Enseñemos en nuestro mundo a reflexionar, a tener vida interior. Aprendamos en él a valorar el conocimiento adquirido por la experimentación, porque de ahí surge la AUDACIA
(Ángel Manuel Sanchez).- Las emociones destruyen, son incapaces de crear nada (Zygmunt Bauman). Impera la nueva vanguardia, el Emocionalismo. Yo lo llamo: Dictadura de las Emociones.
Esa exaltación de las emociones ha de explicarse desde una antropología que concibe a los seres humanos como consumidores, votantes y llena espacios. Interesa que el ser humano sea manipulable a través de sus emociones.
En esta ingeniería social la Razón no es pauta de comportamiento humano, lo es la Emoción.
El ser humano actual se halla dentro de una enorme tarta de merengue y padece diabetes existencial.
Confundimos un subidón con la felicidad y, el camino correcto con el propuesto.
Abandonamos la senda de la autenticidad para acabar tomando la de la superficialidad.
Escuchad, nadie ni tampoco la Iglesia, escapa a esta Dictadura.
Contrariamente a lo que pueda imaginarse, este emocionalismo nos hace perder naturalidad que es sencillez y autenticidad, o no es.
La falta de naturalidad es un mal de nuestra época, es factor de nuestra decadencia y razón por la que escasea la creatividad.
Sólo se puede ser escéptico ante un ser humano esclavo de sus pasiones. Hemos llegado así a una Dictadura de las Emociones, que tiene una forma particular de expresarse, a través de la perversión del lenguaje: el Eufemismo, que disfraza de auténtico lo que es falso, de propio lo que es ajeno.
Idolatramos la Naturaleza pero desconocemos la nuestra. Perseguimos las sensaciones y las servimos. Llevamos una vida interior de esclavos.
La vida ni es un espectáculo ni una montaña rusa, la vida es relación y pecamos aislados en nuestras sensaciones.
La SECULARIDAD ha afirmado la pluralidad de pensamiento, la desautorización de la violencia en la dialéctica, ha permitido revolucionar las relaciones personales dando un protagonismo sin complejos a los afectos, que creo que debemos valorar muy positivamente, y vivirlos porque es sano y natural; en el mejor de los sentidos, secular.
La SECULARIDAD nos ha puesto las pilas descubriéndonos que lo afectivo es lo efectivo en nuestras vidas.
Cualquier importante decisión ha de tomarse desde la intuición, desde la premonición de felicidad, y ahí entran de lleno los afectos. Pero también necesita de la Razón para que esa decisión pueda en momentos de crisis, asirse. Este autocontrol es una barrera a cualquier manipulación o autoengaño.
Nuestra relación con Dios es esencialmente afectiva. Esta experiencia para asentarse debe razonarse, es decir, explicarse. Mente y corazón van unidos. El verdadero Amor necesita tanto de la experimentación como de la reflexión. Nuestra relación con los demás sigue el mismo esquema.
Este ser humano que actúa con corazón y cabeza es así completo, está por tanto armonizado. Dividirlo ha sido el empeño de la Modernidad en su sentido más negativo. Su división conlleva manipulación y autoengaño. El pensamiento moderno y posmoderno se empeña perversamente en ponernos en contra de lo que es natural, de lo que forma parte de nuestra esencia, esto es, que somos mente y corazón, y que nos gobernamos con ambos.
Distingo entonces, entre lo afectivo asido a nuestros valores interiores, y lo emocional, que no está sujeto a compromisos sino a sensaciones. Confundirlos hace enfermar de desilusión. No todas las sensaciones son malas, tienen una utilidad, la de servir al olfato espiritual o intelectual, pero en absoluto constituyen fines.
Pecamos cuando dividimos regular y secular, pecamos separando afectivo y reflexivo, esencial y distinto. Nada que sea humano puede sernos ajeno, y por eso mismo todo está relacionado y nos afecta, por lo tanto nos compromete, nos es real. Pecamos porque la separación y la clasificación nos dan sensación de control.
No imagino a Dios separando, ni dejando de afectarse por lo que nos pasa.
Quizás la Iglesia necesita experimentar más y reflexionar menos, pues no hay razón para temer a lo que cree ver distinto pero comparte nuestra misma naturaleza. Somos familia humana. Tampoco la hay para que la secularidad haya dejado de reflexionar acerca de su crisis de creatividad y su decadencia, acerca de la fatalidad del sufrimiento que tan obstinadamente oculta.
Los cristianos pecamos aislados en nuestras comunidades y colaborando en una división entre regular y secular, que de manera igualmente perversa la Modernidad ha pretendido, y la Iglesia secundado. Ni somos gueto ni lo secular dictante. La Iglesia es tan secular como lo es la Liga de Fútbol.
Enseñemos en nuestro mundo a reflexionar, a tener vida interior. Aprendamos en él a valorar el conocimiento adquirido por la experimentación, porque de ahí surge la AUDACIA.
Existe aquello que puede explicarse, pero también aquello que tiene un sentido. Ambas realidades pueden y deben experimentarse. Pues si plenas han de ser nuestras vidas, completos han de ser también los medios para alcanzar la plenitud.
Todo está relacionado: la doble naturaleza de Jesucristo, afecto e intelecto, regular y secular. Si Dios reconcilió a través de su Hijo todas las cosas, por qué las separamos.
Si todo fue creado por Dios en armonía, por qué abandonamos la naturalidad, es decir, la sencillez. Por qué imponemos la reflexión en la Iglesia, la Emoción en nuestra cultura.
En parte lo he explicado, la separación nos proporciona seguridad y control, pero sólo creamos confusión y aislamiento, imperfección y sufrimiento.
No pueden imperar ni los afectos ni las reflexiones, y menos las caprichosas emociones, ha de guiarnos una visión reconciliada de las cosas, que es la que Dios posee.