Que su mensaje siga siendo vivo y transformador de estructuras sociales y eclesiales caducas, obsoletas y mundanas
(José Sánchez Luque).- Los cristianos de Sevilla, Huelva, Málaga y Palencia están de fiesta. Muchos se trasladan a Roma donde hoy se canonizará al que fuera nuestro obispo, san Manuel González García que tantas huellas ha dejado en la diócesis de Málaga.
Su sobrino carnal, iluminado teólogo, biblista y canónigo lectoral de la catedral malagueña, José María Gonzáles Ruiz, solía manifestar que no quería que canonizaran a su tío porque en ese momento lo podíamos condenar al honor de los altares, convertirlo en algo momificado, situarlo como en un museo y silenciar su mensaje renovador y evangelizador.
De nosotros depende el que el mensaje del nuevo santo siga vivo y provocador. La vida de san Manuel fue sin duda una vida que seduce y contagia. Necesitamos hoy urgentemente la presencia de personas solidarias, fraternas, coherentes, espirituales de verdad como decía santa Teresa. El tiempo de las vanguardias omniscientes ha pasado. Nuestro tiempo está reclamando la presencia de minorías ejemplares, aunque la expresión nos parezca trasnochada.
Necesitamos una civilización alternativa a la actual: la civilización del amor, la cultura de la vida, la opción por los empobrecidos, la sobriedad compartida, la interioridad, la globalización de la justicia y de la paz. Pero esto no será posible sin un nuevo talante cultural y sin cambios en los estilos de vida de los ciudadanos de los países ricos. San Manuel nos está invitando a dar estos pasos decisivos.
Necesitamos hoy a testigos alcanzados por la experiencia del Resucitado como lo fue san Manuel. Que como el nuevo santo tengan los ojos fijos en Jesús. Que crean lo que Jesús creyó, que vivan lo que él vivió, que den importancia a lo que él se la daba, que se interesen por las cosas y las personas por las que se interesó Jesús, que traten a las personas como él las trató., que miren la vida como él la miró, que oren como él oraba y que contagien esperanza como la contagiaba él. También la vida de san Manuel se transformó en el encuentro con el Resucitado ante el sagrario de una capilla del pueblo sevillano de Palomares del Río.
Por eso su vida tiene un enorme y extraño potencial de atractivo y seducción. Semejantes vidas tan machadianamente ligeras de equipaje, contagian el deseo y la ilusión de proseguir como vida buena que gozosamente se comparte con los otros. Su historia tan desconcertante, posee el valor desconocido de hacer brotar en otras vidas oportunidades nuevas e inéditas de felicidad y coherencia. Todo ello porque los seguidores y seguidoras de Jesús estamos llamados a ser imagen del Dios de la paz, de la misericordia y de la alegría.
Así la vida de los cristianos constituye una prueba de que el ser humano no ha sido creado para la desdicha, sino para la alegría y la fiesta, de balde y con todo lo nuestro como solía repetir san Manuel. No lo condenemos al honor de los altares. Que su mensaje siga siendo vivo y transformador de estructuras sociales y eclesiales caducas, obsoletas y mundanas. No perdamos la esperanza a pesar de la noche que nos rodea. Porque cuando mejor se ven las estrellas y más disfrutamos de ellas es cuando mayor es la oscuridad de la noche.
El nuevo santo nos invita a cambiar el rostro de la Iglesia, para ello es preciso que cambie su mirada, puesto que lo más importante del rostro es la manera de mirar, y también de escuchar al mundo que nos rodea. La mirada renovada no pude ser otra que la de Jesús, puesto que es a través de Jesús que Dios mira y siente el mundo. Un Jesús que no mira desde cualquier sitio o desde un lugar neutro, sino desde el lugar del esclavo, desde el lugar del pobre, a los pies de los demás. Así los intuyó san Manuel. El día en que fue ordenado obispo de Málaga en vez de celebrarlo con un banquete en compañía de las autoridades eclesiástica y civiles, organizó una comida para más de cinco mil niños pobres de Málaga, invitando a las autoridades a ponerse el delantal y servir con cariño la comida a los niños.
San Manuel nos sigue interpelando: la Iglesia necesita recuperar la indignación de Jesús y su misericordia. Nos anima a que nos sintamos proféticamente indignados frente a aquellos con los que Jesús se indignó: los ricos, los hipócritas y los orgullosos. A la vez nos invita a ser misericordiosos con los marginados. Porque la Iglesia ha sido demasiado comprensiva con los corruptos y los defraudadores y excesivamente dura contra los homosexuales, los divorciados, etc. Y termino con unas palabras recientes del papa Francisco: Solo abriendo de par en par las puertas del corazón podemos dejar que Dios actué en nosotros. Ojalá el nuevo santo nos ayude a asumir estas nuevas actitudes y conductas. No le condenemos al honor de los altares.