Resurrección, ascensión y pentecostés son todo un mismo instante, que la proclamación narrativa de la fe desplegará temporal y espacialmente en el lenguaje simbólico de apariciones pascuales o pentecostales
(Juan Masiá).- Ni la cremación impide la resurrección, ni hace falta una tumba vacía para creer en El Que Vive. Morir es morir hacia la Vida. Resucitar es entrar en la Vida definitiva, en la Vida de la vida.
Morir y resucitar en Cristo es la expresión de la fe cristiana en la vida verdadera y eterna, que no consiste en la inmortalidad de un alma separada, ni en la recuperación del cuerpo que se convirtió en cadáver y fue cremado o enterrado.
Se expresa bien el umbral de la muerte con la metáfora de la puerta. La muerte es puerta de salida de esta vida y puerta de entrada en la Vida de la vida. La salida de esta vida, es decir, la muerte es un hecho histórico, acreditado por el certificado de defunción. La entrada en la Vida de la vida no es un hecho histórico, sino transhistórico: la resurrección.
La resurrección es la interpretación de fe del sentido de la muerte. Desde el lado de acá del umbral de la muerte podemos certificar el hecho histórico de la defunción. Pero la realidad transhistórica de la resurrección no se puede certificar como hecho histórico; se da testimonio de ella como confesión de fe.
Para poder certificarla desde el otro lado de la puerta, es decir, para mostrar que esa puerta es puerta de entrada en el más allá, la que se ve como puerta de salida desde el más acá, tendríamos que estar ya en la otra orilla, es decir, tendríamos que haber muerto y resucitado.
Pero la fe puede afirmarlo, porque creer es haber muerto: la fe y la contemplación son como una muerte en vida. Pablo puede afirmar la resurrección desde su confesión de fe, porque como él dice, creer en Cristo es haber muerto y resucitado ya ahora (Col 3, 1). Lo mismo que, según el evangelista Juan, quien vive y cree en Cristo, no morirá nunca ( cf Jn11, 26). (¡También en la vivencia del Zen se solapa la iluminación con una gran muerte en vida!).
Jesús muere en cruz hacia la Vida y entra en ese momento en el «hoy eterno de Abba», desde donde difunde su Espíritu. No necesita tumbas vacías para justificar que Él Vive, ni tiene que esperar tres días para resucitar, ni semanas para ascender a Abba y descender como Espíritu: muerte, resurrección, ascensión y pentecostés son todo un mismo instante, que la proclamación narrativa de la fe desplegará temporal y espacialmente en el lenguaje simbólico de apariciones pascuales o pentecostales.
«Morir es nacer a la vida verdadera. Morir a la vida de este mundo es nacer a la vida definitiva…» (Ver más, en las páginas 181-188, de Vivir. Espiritualidad en pequeñas dosis, Desclée de Brower y Religión Digital Libros, 2015).
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