Tuvo que ser el golpe al corazón que supuso Aylan para que oyera el grito de los desterrados, de los desesperados, el grito de Cristo en el calvario que fue tan potente oscureció el mediodía
(Archidiócesis de Burgos).- José Luis Pinilla Martin (1948) es sacerdote jesuita. Estudió Filosofía y Teología en la Universidad Pontificia de Comillas de Madrid y se formó como trabajador social por la Universidad Complutense de Madrid. Completó su formación en el Instituto Bíblico de Jerusalén. Actualmente es profesor invitado en el Instituto Superior de Pastoral de la Universidad Pontifica de Salamanca y director de los Cursos de Formación para delegados y agentes de migraciones.
Desde 2008 ocupa el cargo de director en la Comisión Episcopal de Migraciones, y esta tarde ofrecerá la conferencia «Migrantes y refugiados. Iconos que nos interpelan», organizada por Atalaya Intercultural a las 20.00 horas en el Salón de Actos de la Fundación CajaCírculo en Plaza España 3.
Aunque el problema de la acogida de refugiados lleva tiempo en los medios, pero no parece que se le ponga una solución. ¿Se han quedado las promesas de acogida en palabras? ¿Cómo está actuando la Iglesia española ante esta situación?
La Iglesia tuvo una entrevista con la vicepresidenta del Gobierno a petición suya ante la crisis de refugiados. Le ofrecimos toda nuestra colaboración, cosa que ya suponían de antemano.
Pero el Gobierno, responsable de la acogida, encargó esta a tres grandes Asociaciones: CEAR, Cruz Roja y ACCEM (esta última, por cierto nació en la Comisión Episcopal de Migraciones, aunque ahora es autónoma) . Ante este hecho y respondiendo a la llamada del Papa para acoger refugiados, la Iglesia se puso a trabajar. Y ya que la acogida es responsabilidad – con previsiones presupuestarias – del Gobierno que es quien la organiza, todas la diócesis se pusieron a recoger las posibilidades de hospitalidad y acogida a los refugiados. Fruto de ello fue el gran despliegue de ofertas diocesanas y de otros organismos eclesiales que se pusieron en situación previsión por si las instituciones encargadas por el Gobiernos pedían nuestra ayuda. Así lo hicieron en muchas de ellas y en todas se ofreció la disposición más favorable.
La Iglesia se coordinó desde el primer momento en un marco común y una estrategia compartida con la constitución de una red intraeclesial formada por la Comisión Episcopal de Migraciones, la Confer, Justicia y Paz, Cáritas y el sector social de los jesuitas . Esta voz y estrategia común de la Iglesia ha sido muy valorada por el signo de comunión que ofrece y porque se ha tomado referencia de ellos para actuar de manera similar en las diócesis. En todas ellas han surgido propuestas para actuar, ha sido ejemplar la labor que hacen a través de la mesa diocesana de Migraciones de Burgos.
A todo ello hay que añadir muchas iniciativas de sensibilización, de denuncia, de recogida de recursos económicos etc.
Advierto de manera grave que la acogida, si es que llega, será una cantidad ajustada por el gobierno. Dejará en la calle a mucha gente cuando termine (un año, seis meses, etc). Y ahí es donde entrará la acción de Iglesia, ya que en la acogida solo se hará de manera subsidiaria por encargo del Gobierno a otras instituciones. Es en la posterior acción, cuando refugiados e inmigrantes queden en la calle, cuando estará presente la capilaridad social de Iglesia que llega a todos los rincones, para acompañar, defender, servir y evitar fracturas sociales en la necesaria integración social.
Hace años hablaba de que la política de asilo y refugio de la Unión Europea estaba desfasada, ¿cuál es la propuesta actual?
Pongo el ejemplo del famoso niño Aylan. Antes de la primera aparición de la trágica foto en las portadas de los medios, la Iglesia ya estaba denunciando mucho antes que las políticas europeas eran desfasadas, ineficaces, cortoplacistas, etc., y que la itineranacia no venía solo del Sur de Europa. Pero la foto del niño fue como el aldabonazo para que la Europa rica del centro y el norte oyera que estaban llamando a la puerta. Tuvo que ser el golpe al corazón que supuso Aylan para que oyera el grito de los desterrados, de los desesperados, el grito de Cristo en el calvario que fue tan potente oscureció el mediodía.
Dicha foto supuso una solidaridad inmediatista y compulsiva que se agota inmediatamente. La solidaridad que la Iglesia propone y procura poner en práctica va más allá del presente. Busca las causas y reflexiona, (es decir quiere poner corazón y cabeza), denuncia la previsión de estos desastres cuando Europa se olvida de los pobres y sobre todo, se moviliza en el tiempo. Porque sabe que los pobres «tiran» de nosotros siempre. Como un imán. No solo un día o un mes, ¡siempre!
La propuesta es clara: Con la muerte de Aylan no solo murió un niño, sino que murió la Europa de los valores. Que Europa recupere su identidad de acogida, de hospitalidad, de interculturalidad, de defensa de los derechos humanos. Europa nació con un deseo de construir una sociedad solidaria. Pero Europa también sufre unos paradigmas económicos que ponen el dinero por encima de la persona. Con un crecimiento económico a toda costa y unas medidas de austeridad como manera de hacer caer a los más débiles, estamos viendo cómo la pobreza ha aumentado en Europa en varios millones de personas en vez de reducirse.
¿Es necesario establecer límites en el número de inmigrantes que puede acoger un país?
El control de flujos en una competencia del Estado que debe cumplir sin menoscabo de la defensa a la dignidad de las personas, y con la salvaguarda exquisita de los derechos humanos. Pero no es un deber absoluto: puede ser limitado por el del país de acogida, pero siempre teniendo en cuenta el bien común de la entera familia humana: su finalidad no es preservar un bienestar elitista de la sociedad de acogida al modo del rico Epulón frente al pobre Lázaro.
Como dice el papa Francisco, «no se pueden reducir las migraciones a su dimensión política y normativa, a las implicaciones económicas y a la mera presencia de culturas diferentes en el mismo territorio. Estos aspectos son complementarios a la defensa y a la promoción de la persona humana, a la cultura del encuentro entre pueblos y de la unidad, donde el Evangelio de la misericordia inspira y anima itinerarios que renuevan y transforman a toda la humanidad».
¿La crisis económica nos debe hacer revisar nuestras políticas de acogida?
La Iglesia española ha declarado de manera solemne y publica varias veces que los emigrantes no son causantes, sino víctimas de la crisis. Y los más pobres de los pobres son los emigrantes irregulares.
Han llegado muchos, y seguirán llegando. Pero para hacerse una idea, si entraran todos los previstos sería como si la ciudad de Segovia, por ejemplo, acogiera a 100 personas más en su población. Estamos ante unos de los más complejos desafíos a afrontar de cara a la cohesión social. Pero al mismo tiempo, si gestionamos bien el reto, la crisis de los refugiados se puede convertir en un elemento que impulse con fuerza la economía comunitaria. Así lo ha expuesto por ejemplo el Deutsche Bank, que afirma que el Producto Interior Bruto (PIB) alemán puede llegar a crecer hasta un 1,5% en los próximos cinco años gracias a esta situación y, por extensión, al conjunto de la Eurozona. Teniendo en cuenta que el PIB alemán rondó los 3,5 billones de euros al cierre de 2014, el impulso de las personas refugiadas que lleguen al país se podría traducir en hasta 52.500 millones de euros. Y todo ello en la mayoría de los casos gastando muy poco en la formación y educación previa de muchos de los refugiados y emigrantes, sobre todo sirios.
Termino con un ruego convertido en paradigma de la actuación de la Iglesia: Emigrantes y refugiados, todos somos migrantes. Y a todos hay que defender en sus derechos. Ese es nuestro reto eclesial : ¡Hospitalidad y acogida, migrantes con derechos!