Regálanos tu mirada para vernos entre nosotros de otra manera, no como enemigos, sino como hermanos. Enséñanos a mirar para rescatar, acompañar y proteger
(José M. Vidal).- Misa de la patrona de Madrid en la Plaza Mayor. Presidida por el neocardenal Carlos Osoro y con el voto de la villa de la alcaldesa, Manuela Carmena, que llama al papa «hombre de luz». En su homilía, el arzobispo pide a la patrona de Madrid, la Virgen de la Almudena, que «nos regale su mirada» para cuidar la vida, ayudar a los hermanos y «derriba rmuros y crear puentes que nos unan a todos».
Hace frío en la plaza, pero los fieles, que la llenan, aportan el calor de su fey de su cariño por la Virgen morena que llega en procesión desde la catedral y se coloca al lado del altar.
En el frontal del palco, montado como altar en la Plaza Mayor, luce un cartel con este lema: «Santa María la Real de la Almudena, madre de Madrid«.
El arzobispo de Madrid concelebra con el cardenal emérito, Rouco Varela, el Nuncio de Su Santidad, Renzo Fratini, el obispo auxiliar, Martínez Camino, el arzobispo castrense, Juan Del Rio, el obispo emérito de Ciudad Real, Antonio Algora, y los obispos de Getafe y Alcalá.
Entre las autoridades civiles, destaca la presencia de la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, de la presidenta de la Comunidad, Cristina Cifuentes, asi como de Esperanza Aguirre, entre otras personalidades.
La primera lectura: La profecía de Zacarías sobre la santa morada que se levanta. Segunda lectura del libro del Apocalipsis: «Dios enjugará las lágrimas de sus ojos». El Evangelio de Juan en el pasaje de la muerte de Jesús: «Mujer, ahí tienes a tu hijo…HIjo, ahí tienes a tu madre»
Tras el Evangelio, la alcaldesa renueva el voto de la villa, tras depositar un centro de flores ante la Virgen: «Es para mí un honor renovar el voto de la villa».
Y añade:
«Los seres humanos cuando hay oscuridad, buscamos luz. Por eso, quiero recordar a un hombre de luz, el Papa Francisco y su año de la misericordia y su mensaje centrado en el sermón de la montaña, que pretende llevar lua e un mundo tan convulso como el que vivimos»
«El compromiso de dar de comer al hambriento, de no mirar para otro lado ante las necesidade sprimarias de tantos seres humanos»
«El compromiso de acoger al forastero, asistir a los enfermos y visitar a los presos, hacer comunidad con los refugiados, garantizar la asistencia sanitaria a los sin papeles…»
«El compromiso también de dar consejo al que lo necesita y consolar altriste…el compromiso de no huir de la experiencia de sufrimiento del otro…Nada de lo humano nos puede ser ajeno…»
Texto íntegro del voto de la Villa de Manuel Carmena
Como alcaldesa de Madrid, de todas las vecinas y vecinos de esta hermosa ciudad es para mí un honor renovar, una año más, en esta celebración el Voto de la Villa.
Cuenta la tradición que un día 9 de noviembre de 1085, después de nueve días de constantes plegarias, los madrileños, en solemne procesión presenciaron cómo se resquebrajó un cubo de la muralla árabe dejando al descubierto la imagen buscada de la virgen y, según la leyenda, dos cirios que la habían alumbrado durante los 373 años que allí había permanecido escondida.
Los seres humanos, cuando hay ausencia y soledad buscamos presencias significativas. Cuando hay oscuridad, también buscamos luz. Igual ocurre en el siglo XXI.
Por ello, hoy quiero recordar también a un mensajero de luz, un hombre bueno, el Papa Francisco, en el anuncio del Año Santo de la Misericordia, dirigido a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, creyentes y no creyentes. Es un mensaje, centrado en el Sermón de la Montaña, que pretende aportar luz y coraje en un mundo tan desigual y convulso como el que vivimos, un mensaje que intenta sabiamente aunar justicia y misericordia, tan vinculado al ámbito de los Derechos Humanos, y con el que queremos, Nuestra Señora de la Almudena, siguiendo nuestras tradiciones, expresar en el día de hoy nuestro voto, nuestro compromiso hacia Ti:
El compromiso de «dar de comer al hambriento, de beber al sediento y de vestir al desnudo»…
El compromiso, por tanto, de vivir sencillamente para que otros, sencillamente, puedan vivir; de no mirar para otro lado, ante las necesidades primarias de tantos seres humanos, tanto de nuestra ciudad, como allende de nuestras fronteras. También es de justicia.
El compromiso, asimismo, de «acoger al forastero, de asistir a los enfermos y de visitar a los presos»…
El compromiso, por tanto, de hacer comunidad con los refugiados, de garantizar la asistencia sanitaria a los sin papeles, de acompañar a los que están privados de libertad, sean por sanciones penales o por razones administrativas. Es de justicia.
Finalmente, el compromiso, también, de «dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia las personas molestas»…
Es decir, el compromiso de no huir de la experiencia de sufrimiento del otro, de reconocerle en su dignidad, de afirmar que nada de lo humano nos puede ser ajeno. Sí, también es de justicia.
Como expresábamos el año pasado, estamos dispuestos a intentarlo con alegría, con respeto y con el convencimiento de que el otro -para los creyentes- es un hijo de Dios y por tanto, un hermano del alma del que soy corresponsable y para todos nosotros, seamos o no creyentes, es una riqueza y una oportunidad para seguir mejorando nuestra ciudad.
¡Que así sea!
A continuación, la homilía de Osoro, que improvisa, de entrada, para agradecer las palabras de la alcaldesa y su mensaje basado en las Bienaventuranzas.
Texto completo de la homilía de monseñor Osoro
Hermanos y hermanas:
Querida Madre, a quien aquí, en Madrid, invocamos como Santa María la Real de la Almudena: gracias por ofrecernos a tu Hijo Jesucristo, rostro vivo y auténtico de Dios y del hombre. Sostienes en tus manos a Nuestro Señor recién nacido en Belén y nos lo ofreces a los hombres. Así, en esta postura, con esta fotografía, te han reconocido como Madre de Dios y Madre nuestra, como Madre de Madrid, todos los que habitan estas tierras. Gracias por acompañarnos y abrirnos caminos de encuentro, gracias por enseñarnos a derribar muros, a crear puentes que nos unan a todos, a no hacer una tierra donde unos descartamos a los otros. ¡Qué belleza tiene tu imagen! Es una imagen que expresa muy bien lo que deseas de nosotros: te manifiestas ofreciéndonos y poniendo en nuestras manos a tu Hijo Jesucristo. No quieres darnos y ofrecernos teorías sobre la verdad, el camino que recorrer o la vida que tener; sino que nos entregas, con rostro de hombre vivo, a quien es Camino, Verdad y Vida. ¡Gracias!
Hoy, Madre, tu Hijo Jesucristo desde la Cruz, mirándote a ti y a Juan el apóstol -en el que estamos representados todos nosotros-, nos dice una expresión que no solamente tiene belleza, sino que da belleza al ser humano: «Mujer, ahí tienes a tu hijo», y a nosotros, en Juan: «Ahí tienes a tu Madre». Porque el ser humano recibe la gran Belleza cuando se le da amor, especialmente cuando es el Amor más grande. Y en este pasaje del Evangelio se nos muestra el amor de tu Hijo, que da la vida para que los hombres tengamos Vida, y el amor de un Dios que nos da a quien prestó su vida para darle rostro humano, a su Santísima Madre, para que nunca jamás sintamos soledad.
Desde esta oferta de amor de Cristo, quiero entregaros una contemplación de Nuestra Madre, a quien le pido que mire a todos los que formamos parte de esta Comunidad de Madrid, a cada uno de nosotros, con esos sus ojos misericordiosos: a cada familia, a los niños, a los ancianos, a los enfermos, a los que están solos, a quienes están en la cárcel, a los que tienen hambre y no tienen trabajo, a los que perdieron la esperanza, a los que no tienen fe, a los que nos gobiernan, a los que nos enseñan. A Ella le hago también estas tres peticiones:
1. Madre, ayúdanos a cuidar la vida: lo habéis visto en el Evangelio que hemos proclamado, «junto a la Cruz de Jesús estaban su Madre, la hermana de su madre, María la de Cleofás, y María, la Magdalena». Ahí estaba cuidando la Vida que es el mismo Jesucristo. Y Jesucristo mira a su Madre y le dice que siga cuidando las vidas de los hombres, de todos los hombres. ¡Cómo no recordar hoy aquí a los que más necesitan que cuidemos sus vidas! La vida hay que cuidarla siempre, desde el inicio hasta su término, siempre haciéndolo con ternura. Cuidar la vida supone sembrar esperanza siempre. Un pueblo que cuida la vida es sembrador de esperanza. Un pueblo que cuida a los niños y a los ancianos, cuida a todos. María nos enseña a cuidar la Vida. Cuidó a Jesús desde el momento que estuvo en su vientre y lo cuidó cuando estaba en la Cruz. Nunca abandonó a quien era la Vida y nos muestra el abanico real que tiene la vida humana.
Hay que cuidar la vida de los niños, lo que supone que todas las dimensiones de la vida de un ser humano se desarrollen armónicamente, también la dimensión trascendente en la que se encuentra el amarnos los unos a los otros, el no descartar a nadie, el no hacer diferencias, el crear puentes que unan, el derribar muros que no nos dejan encontrarnos. Y hay que cuidar las vidas de los ancianos, de aquellos que van perdiendo fuerzas; tenemos que tratarlos no como sobrantes y como un peso que hay que sobrellevar, sino como tesoros de sabiduría que debemos alentar y alimentar. Cuidemos la vida de los niños y de los ancianos, en ellos está el futuro de un pueblo. ¡Qué dos realidades más importantes: fuerza y sabiduría, niños y ancianos! Cuidar la vida es sembrar esperanza. María cuidó a Jesús desde chico y nos cuida a nosotros.
Cuidar la vida supone que, en nuestra casa común, todos tengan sitio, un lugar donde estar y ser reconocidos en su dignidad. En las bodas de Caná, cuando María vio que no había lo necesario para hacer la fiesta, se dirigió a su Hijo para pedirle que interviniera sin mirar quiénes estaban. Lo hacía para todos. Porque igual que Jesús dio la vida por todos los hombres, a su Madre la hizo Madre de todos. ¡Qué tradición más hermosa salir aquí, en Madrid, a la plaza Mayor, para pedir a la Madre de Madrid que nos cuide y nos enseñe a cuidarnos los unos a los otros! Hoy sí que podemos decir lo que hace un instante escuchábamos en el salmo: «Tú eres el orgullo de nuestra raza». Acojamos la propuesta de Nuestra Madre, es una propuesta de vida y no de muerte: cuidemos la vida de todos los que viven o llegan aquí a Madrid.
2. Madre, haznos el regalo de tu mirada: necesitamos la misma mirada que tu Hijo Jesucristo te hizo desde la Cruz. «Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu Hijo»». Necesitamos la mirada de Madre, esa mirada que abre el alma, que quita cerrojos, que abre todos los sentidos, la mente y el corazón. Necesitamos esa mirada que Ella sintió siendo muy joven, a través del arcángel: una mirada de amor, de conquista del corazón, de hacer lo mejor por todos los hombres, de hacerles partícipes del bien, de la bondad, de la justicia, de la solidaridad de un Dios que quiere hacer de todos los hombres una gran familia de hijos y de hermanos. Es la mirada que le hizo entonar el canto más bello: dar a los hombres la Vida. Un canto en el que Ella misma era el pentagrama sobre el que Dios escribía las notas. Decía así: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho grandes obras por mí, su nombre es santo y su misericordia llega a todos los hombres». Es un canto a la verdad del hombre, al reconocimiento de las dimensiones reales del ser humano.
María, danos el regalo de tu mirada, para ver siempre a todos desde la libertad que Dios ofrece. Desde la bondad de su corazón. Desde una justicia que va mucho más allá de dar a cada uno lo que le corresponde con las medidas humanas, pues Dios lo da todo, hasta su Vida. Desde la solidaridad que se hace comunión y se manifiesta en darse y no retenerse. Desde el amor que es paciente, comprensivo y servicial, que no tiene envidia ni se engríe, que no es maleducado ni egoísta, que no lleva cuentas del mal, no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad, disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. Es un canto de un Amor que no pasa nunca, porque es de Dios y, por ello, es eterno.
Regálanos tu mirada de Madre para ver nuestra historia, para ver nuestros cansancios, nuestras frustraciones infundadas o fundadas en el sinsentido de una vida vivida desde nosotros mismos. Regálanos tu mirada para vernos entre nosotros de otra manera, no como enemigos, sino como hermanos. Enséñanos a mirar para rescatar, acompañar y proteger; a mirar a los que naturalmente miramos menos y lo necesitan más: a aquellos que están desamparados, solos o enfermos, a los que no tienen de qué vivir, a los que están en la calle, a los que no conocen a tu Hijo ni la ternura que tienes de Madre.
Santa María la Real de la Almudena, que nunca tengamos miedo a salir y mirar a nuestros hermanos con tu mirada. Tú saliste del muro para encontrarte con todos, tejiendo en los corazones de los hombres unión, encuentro, respeto, capacidad de construir juntos. Las situaciones que vive la humanidad, en su complejidad, necesitan de corazones como el tuyo, que creen y dinamicen el encuentro entre nosotros y no la división ni la ruptura, ni el enfrentamiento.
3. Madre, que veamos a tu Hijo en cada ser humano que es nuestro hermano: hoy esta plaza Mayor se convierte en algo significativo, pues Tú nos invitas a encontrar a Jesús en cada ser humano; nos invitas a no permanecer indiferentes ante el hermano. Nos llamas a no destruirnos y a trabajar y poner todos nuestros talentos al servicio de la cultura del encuentro, que nos está pidiendo hacer un trasplante de corazón. Que sintamos dolor cuando esto no lo hacemos, aquel dolor de Madre que tú sentías junto a la Cruz.
Madre, que nos miremos y nos encontremos para ser más hermanos. ¿Estamos dispuestos a emprender este camino de encuentro? Es un camino sencillo y, al mismo tiempo, exigente; requiere olvidarnos de nosotros y poner en primer lugar al otro, sea quien sea. Tengamos también la valentía de ir a las raíces: nuestro pueblo de Madrid hunde sus raíces en un anhelo de fraternidad y deseo de ser familia. Crecemos cuando nos unimos. Y es cierto que para unirnos no vale solo salir con ideas, hay que salir con amor en su mayor grandeza. Que es la que se nos ha revelado en el Dios que se hizo Hombre y acercó lo divino a la tierra para hacernos ver que aquí podemos construir algo de cielo si lo seguimos a Él.
Hermanos y hermanas, el Hijo de María se va a hacer presente en el misterio de la Eucaristía: contemplad a Dios y en Él, lo que puede llegar a ser el hombre. Establezcamos tal comunión con Dios que podamos decir al unísono del corazón de María: «Hágase en mí según tu palabra», «aquí estoy», disponible para dejarte entrar en mi vida y poder llevar, a los hombres que encuentre en el camino, lo que tú me das. Señor Jesucristo, gracias por darme como Madre a tu Madre. Que con su intercesión cuidemos la vida de los hombres, regalemos tu mirada a todos sin excepción y veamos siempre a un hermano. Santa María la Real de la Almudena, ruega por nosotros. Amén.