Tendrán que esperar nuevamente más tiempo para cantar sus alabaos a la paz, desde el corazón y el perdón, como tan grandemente lo hicieron el día de la firma del Acuerdo de paz
(Consuelo Vélez).- Muchas personas del exterior me preguntan por qué triunfó el «NO» en el Plebiscito. Y no sabré dar una respuesta total porque ni tengo el conocimiento suficiente, ni soy una experta en estos temas. Sólo soy una persona que quiere participar activamente de la realidad que vivimos y desde mi visión opino y actúo en consecuencia.
Lógicamente aprendemos de la derrota, como han escrito muchas personas que apostaban por el SI y esperamos resurgir como el ave fénix. Pero eso no quita que se puedan hacer algunas afirmaciones que no hay porque dejarlas de lado a la hora de seguir apostando por la paz. Aunque los del NO digan que quieren la paz, no les creo.
O mejor quieren una paz muy distinta de lo que yo creo es la paz. Hay muchas razones que me afirman en ese no creerles. Los promotores del NO, encabezados por Álvaro Uribe, no pueden resistir que otros sean los gestores de la paz. Y ahora que ellos quedan como los salvadores del acuerdo futuro, comienzan a sentirse bien.
Es increíble que algunos afirmen que los Acuerdos estaban bastante bien, un 75% o 80% bien (lo dijo Pacho Santos, ex vicepresidente de Uribe) pero que había que hacerle unos pequeños ajustes. No parecían decir eso cuando hicieron la campaña por el NO. Y esta la otra gran porción de personas -incluidas tantas explícitamente creyentes- que están aferradas a llamar impunidad a un proceso de justicia transicional y que llaman justicia de Dios a que el enemigo se pudra en la cárcel- (no sé dónde estudiaron cristología, especialmente algunos sacerdotes que enarbolan esta bandera) y por supuesto tantos cristianos que invocan a Dios para decir que ganó el NO y que Dios exige castigo y justicia. ¡Muy extraña esta fe!
Pero también ganó el NO porque el apelar a los afectos, a los slogans, a los miedos, a la venganza, al rencor, a la manipulación de los datos, da resultados. Muchas personas repetían frases tan inconsistentes como irreales: que los Acuerdos tenían ideología de género, que se les iba a pagar a los guerrilleros durante 10 años, que Timochenko sería nuestro próximo presidente, que a la constitución se le iban a añadir 297 páginas y así una y otra inconsistencia.
Y les pregunté muchas veces: ¿dónde dice eso en el Acuerdo? ¿leyó el Acuerdo? Y la mayoría no lo leyó pero es más fácil repetir lo escuchado que verificarlo. Y en la campaña, la mentira estuvo a la orden del día.
Para mí siguen siendo verdad dos cosas: (1) tener una comprensión de las cosas con un juicio crítico fundamentado, libre de intereses personales y que sea capaz de apuntar por el mayor bien no es fácil y lo hacen pocos. (2) Vivir los valores del evangelio referentes al perdón y a la reconciliación es más difícil todavía, porque el Dios de Jesús es incómodo y como bien se lo dijeron a él en otra circunstancia: «duras son estas palabras, ¿quién podrá escucharlas?» (Jn 6,60).
El inicio de los Acuerdos de Paz podía haber sido hoy. Ahora tenemos que esperar meses, años, no sabemos. Ojala que los diálogos se den y se logren unos acuerdos «más perfectos» que el «Acuerdo imperfecto pero posible» que yo creo teníamos. Pero qué lástima que el avanzar se retrase por intereses políticos de ese «mesías salvador» (Uribe) que hace ya tantos años nos vendieron y en el que tanta gente creyó y de tantos otros que manifiestan más su mirada parcial, puntual, egoísta, vengativa, que el bien de las víctimas que desde su impotencia votaron por el SI pero, una vez más, no fueron escuchadas, y las alabadoras de Bojayá tendrán que esperar nuevamente más tiempo para cantar sus alabaos a la paz, desde el corazón y el perdón, como tan grandemente lo hicieron el día de la firma del Acuerdo de paz.
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