Muchos pensamos que en el control eclesiástico sobre la sexualidad se esconde uno de los abusos más fuertes y agrios en la Iglesia
(Rufo González, sacerdote).- Mirar a Jesús es más urgente que mirar la ley eclesiástica. La «Misericordiae Vultus», Bula de convocación del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, debe tener también incidencia en el trato que la Iglesia da a obispos y sacerdotes, que no han podido con esta ley.
El inicio de la bula tiene la clave: «Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre: con su palabra, con sus gestos y con toda su persona (Dei Verbum, 4) revela la misericordia de Dios» (Mv. 1). Inspirarse en el respeto de Jesús sobre este delicado asunto, en su libertad para elegir apóstoles sin este requisito, tendría que ser el criterio básico para revisar esta ley tan cuestionada históricamente.
Muchos pensamos que en el control eclesiástico sobre la sexualidad se esconde uno de los abusos más fuertes y agrios en la Iglesia. El celibato obligatorio para el clero ha centrado la moral católica occidental obsesivamente en el sexo. El progreso ético, fruto de muchos factores, nos va liberando progresivamente. Ya se reconoce parvedad de materia y que no todo desorden sexual es pecado grave, ya se decide con libertad el número de hijos, ya se va respetando la orientación sexual personal, ya la anticoncepción puede ser buena en ocasiones, etc…
No es misericordioso liberar del celibato y prohibir el ministerio
No hay comunión eclesial entre pastores, teólogos y fieles sobre esta ley. Ni sobre el poder de la autoridad eclesial para coartar un derecho fundamental humano. Pero esta ley en la Iglesia católica occidental está vigente. Nadie puede negar el hecho de que miles de clérigos han pedido, tras un tiempo variable de observancia, ser liberados de esta carga que creyeron poder llevar, pero en la práctica les resultó moralmente imposible. La inmensa mayoría pide ser eximida sólo del celibato. La Iglesia, junto con la liberación del celibato, les impone la prohibición de ejercer el ministerio para el que están consagrados por el Espíritu. ¿Esa prohibición es conforme con la misericordia divina, manifestada en Jesús? ¿Así se «retiene todo lo bueno» (1Tes 5,22) que ellos tienen en su conciencia y avalan muchas comunidades cristianas?
Se han visto obligados por la ley, no por la fe, a dejar su ministerio
Obispos y presbíteros se han visto obligados por la ley, no por la fe, a dejar su ministerio. De aquí la rebeldía contra la ley. Ha sido el Espíritu de Dios quien ha sostenido «la fe que se traduce en amor» (Gál 5, 6) a la comunidad. Ahí están los numerosos testimonios de sacerdotes ejemplares, infieles a la ley -por considerarla dañina a su humanidad-, pero fieles a la fe.
Para leer el artículo completo, pinche aquí