Montini fue considerado con sospecha y desconfianza por parte de los políticos del régimen desde el primer momento porque se le consideraba cercano a la Democracia Cristiana
(Juan María Laboa).- Los obispos españoles han decidido conmemorar solemnemente a Pablo VI, el papa que aprobó la erección de la Conferencia episcopal española, con una serie de conferencias sobre su pontificado.
Es un acto de justicia con un papa que ha sido importante en nuestra historia contemporánea , a pesar de que tanto los integristas como los progresistas radicales lo maltrataron. Su importancia tuvo que ver no solo con el desarrollo espiritual y eclesial de muestra comunidad creyente, sino también con el influjo determinante de sus nombramientos episcopales, de sus palabras y de su seguimiento personal en el proceso de democratización de España durante el último decenio del gobierno de Franco y durante los años de la transición.
Montini fue considerado con sospecha y desconfianza por parte de los políticos del régimen desde el primer momento porque se le consideraba cercano a la Democracia Cristiana y por su amistad con Maritain, causas suficientes para que fuera juzgado antifranquista.
Por los puestos que ocupó en la Secretaría de Estado, mantuvo frecuente contacto con los obispos y embajadores españoles, conoció su manera de ser y la valía de cada uno; conoció la problemática propia de una dictadura confesional católica y la incapacidad crítica de buena parte de los obispos, quienes valoraban más los continuos apoyos recibidos por parte del Estado que la falta de libertades políticas y personales de los ciudadanos.
Durante estos años, los obispos españoles se encontrarán atrapados entre su inalterable admiración y agradecimiento por Franco y su gobierno, y su indudable veneración por la Sede Romana. En cualquier caso, los obispos afectos al régimen, que fueron disminuyendo en número a partir del inicio del pontificado de Pablo VI, no perdieron nunca esa cercanía a unos políticos a quienes agradecían haberles salvado de la persecución religiosa y haber protegido y respaldado a la Iglesia en todos sus objetivos.
En esta actitud se sintieron apoyados por la parte más intransigente de la Curia romana con la que siempre se mantuvieron identificados y con quienes establecieron un estrecho contacto. No olvidemos que, precisamente, algunos de estos personajes curiales tuvieron que ver con el exilio a Milán del sustituto de la secretaría de Estado.
Desde su nombramiento como arzobispo de Milán, Montini redujo, obviamente, sus relaciones con España, aunque se mantuvo informado de las grandes líneas de su política gracias a su amistad con algunos obispos y católicos comprometidos del país. Con quien más trató fue con Ángel Herrera, obispo de Santander, a quien creó cardenal más adelante , probablemente, con Ruiz Gimenéz.
El gran choque con las autoridades españolas se produjo con motivo del telegrama del 3 de octubre de 1962 enviado a Franco a petición de los universitarios milaneses ante la noticia de una condena pronunciada por un tribunal militar contra Jorge Conill , joven condenado a muerte por sus actividades en las juventudes libertarias y por haber colocado una bomba en la fachada del Instituto Nacional de Previsión que no produjo víctimas.
El telegrama decía: “ En nombre de estudiantes católicos milaneses y en el mío propio ruego a vuecencia clemencia con estudiantes y obreros condenados a fin de que se ahorren vidas humanas y quede claro el orden público en una nación católica puede ser defendido diferentemente que en los países sin fe ni costumbres cristianas“.
Este telegrama constituyó un ataque a la línea de flotación del régimen confesional franquista, puso muy nerviosos a algunos ministros y sirvió para montar en España una campaña emocional contra el cardenal de Milán. Los cuatro cardenales españoles le escribieron una dura carta, cuya espontaneidad puede ser discutida. Montini quedó asombrado de que estos cardenales no solo no le hubiesen defendido sino que se hubiesen alineado con el Gobierno en contra de una doctrina ya común en la Iglesia.
Creo que no resulta aventurado afirmar que en el cónclave de 1963 los cardenales españoles centraron su atención en Antoniutti, nuncio en España hasta el concilio y muy compenetrados con él, y tal vez, en Siri, mucho más cercanos ambos a su sicología y a sus ideas .
Sin embargo, a las pocas horas de su elección, en su primera salida fuera del Vaticano, el nuevo papa Pablo VI visitó en el Colegio Español al cardenal Pla y Deniel, arzobispo de Toledo, seriamente enfermo, en un acto de generosidad y de deseo de captación de la voluntad de los españoles. En cualquier caso, con esta visita se ganó la simpatía de buena parte del pueblo y del clero.
La convocatoria y el desarrollo del Vaticano II cogió al episcopado español desprotegido y poco preparado. Vivían en el mejor de los mundos, felices con su España confesionalmente católica, protegida su fe y su moral por las leyes del Estado. No mostraron durante las sesiones ideas y proyectos comunes, hablaron por libre y pocas veces encontraron propuestas compartidas, aunque un grupo fuerte de ellos se opuso con rotundidad a la mayoría de las propuestas renovadoras.
Esta actitud encontró el rechazo de buena parte de su clero, que había aceptado la convocatoria del concilio con alegría y esperanza. En los temas de la colegialidad y la libertad religiosa, buena parte de nuestro episcopado fueron belicosos contra los esquemas a aprobados. En la mayoría de sus intervenciones hablaron a la contra, sobre todo en el tema de la colegialidad y, en el de la libertad religiosa. Los más organizados estaban en contacto con algunos cardenales de la curia y con algunos obispos italianos del sector más intransigente. Se votaban entre ellos, con un espíritu sectario y desconfiaban de la mayoría conciliar.
En octubre de 1964, Pabló VI intentó tranquilizarles: “No tengan miedo a la libertad religiosa. Sé muy bien que las circunstancias de España son muy especiales. Estaré siempre con España. Pero los españoles estén con el Papa. No tengan miedo a la libertad religiosa» . Mons. Antonio Pildaín, obispo de Las Palmas, permanente admirador de Montini, tuvo una atrevida intervención escrita en el concilio sobre un tema muy sensible para Pablo VI y el gobierno español, el de la elección de los obispos.
El papa tenía claro que los obispos debían ser elegidos libremente por el Sumo Pontífice, y sin ninguna intervención del poder civil, y actuó en consecuencia. El hombre de Pablo VI en España fue indudablemente el cardenal Taráncón. Al ser creados cardenales, Tarancón y Tabera (28 marzo 1969) visitaron al Papa en una audiencia que duró una hora.
Tras ser informado por ellos sobre la realidad política española, las relaciones Iglesia-política, la Conferencia episcopal y los cambios que se notaban en ella, Pablo VI les confió sus preocupaciones y proyectos. Escribe Tarancón: “Nos habló de los sacerdotes, especialmente de los sacerdotes jóvenes, pidiéndonos que les dedicásemos los obispos una atención especial y que recogiésemos, en lo posible, sus inquietudes. Insistió fuertemente en la espiritualidad sacerdotal y en la necesidad de que procurásemos superar la división que se iniciaba entre el clero. Nos habló también de la postura que había de mantener el episcopado respecto al Régimen: respecto a la autoridad, colaboración sincera en todo lo que fuese para el bien del pueblo, pero independencia real de la política. Insinuó, entonces, que la Santa Sede se había propuesto una línea respecto al nombramiento de obispos para renovar la conferencia, lamentando que el privilegio de presentación que tenía Franco cortase su libertad para estos nombramientos.
A pocos episcopados dirigió Pablo VI palabras tan concretas, tan ceñidas a la situación que sus Iglesias vivían en cada momento, como a los españoles. Fue consciente del despertar de la nación y de la comunidad cristiana española, y de la necesidad de escucharles y orientarles En una importante alocución a los cardenales de la Curia del 24 de junio de 1969 se dirigió a los obispos españoles – “de quienes nos consta su laudable empeño en el anuncio fiel del evangelio-y les rogamos que realicen también un incansable acción de paz y distensión para llevar adelante, con previsora clarividencia, la consolidación del Reino de Dios en todas sus dimensiones. La presencia activa de los pastores en medio del pueblo- y deseamos ardientemente que esta presencia pueda darse también en las diócesis vacantes- su acción, siempre inconfundible de hombres de Iglesia, lograrán evitar la repetición de episodios dolorosos y conducirán- estamos seguros- por el camino recto las buenas aspiraciones, especialmente del clero y, sobre todo, de los sacerdotes jóvenes”.
Se trató probablemente de la reflexión más seria y más directa sobre España pronunciada por un Pontífice en un acto público. No podemos olvidar que estas palabras se incluían en un contexto de defensa de los derechos humanos. De hecho, se trató de una comprometida llamada de atención tanto a los poderes públicos como a los eclesiásticos. El papa llamó la atención sobre la grave crisis de la Acción Católica y sobre la falta de sintonía de buena parte del episcopado con el clero más joven.
El embajador Garrigues, como conclusión de la audiencia que tuvo poco después con el papa, escribió a Franco: “La no elevación al cardenalato en el último Consistorio del Arzobispo de Madrid ha tenido sin duda que ver con este asunto”. Por otra parte, las tensiones entre algunos obispos y la juventud, tanto clerical como laical, resultaban incontenibles. La llamada a una vigilancia más sensible para con las inquietudes y aspiraciones de los jóvenes alcanzó sin duda la diana.
No cabe duda de que el tema del nombramiento de obispos constituyó uno de los núcleos centrales de la preocupación del Papa por la Iglesia española. En la citada audiencia el Papa insistió al embajador que “todos estos eran problemas urgentes, alarmantes, de verdadera apostasía que no admitían demora. Y que el remedio más inmediato y más importante era el restablecimiento del prestigio y de la autoridad del Episcopado español. Que los obispos fueran obispos, obispos en la mejor armonía con el poder civil, pero sin sombra de politización”.
Es decir, Pablo VI deseaba unos obispos libres de toda atadura política, respetados por su pueblo, cercanos a los jóvenes, capaces de liderar la nueva etapa española. Por otra parte, el gobierno español, que durante tanto tiempo mantuvo óptimas relaciones con el episcopado, no reconoció la figura jurídica de la Conferencia episcopal, apoyado tácitamente por la minoría episcopal, que se identificaba más fácilmente con las ideas de los ministros que con las de la nueva mayoría episcopal.
El complicado año de la reconciliación Cuando Pablo VI declaró 1975 como año de la reconciliación, tuvo en cuenta una Iglesia desgarrada y desorientada y, en el caso de nuestro país, una España dividida con un futuro inmediato incierto. Durante el mes de setiembre de 1975 la ETA y otros grupos terroristas cometieron diversos .atentados con diversos muertos. Tras unos juicios sumarísimos cinco terroristas fueron condenados a muerte.
Pablo VI intervino directamente ante el Gobierno español y ante Franco con la finalidad de que se conmutasen las sentencias de muerte, pero la ejecución programada se llevó a cabo. El 27 de setiembre, Pablo VI habló claramente de su disgusto y malestar por no haber sido atendida su petición de clemencia. La reacción de los políticos del Régimen y de no pocos españoles, incluidos sacerdotes y un grupo de obispos, fue muy fuerte.
El Papa era consciente de estas consecuencias, pero explicó posteriormente que lo hizo “por respeto al valor sagrado de la vida, por imperioso deber de su universal ministerio pastoral y por su entrañable amor a la noble y amadísima España”. Asumió con plena conciencia el riesgo de una impopularidad en España, como asumió riesgos parecidos con otras decisiones a nivel universal.
Buscó fomentar los sentimientos de pacífico entendimiento y de fraternal comprensión del pueblo español entre sí. Buscó su reconciliación. Al final de su pontificado, casi todos los obispos y gran parte del pueblo español fueron conscientes de su generosa y profética aportación a la reconciliación de las llamadas dos Españas, a la purificación de la Iglesia y a su diálogo con el mundo moderno.
Programa del Simposio
Viernes, 14 de octubre de 2016
En la sede de la Conferencia Episcopal Española (acceso restringido con invitación)
12.00 h. Conferencia inaugural: Pablo VI y la Paz
– Card. Pietro Parolin, Secretario de Estado de la Santa Sede
En la Fundación Pablo VI (entrada libre)
17.00 h. Segunda conferencia: ¿Quien era Montini?
– Dr. Giovanni Maria Vian, Director de L´Osservatore Romano18:30 h. Tercera conferencia: Pablo VI y el Vaticano II. La renovación conciliar en España
– Card. Fernando Sebastián AguilarSábado, 15 de octubre de 2016
En la Fundación Pablo VI (entrada libre)
10.30 h. Cuarta conferencia: Una Iglesia en Misión. De Evangelii Nuntiandi a Evangelii Gaudium
– Card. Ricardo Blázquez Pérez, Presidente de la CEE12.00 h. Quinta conferencia: La tormenta de la Humanae Vitae
– Dra. Lucetta Scaraffia, Editorialista de L’Osservatore Romano17.00 h. Sexta conferencia: Pablo VI, el Papa del diálogo
– Dr. Juan María Laboa Gallego, Historiador18.30 h. Séptima conferencia: Pablo VI y las relaciones Iglesia-Estado en España
– Dr. Vicente Cárcel Ortí, Historiador19.30 h. Clausura del Congreso: Mons. Ginés García Beltrán
– Presidente Fundación Pablo VI