos a los hermanos.
COMPARTIR EL AMOR DE JESÚS
Compartir los bienes.
Compartir los dones.
Compartir la vida.
Acogido el Amor de Jesús, se comparte como en una familia de hermanos, en la fraternidad y en la Iglesia.
Marcelino lo compartió todo.
LOS BIENES
Compartió todos sus bienes. El entendía y vivía tan a fondo la gratuidad del Evangelio, que lo que recibía como Sacerdote, lo aportaba a la comunidad.
Aprovechaba el verano, con menor actividad en la comunidad, para ir al monasterio del Zarzoso, donde, entre otras cosas, traducía libros del alemán. Vivía de su trabajo, como Pablo, su «intimo compañero de los caminos». Vivió la pobreza que libera. Tenía sólo y siempre con él su cartera para los libros, papeles… y su Biblia en griego que, decía, «era la más fiel al Evangelio». Para vestir tenía lo imprescindible: un jersey gris de lana, recosido; un pantalón de pana, unas botas y una boina, ropa de pueblo.
Andrea, mujer santa y entrañable, le reñía como una madre y a escondidas le compraba ropa nueva y se la dejaba en su habitación tan contenta. Pasado un tiempo nos decía enfadada: «le he comprado ropa a Don Marcelino y dice que a él no le hace falta, que se la ha dado a no sé quién».
En el camino del desprendimiento lo que más difícil veía él era desprenderse de «sus libros». Decía que estaba apegado a sus libros y que eso era igual de malo o peor que estar apegado al dinero… cuando todos sabíamos que todo lo que él sacaba de «sus libros» lo partía y lo compartía en servicio a los demás, pero él personalmente lo vivía como algo de lo que tenía que desapropiarse, de hecho, acabó mandando todos «sus libros» -una intensa y extensa biblioteca- a un seminario de África, quedando ya libre de todo apego.
Decía que compartir los bienes que parece lo más difícil, una vez que se comparte la vida, es lo más fácil, como en una familia.
LOS DONES
Compartió todos sus dones. Decía: «El sabio, al reconocer como verdadero Sabio a Jesús, da, regala sus saberes al ignorante para que este a su vez lo dé a otros más ignorantes que el, a los últimos. El saber que se pasa, se hace amor.»
De todos es conocida la enorme talla intelectual de Marcelino. Todo su inmenso conocimiento filosófico, teológico… lo compartió y lo puso al servicio de los demás, sobre todo de los últimos. Él podía haberse apropiado de este don, de este talento, lo podía haber empleado para «subir él» pero lo empleó para «bajar él» y que otros subieran. «El saber más alto de Alemania ha llegado gratuitamente a América Latina», decía.
Algunos no entendieron que dejara la Universidad, la gran cultura -donde (¿) hubieran fructificado más sus dones y talentos de saber (?), donde con su enseñanza se hubieran formado grandes filósofos, grandes teólogos, intelectuales, doctores…- por unos puebluchos con gente analfabeta para esos grandes saberes de Marcelino. ¡Qué pérdida de dones y de talentos!
Nosotros que veníamos de darle de comer a las vacas, de arar la tierra, de hacer leña, de poner ladrillos, de las tareas del hogar… llegábamos a las «reuniones» y Marcelino así, a dolor vivo, nos hablaba de la «introyección del opresor» (Pedagogía del oprimido, Paulo Freire), de la Justicia de Dios en Pablo, de Hegel… pero eso sí, con su abismal sabiduría, paciencia y gran amor por nosotros, cogía palabra por palabra y las hacía papilla para que nosotros pudiéramos digerirlas.
«Hay muchos maestros, hacen falta testigos del amor» decía.
Él siempre hablaba de Luz y Amor. Es importante la Luz: conocimiento, sabiduría, descubrimiento de la verdad… pero solo para llegar al Amor. Conocimiento de la verdad…, pero la Verdad es el Amor. En un pequeño escrito decía: «Señor, unir la Verdad y el Amor solo es posible en tu cruz.» Danos lo que nos pides y pídenos lo que quieras.
Marcelino con su conocimiento nos abría los ojos, pero con su amor, en el Amor de Jesús, nos abrió el corazón a Jesús y a los demás. Al experimentar el amor de Marcelino desde el Señor, descubrimos el Amor del Señor. No por la sabiduría de Marcelino, sino por su amor. Lo definitivo y último no es saber, sino el Amor. Lo definitivo no es saber, es saber-se amado siempre y para siempre por el Señor. Si grande fue su saber, más grande fue, aún, su amor.
Su camino de «bajada» -que iba mucho más allá del saber- al lado de los últimos, llevó a que todo su conocimiento, al vivirlo, se transformara en sabiduría. Misericordia Entrañable.
En los encuentros de Pentecostés traía unas pequeñas estampas de los dones del Espíritu Santo. Al final del encuentro se repartían, y a él siempre le tocaba el don de sabiduría, se volvía a repartir y le volvía a tocar y nosotros riéndonos, le hacíamos bromas y él apesadumbrado y abrumado: «…bueno… lo importante es dejarse amar por Jesús, la sabiduría puede llevar a mi pecado mayor que es la soberbia…». ¡Marcelino soberbio!
Pero «el don de la sabiduría, es la locura de la cruz» nos explicaba en otra ocasión.
LA VIDA
Compartió toda su vida, gastándose y desgastándose por los últimos.
«La enfermedad de Jesús es incurable, darse a los demás es como una droga que te engancha», decía.
Alguna vez, a alguno nos comentó: «somos fuertes intelectualmente, pero psicológicamente débiles, lo mismo acabamos en el Cotolengo y nos tienen que limpiar los mocos». Él era muy consciente de su debilidad, pero lejos de cuidarse, recordaba y vivía lo que el Señor le había transmitido a Pablo, su «íntimo compañero de los caminos»: «Te basta mi gracia, que mi fuerza se consuma en la debilidad».
Su enorme e intensísimo trabajo, dando la vida por los últimos, por todos, hizo que a lo largo de su vida se resintiera su «débil vasija de barro».
Sobre este tema de la debilidad -que puede dar luz a lo que fueron los últimos años de su vida: sufrimiento físico, psicológico y espiritual, noches oscuras- vamos a dejar que sea él mismo quien hable a través de una carta que contestaba a una nuestra poco después de separarlo de nuestra, su comunidad, por estar muy debilitado.
«Si este es el Evangelio del «año de la gracia» anunciado a todos desde los pobres, para inaugurar la nueva humanidad de la nueva creación (Lc. 4.18, 2 Cor. 5.21-6.2) entonces el apóstol debe ser configurado con el Evangelio de su Señor crucificado.
¡Gracias por vuestras palabras! «No un funcionario útil con fuerza productiva», sino «hermano cercano, encarnado, sufriente». «Sólo esta encarnación y sufrimiento por el Evangelio lo dice todo de Él». «La debilidad no es un obstáculo para anunciar el Evangelio, sino que precisamente es lo que mejor lo anuncia». Estoy escuchando en vuestras palabras al apóstol Pablo, compañero íntimo de los caminos, cuando en la cárcel de Éfeso, marcado por las marcas de la cruz gloriosa, se confiaba a los hermanos y les decía: «Él me dijo: ‘Te basta mi gracia, que mi fuerza se consuma en la debilidad’. Por tanto, con la mayor alegría seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mi la fuerza de Cristo. Por esto me alegro en mis flaquezas, en las injurias, en los agobios, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando soy débil, entonces es cuando soy fuerte.» (2 Cor. 12.9-10). Pues «Todo lo puedo en Aquel que me conforta» (Fil. 4,13).
La verdad es que existir en la obediencia, desde la debilidad y la noche, es un aprendizaje que inició el mismo HIJO del AMOR con gritos y lágrimas, la angustia, el espanto y la tristeza a muerte, poniéndose precisamente en ellos en manos del Padre por nosotros, en la absoluta obediencia del siervo, para abrazarnos hasta el extremo, en inaudita cercanía y admirable intercambio. Solo Él ha sido «el pionero» de este «camino nuevo y vivo abierto por Él para nosotros» (Mc.14.32-36, Heb. 8,7-9,10.20).
¿Cómo es posible esto para un universitario, forjado en el «poder de la cultura» y reafirmado en el «poder de la espiritualidad»? Es el Espíritu del Señor el que nos va conduciendo de la mano de los pequeños, de los que están «despojados y abatidos» (Mt.9.36), «fatigados y sobre-cargados» (Mt.11.28) cuando han pasado a ser «pobres de corazón», «mansos y humildes», «pacificados y gozosos», esperándolo todo y solo de Él cada día. Habéis sido vosotros, vuestros padres, vuestros pequeños, vuestros testigos, algunos tan eminentes, los que me han traducido esa sonrisa irrastreable del crucificado, nacida del dolor abismal, como sugerencia y aliento para el vaciamiento del poder cultural y espiritual que deje paso a la altura, la hondura y la anchura de la plenitud que Él quiere dejar aparecer en nuestro barro frágil y oscurecido, convertido en alabanza de su gloria. ¡Cómo ayudan los pobres a los apóstoles a configurarse con la gloria de su Señor sufriente, cercano, incansable, definitivamente inseparable y perdurable!»
Al final de su vida, como después veremos, parece que «la sugerencia y aliento hacia el vaciamiento del poder cultural y espiritual» se cumplió.
OFRECER EL AMOR DE JESÚS
Anuncio del Evangelio.
Servicio a los pobres.
Trabajo-lucha por la justicia de Dios.
Después de acogido y compartido en la fraternidad, en la Iglesia, se ofrece este amor al mundo, para hacer del mundo una mesa y de la humanidad una familia de hermanos.
ANUNCIO DEL EVANGELIO
Marcelino anunció en Evangelio con la palabra y el testimonio de vida.
¡Ha llegado el Reino del Amor!
La Eucaristía es centro y cumbre, arranque y término de la vida cristiana.
Preparaba muy a fondo la Homilía.
«La Eucaristía es don y tarea» decía. Vivir la Eucaristía como hermanos en torno a la mesa del Señor, coger fuerza del Amor en el Pan para, esta mesa, en el centro de la comunidad, ponerla en el centro del mundo.
Teníamos innumerables encuentros de formación evangélica: San Pablo, evangelio del domingo, encuentros de oración, de fraternidad, vigilias de oración, catequesis…
Catequesis de niños enfocada a la Eucaristía del domingo. Nos explicaba a fondo el evangelio a los catequistas para que los niños fueran mejor preparados a la Eucaristía.
Catequesis de niños en las casas. Experiencias vivas. Visitar enfermos, ancianos, «hermanos pequeños», pequeño compromiso de servicio a los demás, compartir bocadillos en las convivencias, aprender a orar…
Recuperar sacramentos. No desvirtuarlos. Marcelino decía: «un sacramento es un signo que se ve de un Amor que no se ve», «es el abrazo de amor que nos da el Padre en su Hijo». Y añadía: «El Espíritu es ese abrazo de Amor que el Padre da al Hijo envolviéndonos a todos en ese mismo espíritu, en ese mismo Amor». Por tanto, a esa entrega de su Amor, hay que ir preparado para poder acogerlo. No se pueden desvirtuar los sacramentos porque al que más daño se hace es al que lo recibe sin estar preparado.
El abrazo de Amor del Señor queda como un acto social más. Los últimos años entre nosotros dejó de celebrarlos si no había preparación para recibirlos, no por exigencia rigorista sino por amor, por exigencia del Amor. El tema de los sacramentos le hizo sufrir muchísimo, incomprendido, criticado, despreciado.
SERVICIO A LOS POBRES
Llevarle el Amor de Jesús, llevarlos a Jesús, a la comunidad.
Misericordia, amor, no solo beneficencia, limosna.
Marcelino decía: «¿Qué hacía Jesús?
1. Jesús los amaba de dentro a afuera. Curaba la ceguera del corazón, curaba la ceguera de los ojos.
2. Les trae al centro de la comunidad. Lo que cura es el Amor, la comunidad de Amor.
3. Les convierte en los primeros mensajeros del Evangelio. Re-crear, re-construir, hombres nuevos en la comunidad.»
Con su palabra, con sus gestos, con su cercanía, en definitiva con su amor, se encontraba con los «hermanos pequeños», como él los llamaba, y poco a poco los iba incorporando a la comunidad. En todos los encuentros de fraternidad se abordaban siempre la vida y situación de los más pequeños, para entre todos irlos acogiendo en su vida, en su día a día, atenderles en sus necesidades, acompañarlos, para que se sintieran queridos e incorporados a la comunidad. Poco a poco se fue creando una pequeña fraternidad entre todos.
Un pequeño ejemplo de cómo vivía y nos enseñaba a vivir el servicio a los demás hermanos.
Nuestro querido Balta, ya fallecido, alcohólico-crónico, casi siempre estaba bebido. Tenía un carácter hosco, violento, siempre dando voces, insultando, desengañado de la vida, sufriendo. Vivía solo en un caseto a las afueras del pueblo. Para Marcelino esta situación era un escándalo. Poco a poco, con su cercanía, tratando su situación en los encuentros de jóvenes, con la cercanía de éstos, se consiguió traerlo del caseto a una casa donde los jóvenes nos reuníamos para ensayar un pequeño camino de cultura y convivencia, donde le acompañábamos muy de cerca.
Él, poco a poco, se fue sintiendo querido, acogido, su carácter fue cambiando, se atendían sus necesidades, se acercaba a algún encuentro. El amor lo fue cambiando. Hasta el punto que al final dejó de beber. Su cara después siempre reflejaba una sonrisa. El milagro no fue que dejara de beber. El milagro fue sentirse acogido, cuidado, amado por la comunidad y por el Señor. Durante este largo camino, muchos fueron los días que Marcelino fue a comer con él. Comidas donde no había profundas disertaciones filosóficas ni teológicas, solo estar, compartiendo la comida, hermano con hermano.
Vamos a contar dos pequeñas «florecillas» de Balta con Marcelino.
Un día que Balta había bebido, fue a la Eucaristía y se puso en primera fila, en el centro de la Iglesia, la mesa de la Eucaristía estaba en el centro de la Iglesia. Estaba todo el rato refunfuñando, y claro, mucha gente escandalizada. Llegó el momento de la Homilía: la samaritana y el agua viva. Marcelino para hacerlo más gráfico y que entrara más por los ojos, había llevado un cántaro de barro y explicaba: «¿Qué es esto? Es un cántaro, una vasija, un tanque que se puede llenar de agua pero de él no puede brotar el agua viva, es un tanque…» Y saltó Balta como un resorte, recordando sus años en la legión: «No se dice tanque, no sabes Marcelino, no se dice tanque, se dice carro de combate, carro de combate.» «Ah, muy bien, Balta, muy bien, claro, nos estás hablando de tu experiencia en la legión…» y allí estuvieron dialogando un rato.
En otro momento que había que cantar, empezó Marcelino -que tenía muchos dones pero no precisamente el canto- y Balta, a voces: «Pero qué mal cantas Marcelino, macho, pero qué mal cantas».
¡Qué escándalo de misa para muchos! Para otros fue una Eucaristía viva, con los pobres alrededor de la mesa del Señor
Otro día Balta nos comentaba: «Esta mañana a las siete ha venido Marcelino y ha estado fumando un cigarro conmigo. ¡Si no sabe fumar! ¡No traga el humo! ¡Y luego se pone a toser! ¡Que te me mueres Marcelino!» Y luego Balta, que era inteligente, nos decía: «Si yo sé que lo hace por acompañarme, el hombre.»Aquí, en el cigarro de Marcelino, experimentaba Balta su amor. Esto fue lo que lo cambió, sentirse amado, incorporado a la comunidad.
Así vivía Marcelino el servicio a los pobres, no como beneficencia, limosna… sino como cercanía, estar a su lado, levantarlos, amarlos y traerlos a la comunidad.
TRABAJO-LUCHA POR LA JUSTICIA DE DIOS
Cuando Marcelino llegó a nuestro pueblo había una difícil convivencia entre labradores y obreros, que venía arrastrándose desde hacía mucho tiempo. Él aprovechaba las homilías del día 1 de Mayo, la fiesta de los obreros, y el 15 de Mayo, la fiesta de los labradores, para pacificar y llamar a la unidad. Poco a poco, con trabajo escondido, con encuentros, concienciación, formación, este enfrentamiento se fue diluyendo.
Marcelino, los primeros años, hacía unos talleres de educación y formación: «Escuela de la vida» para los niños, los sábados por la mañana y «Escuela de la justicia» para los mayores por las noches. Toda esta formación, su anuncio del evangelio, su ejemplo… llevó a unos trabajos comunitarios para arreglar las calles, la calzada, etc. Estos trabajos se hacían desinteresadamente por todos los que querían y podían.
Marcelino aparece en fotos con el mono de trabajo, como uno más. Por aquellos años -setenta, primeros de los ochenta- Marcelino trabajó en TRES grandes «luchas por la justicia»:
«Lucha por un ayuntamiento autogestionario» ante las primeras elecciones en junio de 1977 hace un gran trabajo de formación que culmina con la elección directa en asamblea abierta de las personas que mejor llevarán los asuntos de todos. Durante esos años, los asuntos se tratan en la asamblea. Pero él buscaba e iba más allá y quería y creía posible llevarnos a nosotros más allá, llevando los asuntos del pueblo en comunidad para buscar el bien común, pero nosotros no, sólo buscábamos el beneficio particular.
«Lucha por la escuela»: Los niños (cursos de quinto a octavo, muchos niños) del Cubo, como de todos los pueblos de alrededor, tenían que desplazarse al colegio centralizado en La Fuente de San Esteban. En diciembre de 1978 se produjo un gravísimo accidente en Muñoz, donde murieron 28 niños entre 8 y 12 años y otros muchos heridos. Ante este hecho, y como en aquellos años el pueblo estaba muy concienciado en la lucha por la justicia se decidió que los niños no volvieran a La Fuente.
Frente a las graves amenazas por parte de la Administración, los niños se quedaron este curso -y posteriormente, ganada la lucha, ya permanentemente- dando las clases en la clase parroquial con profesores voluntarios, hermanos Maristas… pero él buscaba e iba más allá y quería y creía posible llevarnos a nosotros más allá en una «nueva educación» para formar «hombres nuevos» pero nosotros no, sólo queríamos que mi niño se quedara en el pueblo.
«Lucha por la tierra». Años 1977-78. La finca «Tres Cuartos» y «El Conejal», propiedad de la Fundación Benéfica Rodríguez Fabrés, está arrendada al pueblo desde primeros de siglo. El presidente es el obispo de Salamanca. Marcelino hace un trabajo inmenso de investigación, documentación y tiene un duro enfrentamiento con Don Mauro, buscando conseguir esta tierra para el pueblo. Se iba a vender y al final siguió en renta para el pueblo. Pero él buscaba e iba más allá y quería y creía posible llevarnos a nosotros más allá en un trabajo verdaderamente comunitario, en favor de todos, pero nosotros no, sólo queríamos mi trozo de tierra.
Sobre el año 1981-82, Rollanejo, otra finca propiedad de esa misma fundación, se pone en venta y de nuevo el trabajo de concienciación, en la prensa, manifestaciones, etc., se consigue que la compre el pueblo. Pero él buscaba e iba más allá y quería y creía posible llevarnos a nosotros más allá para hacer de Rollanejo una tierra para que trabajaran comunitariamente la multitud de jóvenes que había en paro, pero nosotros no, sólo queríamos una finca para el pueblo.
Está claro que en todos estos trabajos, luchas por la justicia, Marcelino buscaba la Justicia de Dios: «dar a cada uno lo que Dios nos ha dado», «hacer del mundo una mesa y de los hombres una familia de hermanos». Nosotros solo buscábamos la justicia humana, nuestra justicia: «dar a cada uno lo suyo». Queríamos que nos dieran a cada uno lo nuestro.
No hace falta decir que Marcelino en todas estas luchas puso todos sus dones, todos sus bienes y toda su vida. Debieron de ser uno años intensísimos para él.
Tras estos años de trabajo de formación, de concienciación, de luchas a favor de los pobres, experimentaría en lo más profundo, la gran tristeza de constatar «que los pobres también somos malos, estamos cerrados al amor». Vería claramente que, aun siendo necesaria la formación, el trabajo de concienciación no basta. Este trabajo puede cambiar la mentalidad, la forma de pensar, pero no cambia el corazón, seguimos «cerrados al amor». Lo único que cambia el corazón es sentirse, saberse amado por Jesús. Lo importante es tener experiencias fuertes de encuentros con Jesús para descubrir su amor: Eucaristía, Oración. «Como no cambiemos el corazón…»repetía.
Bueno, pues esto es algo de lo que podemos compartir del camino de Marcelino, Sacerdote y hermano, entre nosotros.
También queremos compartir sin ánimo de crítica, ni de juzgar a nadie, lo que pasó tras su marcha.- «no podemos juzgar a nadie, sólo el Señor sabe lo que hay en el corazón de cada hermano, pero si sus actos» nos decía-. Nos puede servir a todos de reflexión.
Pocos meses después de la marcha de Marcelino, se produjeron unos dolorosos cambios, que no acabamos de comprender. Después de veinticinco años de incansable trabajo por el Evangelio, estudiando a fondo las escrituras, las últimas aportaciones de la exégesis moderna, encíclicas, la doctrina de la Iglesia,… para ser más fiel al Evangelio y a la Iglesia, viviendo a fondo el Evangelio, –creemos que todo esto podía haber servido a la Iglesia en la dirección que apunta ahora con valentía el Papa Francisco-, pues no sabemos por qué, pero todo este trabajo, aquí fue echado abajo en pocos meses:
Se retiró el altar,- la mesa del Señor-, del centro y se volvió a subir, seguro que con buena voluntad, porque «la Eucaristía no es para una minoría», se dijo. «El Amor de Jesús es tan grande que no nos cabe en los ojos ni en el corazón», nos decía Marcelino.
Había que quitar de la iglesia los dibujos de la última cena. Eran en realidad murales de Pentecostés, el nuevo Pentecostés de la Iglesia que Marcelino ponía para ilustrar y alentar vivamente la nueva travesía.
Hahttps://62.97.148.7:8445/group/religion-digital/edicion-noticias?p_p_id=edicionnoticias_WAR_edicionnoticiasportlet_INSTANCE_b99U&p_p_lifecycle=1&p_p_state=normal&p_p_mode=view&p_p_col_id=column-1&p_p_col_count=1&_edicionnoticias_WAR_edicionnoticiasportlet_INSTANCE_b99U_action=addNoticia&_edicionnoticias_WAR_edicionnoticiasportlet_INSTANCE_b99U__page=2&_edicionnoticias_WAR_edicionnoticiasportlet_INSTANCE_b99U__target2=2bía que volver a cobrar misas. Acostumbrados a la gratuidad del Amor de Jesús, antes, se compartían los bienes para gastos de la parroquia-comunidad y para los pobres, en un cepillo antiguo a la entrada de la iglesia. Cada uno libremente aportaba sin que la mano izquierda supiera lo que hace la derecha. Por supuesto que a Marcelino no se le pasaba por la cabeza cobrar por la Eucaristía. ¿Se puede poner precio -dinero- a la mismísima gratuidad del Amor del Señor? ¿Se puede poner precio al Amor entregado?
Respecto a los sacramentos, se dijo que Marcelino no estaba al ritmo de la Iglesia Universal, mucha gente bautiza niños fuera de pueblo…Marcelino preparaba incansablemente y con todo el amor los sacramentos a todos los que querían, para la acogida del Amor del Señor, en camino de seguimiento de Jesús. Los que no querían hacer esta preparación, se iban fuera. Marcelino no quería desvirtuar los sacramentos. Sufrió enormemente por este motivo.
Perdonad nuestra vehemencia, pero viendo a Marcelino vivir y sufrir por el Evangelio, y después ver estos cambios, pareciera que una cosa es el Evangelio y otra» las cosas de iglesia».
«El Señor, va a llevar adelante su Reino de Amor, de Justicia y de Paz, con nosotros, sin nosotros o contra nosotros», decía al ver nuestra pobre respuesta al Evangelio.
Hemos de decir, con alegría, que nuestro querido Juan Jesús, Sacerdote actual, salvo en lo de el altar, -comprensible, pues no es cuestión de subir o bajar el altar con cada cambio de sacerdote- en lo demás, se ha mantenido respetuoso y fiel al camino avanzado por Marcelino.
Marcelino, sabio, profeta, santo, que vivió lo que sabía: que el único Sabio es el Señor y la Sabiduría, la locura de la cruz. Acogió el amor del Señor, lo compartió, anunció el Evangelio con su palabra y su vida con gran quebranto para él, sirvió a los últimos, llevándolos a la comunidad, a Jesús; trabajó incansablemente por la Justicia de Dios. Se adelantó cincuenta años anunciando y viviendo lo que ahora el Papa Francisco anuncia con valentía: la Misericordia del Señor como único don y tarea de la Iglesia. Misericordia entrañable.
Estudió a fondo las escrituras, la exégesis más reciente, para ser lo más fiel posible al Evangelio. Por su testimonio del Evangelio, surgieron y se fortalecieron innumerables vocaciones. Durante este tiempo, se ordenaron sacerdotes cuatro jóvenes de nuestro pueblo, además de Benito, hermano muy querido de Marcelino, muerto prematuramente cuando ya estaba preparando su camino al sacerdocio. Han surgido vocaciones religiosas: Celes, religiosa carmelita, Martín, monje… Laicos que con su formación y testimonio han descubierto el Amor del Señor. Acompañó, orientó y alentó a numerosos seminaristas, diáconos en camino hacia el sacerdocio…
Llegó así al final de su camino, de compartir, compartir-se. Lo había dado todo, se había dado del todo. Enfermo, débil, su voluntad siempre había sido acabar sus días entre los pobres, con quien siempre había estado. Contra su voluntad, tuvo que pasarlos en la casa Sacerdotal de Salamanca, sufriendo mucho por ello. Perdida la voluntad.
Se cumplió la «sugerencia» del vaciamiento del «poder cultural». Perdida la cabeza.
Y la «sugerencia» del vaciamiento del «poder espiritual», noche oscura. Perdida la fe.
Pobre, totalmente pobre y anonadado ante el Señor. Solo, sin nada, necedad, locura, en su cruz. «La Verdad y el Amor solo es posible unirlos en tu cruz».
El deseaba ardientemente seguir al Señor en sus mismas huellas, y el Señor, menos la muerte violenta, todo se lo concedió. Hasta el final.
Ya en los últimos años de su vida, en la casa sacerdotal, con la salud muy debilitada, muy apesadumbrado, le preguntó a José Mari -uno de los cuatro jóvenes de nuestro pueblo ordenado Sacerdote- : «José Mari, ¿tú crees que estoy viviendo el Evangelio?» A lo que José Mari respondió: «Marcelino, si tú no has vivido el Evangelio, no lo vive nadie».
Nosotros que estamos muy lejos de vivir todo esto que hemos relatado, hemos sido testigos de un Testigo del Señor que sí lo vivió, Marcelino, nuestro muy querido Sacerdote y hermano, Marcelino.
Desde la comunidad cristiana de El Cubo de Don Sancho