El Papa Francisco afirma con rotundidad que "No hay peor pobreza material que la que no permite ganarse el pan y priva de la dignidad del trabajo"
(Celso Morga, arzobispo de Mérida-Badajoz).- Hemos celebrado en este mes de octubre la Jornada por un Trabajo Decente, auspiciada por la Organización Internacional del Trabajo y secundada por los movimientos apostólicos católicos especializados en el mundo obrero, junto a Cáritas y otras instituciones eclesiales preocupadas por la justicia y la humanidad. No quiero dejar pasar este evento sin reflexionar acerca de la reivindicación planteada, desde la perspectiva cristiana, e invitaros a todos a profundizar como creyentes en este aspecto de la Doctrina Social de la Iglesia.
El dolor de la realidad
Tanto las mediaciones sociales sindicales, como las eclesiales que se ocupan de la dimensión socio-caritativa de la fe, nos alertan continuamente acerca de la realidad laboral y sus consecuencias en la sociedad actual. Ellos nos hablan de casi cinco millones de desempleados en España y de cómo más de tres millones de personas, que están trabajando actualmente, se encuentran en riesgo de pobreza y exclusión social. La precariedad laboral afecta de modo determinante a las personas, así más de trescientos mil contratos mensuales son de una duración de siete días o menos, cuando seis de cada diez trabajadores a tiempo parcial desearían tener una jornada completa.
El evangelio
Ante esta realidad, la doctrina social de la Iglesia, y el pensamiento y preocupación de los últimos pontífices, nos recuerda a los cristianos y a los hombres de buena voluntad que «la persona es la medida de la dignidad del trabajo» (CDSI 271). Que dada la dignidad de la persona humana, el trabajo es la cuestión de lo humano y se ha de tener claro que el ser humano no es el que tiene que adaptarse o subordinarse al trabajo, al mercado, sino que ha de ser al revés.
El evangelio de Jesús es aleccionador en este aspecto cuando él nos presenta, para mostrarnos el rostro y el sentir de Dios Padre, la parábola de los viñadores que son llamados a trabajar en la viña:
Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?
Unos a unas horas y otros a otras, pero a la hora del sueldo, es la dignidad de la persona la que se prioriza, frente a la pura labor, todos reciben el denario que necesitan para poder subsistir como personas con dignidad y justicia. Ahí, lo justo viene marcado por la bondad del Padre que mira a la humanidad, a cada persona, desde sus necesidades con verdad y justicia amorosa, desde la perspectiva del cuidado y el amor. La persona es el centro del reino y de la realidad.
Pensamiento social cristiano
La sociedad en este sentido ha de revisarse con respecto a su visión del trabajo y de la distribución del mismo, del sueldo y su dignidad. Como nos recordaba el Papa San Juan Pablo II en la encíclica Laborens exercens (10):
«Con su trabajo el hombre ha de procurarse el pan cotidiano, contribuir al continuo progreso de las ciencias y de la técnica y, sobre todo, la incesante elevación cultural y moral de la sociedad en la que vive en comunidad de hermanos».
En este sentido el trabajo tiene una dimensión integral que responde tanto a las necesidades materiales, como a las sociales y culturales y también a las espirituales del ser humano: es camino de santificación, como el mismo Señor nos enseña en el taller de Nazaret. Cuando el trabajo no es decente afecta al hombre en todas sus dimensiones.
Por eso la cuestión del trabajo es una cuestión de justicia y dignidad humana y debe ser promocionado porque lo que está en juego es la relación trabajo y persona, también en su dimensión trascendente, familia, sociedad.
El Papa Francisco, siguiendo las claves humanistas y cristianas de la doctrina eclesial, afirma con rotundidad que «No hay peor pobreza material que la que no permite ganarse el pan y priva de la dignidad del trabajo», y muestra su rechazo a la aceptación natural de esta situación indigna e injusta cuando afirma con respecto a los jóvenes que «el desempleo juvenil, la informalidad y la falta de derechos laborales no son inevitables, son resultado de una previa opción social, de un sistema económico que pone los beneficios por encima de la persona»(Encuentro Mundial de Movimientos Populares, Santa Cruz 2015).
Aspiración y compromiso
Ante esta realidad es necesario reivindicar y aportar por un sentido y organización del trabajo que realmente sea digno, lo que significa un trabajo que, en cualquier sociedad, sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer:
– trabajo libremente elegido, que asocie efectivamente a los trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de su comunidad
– trabajo que haga que los trabajadores sean respetados, evitando toda discriminación
– un trabajo que permita satisfacer las necesidades de las familias y escolarizar a los hijos sin que se vean obligados a trabajar
– un trabajo que consienta a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su voz
– un trabajo que deje espacio para reencontrarse adecuadamente con las propias raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual
– un trabajo que asegure una condición digna a los trabajadores que llegan a la jubilación
Para que esto avance y cada día sea más posible, la Iglesia proclama que es necesario sustituir el utilitarismo por el amor de construir la justicia. Romper la actual lógica de pensar y organizar el trabajo poniendo en el centro a la persona, no la economía y los intereses de unos pocos.
Plantear el sentido y el valor del trabajo más allá del empleo; distribuir de manera justa y digna el empleo y reconocer socialmente todos los trabajos de cuidado necesarios para la vida humana; luchar por condiciones dignas de empleo. Sin la lucha por la afirmación de los derechos de las personas en el empleo no es posible humanizar el trabajo; articular de forma humanizadora el trabajo y el descanso.
Afirmar la defensa de los derechos humanos y desvincular derechos y empleo. Se trata de humanizar las relaciones laborales para que se desarrolle un trabajo realmente decente. La organización Internacional del Trabajo ha marcado los grandes objetivos estratégicos, que desde la comunidad cristiana compartimos totalmente, como son: crear trabajo, garantizar los derechos de los trabajadores y trabajadoras, extender la protección social y promover el diálogo social.
Y estos objetivos que son de gran alcance, también requieren la participación personal y moral de todos nosotros. Hemos de tomar conciencia y aplicarnos principios sencillos de vida que realmente apuesten por un mundo más digno y justo entre nosotros, cada uno desde su lugar social, cultural, político, laboral y eclesial.
Para ello se nos invita desde la misma doctrina social cristiana a saber ser un poco pobre, en un mundo de bienestar y riqueza, para que otros puedan ser, a vivir el poder liberador del sacrificio a favor de los que lo necesitan. Todo ello asumiendo que la comunidad cristiana tiene una dimensión profética, dada su vocación a amar y ser prójima de los que sufren, y está llamada a tomar concienciar y actuar, a través de todos los medios pacíficos a su alcance, para mejorar y desterrar las situaciones de desigualdad en el acceso al trabajo decente y la negación de dignidad que esto supone. En este sentido todos podemos hacer algo desde nuestro sitio.
Nos unimos al grito por un trabajo decente desde el deseo de la justicia y la paz entre los hombres, para que entre nosotros se cumpla la voluntad del Padre en la tierra como en el cielo.