Nos ha insistido para que seamos como las jirafas, capaces de mirar lejos, de tener horizontes abiertos, de no vivir encerrados en lecturas cortas de la realidad
(José Ignacio Garcia SJ).- Es muy difícil reconocer que fue en esta misma sala en la que elegimos al P Adolfo Nicolás como General de los jesuitas hace ya ocho años. El escenario ha cambiado bastante: mesas, iluminación, tecnología… pero los lugares los hacen las personas, y hoy esta sala ha vivido con emoción la despedida del P. Nicolás. Hemos escuchado con cariño y gratitud sus palabras. Su simpatía y sentido del humor lo han hecho todo mucho más fácil.
Hace ocho años, en esta misma sala, tuve un fuerte sentimiento que ahora me atrevo a compartir. En el día de la elección del P. Nicolás junto con una enorme alegría, por unos instantes, sentí un gran miedo -parecido al pánico- al pensar que estábamos colocando sobre los hombros de un compañero una enorme carga. Y que lo sería para el resto de su vida.
La ceremonia de toma de posesión siguió con la emoción de los grandes acontecimientos, y aquella impresión de unos segundos desapareció, a lo que se ve, para alojarse en alguna zona profunda de mi cerebro para despertarse hoy, mientras escuchaba al P. Nicolás dirigirse a la Congregación explicando con sencillez, y sinceridad, los motivos para solicitar que se le aceptara la renuncia.
Y por unos instantes, he sentido con gran alivio para mí, que la misma obediencia a sus hermanos que le llevó a aceptar el cargo le permitía hoy liberarse de la carga. Aunque no liberarse de la responsabilidad, porque el P. Nicolás seguirá siendo testigo alegre del Padre que quiere ponernos junto a su Hijo.
¿No le pedimos demasiado a un compañero cuando le elegimos para ser General? Tal vez sí, pero tal vez son ellos los que tienen que responder a esta pregunta. Y el P. Nicolás respondió entonces con determinación y confianza, y así ha sido su generalato.
Nos ha recordado la necesidad de profundizar, alejándonos de las superficies confortables, si queremos dar respuesta adecuada a los problemas -inmensos- de nuestro tiempo. Nos ha insistido para que seamos como las jirafas, capaces de mirar lejos, de tener horizontes abiertos, de no vivir encerrados en lecturas cortas de la realidad.
Nos ha recordado que el misterio de Dios se desvela en nuestra interioridad acompañada y, que ese mismo misterio, se proyecta en una humanidad que busca, sufre y anhela una esperanza que permanezca. Tal vez es cierto que le pedimos demasiado a un compañero, pero también es verdad que ellos lo dan todo. Sin reserva.
Hoy, en un aula renovada, se ha vivido la misma serenidad, respeto y aprecio que aquel 19 de enero. Pero se ha vivido también algo más. El Señor nos ha confirmado, no por nuestros méritos, sino por la generosidad y el servicio del P. Nicolás. Y una vez más esta aula se ha convertido en humilde santuario, porque los lugares los hacen las personas.