¿Por qué se le ha de negar a la Iglesia de hoy poder también hacer Tradición asumiendo y renovando lo que se crea conveniente?
(José María Álvarez).- Sí, es evidente, estamos ante un interrogatorio inquisitorial que se le hace al mismísimo Papa. En primer lugar, sin entrar en el fondo del protocolo, uno mi protesta a cuantos quedaron sorprendidos por semejante comportamiento.
Los cuatro cardenales reviven la escena de la mujer sorprendida en adulterio. ¡Pobre Papa Francisco! Esperemos que como el buen Jesús de Nazaret sepa salir airoso del círculo tramposo donde han querido meterlo. Y lo haga sin hacer uso del poder del que lo invistieron ellos mismos, sino, como es su estilo, convenciendo desde una posición humilde, haciendo sólo alarde de su gran corazón misericordioso que sabe situarse ante los demás para comprenderlos.
Lo hacen, dicen, ¡impulsados por su preocupación pastoral! ¡Quién lo diría! Dudo mucho que los tales cardenales huelan a oveja. La posición doctrinal que reflejan me hace dudar que estén cerca de sus fieles, los conozcan de cerca y los quieran. Huelen más bien a despacho y a salón. Sólo entienden de leyes. Que hay que aplicar ¡caiga quien caiga! Sobre todo las que regulan la sexualidad. Unas leyes que ya fueron hechas desde una óptica pesimista del ser humano, y que ahora son interpretadas igualmente desde esa misma perspectiva.
¿No había dicho Jesús que al Buen Pastor le preocupa más una oveja perdida que las 99 que estaban a buen recaudo? ¿Habrá algún texto de la Tradición que lo contradiga? ¿O algún escrito de algún Papa, santo o no, que defienda que la Ley y la Doctrina Católica están antes que el amor? No lo creo. Pues ahí está la cuestión. Ahí es donde tenemos que situarnos los cristianos que queremos seguir el evangelio del nazareno.
Estos cardenales entenderán mucho de Leyes, Tradición, Doctrina de la Iglesia, pero poco o nada de Amor, de Evangelio, de Jesús. Papa Francisco, ¿no querías sinodalidad? Pues toma, aquí la tienes. Aquí estamos nosotros «participando». Tú mismo nos has obligado a preguntarte. ¿También así de capciosamente?, pregunto yo.
Son lobos que están al acecho, pero se presentan revestidos de piel de oveja. No les mueve ninguna otra razón, dicen ellos, más que su conciencia y se acercan a él con profundo respeto, para preguntarle a Su Santidad, al Santo Padre, al supremo Maestro de la Fe sobre cuestiones tan trascendentales (¿?) como si pueden comulgar o no los divorciados que se han vuelto a casar, etc. El típico estilo que emplearon los enemigos de Jesús que terminan llevándolo a la muerte. Primero una alabanza y luego… la pregunta tramposa. No engañan a nadie. Les aplaudirán sólo los que piensan tridentinamente como ellos.
Preguntan, pero retóricamente, pues ya saben de antemano cuales tienen que ser las respuestas que ellos mismos proponen avaladas por la Tradición, las Sagradas Escrituras y los Documentos de la Iglesia. Enfrente, al otro lado, lo que dice la Amoris Laetitia, el Papa Francisco.
Citan entre los documentos de la Iglesia algunos firmados por San Juan Pablo II. Yo estaba seguro que con su rapidísima canonización lo que se quería sobre todo era «santificar» su doctrina conservadora. En este caso nada se miró a la tradición. No había razón alguna para «subir a los altares» con tanta prisa al Papa artífice del parón que se le dio al Concilio Vaticano II. Se quería que todo quedara atado y bien atado durante el pontificado de su sucesor. Nuevo Código y nuevo Catecismo, sin cambio alguno sustancial, para consolidar todo lo viejo.
Una palabra sobre la Tradición, argumento tan invocado por los conservadores: la Tradición no parece otra cosa que un haz de palos para irlos poniendo en los momentos precisos a las ruedas sobre las que ha de caminar la Iglesia. La Tradición la han conformado unos cristianos concretos en cada momento de la historia. ¿Por qué se le ha de negar a la Iglesia de hoy poder también hacer Tradición asumiendo y renovando lo que se crea conveniente, mirando con respeto el pasado pero haciendo futuro.
Eso sí lo exige la responsabilidad pastoral. Hoy, cuando la gente oye hablar a la Iglesia, a las altas jerarquías y a los teólogos, que mayoritariamente no suelen ser otra cosa que comentaristas de textos, nada se les entiende. No sólo en razón del lenguaje anacrónico que emplean, sino también por los contenidos que están totalmente fuera del paradigma moderno.
Dos apuntes sobre dónde creo yo que la gente de a pie debemos situar el fondo de la cuestión.
1. Los cristianos de fe adulta, tanto seglares como sacerdotes, han logrado poder vivirla en libertad, superando el moralismo de una normativa que a veces vemos irracional, otras inhumana…, y siempre obsesiva por controlar al detalle los comportamientos sexuales, que son interpretados desde una concepción de una ley natural confeccionada a medida de su propia ideología.
Cada vez son más los católicos, del clero y del laicado, que se han liberado de la tiranía moral que quieren imponer a todos un pequeño grupo de personajes obscurantistas instalados en el poder eclesiástico.
Todos los divorciados vueltos a casar civilmente o a convivir «more uxorio» (por poner el mismo ejemplo ya tan manido) que han logrado la libertad de conciencia no tienen problema de participar plenamente en la celebración eucarística «comulgando» en ella. En las grandes asambleas pasan desapercibidos y en las pequeñas suelen encontrarse con un clero también liberado que piensan: ¿quién son ellos para juzgar a los demás? Encontrará problema la pareja homoafectiva que quiera «casarse por la Iglesia». Hay que respetar que luchen, si quieren, para conseguir que la Iglesia los trate como a las parejas heterosexuales, pero pueden encontrar solución para sentirse a gusto con su modo de vivir su sexualidad y su fe.
2. Cualquier manual del más ortodoxo moralista jesuita del siglo XVII o del siglo XX, (ciertamente, no habría mucha diferencia entre los dos) insiste en la importancia de las circunstancias para determinar la calificación moral de un acto, así como en que la conciencia personal es la última norma para tomar una decisión.
Más aún los moralistas jesuitas no dejaron de insistir en que el amor ha de influir en las decisiones morales. Recojo esta frase de Andrew Greeley, sacerdote católico y famoso escritor muerto en el año 2013, porque sintetiza los puntos esenciales donde termina definitivamente el proceso de análisis de la moralidad de un acto: las circunstancias, la conciencia personal y el amor, aun siendo el primer momento el mismo acto objetivamente considerado.
Creo que con estos mimbres tenemos los principales elementos para tejer nuestra vida moral. Se da por supuesto que hemos de estar «bien» formados e informados para sentirnos seguros de llegar a un cierto nivel de objetividad en el juicio moral y también es obvio que en ocasiones hemos de contrastar nuestras opiniones morales en nuestra comunidad donde celebramos nuestra fe y compartimos nuestra vida cristiana.
Pero también es verdad que es necesario liberarse de las adherencias ideológicas incrustadas en el mensaje moral cristiano y de quienes quieren asumir el control de las conciencias exigiendo unas conductas morales idénticas para todos, sea cual fuere el contexto personal y socio-cultural de cada uno.
– José María Álvarez es miembro del Foro Gaspar García Laviana, Asturias