Si somos hijos de Dios, tenemos todo lo que Dios tiene de alguna forma. Se trata de sacar eso que Dios nos ha dado y que todos los menores tienen
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(Jesús Bastante).- «Necesitamos unas bases sólidas para construir a la persona, que se construye sobre lo sólido». El Padre Jesús María Etxetxikía, provincial de los Amigonianos, se dedica precisamente a eso: a construir las bases sólidas de las que carecen los jóvenes más vulnerables de nuestra sociedad, a la merced de los vaivenes de un mundo que no siempre se interesa por ellos.
Estamos demasiado acostumbrados a llamar a estos chavales «problemáticos», pero como Jesús María y sus compañeros amigonianos nos recuerdan, «los niños no son el problema». Pueden tener problemas, pero el verdadero problema reside más bien en los demás, los que podemos implicarnos más.
«Siempre hemos pretendido que entre nosotros, el menor, niño o joven, estuviese a gusto y se sintiese querido y amado». Jesús nos explica en esta entrevista en qué consiste su trabajo de sacar hacia afuera y hacer aflorar el don de Dios que el niño vulnerable ya tiene desde siempre.
Hoy nos acompaña Jesús María Etxetxikía. Un bonito apellido que significa «la casa pequeña». Es el provincial de los Amigonianos.
Dinos, ¿qué son los Amigonianos?
Es una pequeña congregación nacida en España en 1889, con Luis Amigó, que es nuestro fundador. Era capuchino y fue obispo también.
Nació en el siglo XIX con todo el problema social que había, principalmente para atender a los niños y a los jóvenes con problemas de conducta, para que aquellos que mandaban a prisión, no entrasen.
Y desde ahí, nos hemos diversificado en todos los campos de exclusión que hay en nuestra sociedad y en nuestro mundo para los jóvenes y los niños.
Un campo con mucho trabajo, lamentablemente.
Es un campo inacabable, prácticamente, porque el joven siempre es una persona inquieta, movida, con ganas de experimentar. Y no todas las experiencias son buenas, ni positivas. Eso le causa traumas, dolor, sufrimiento y soledad. Le causa tantas cosas, que nosotros procuramos estar ahí para atenderle de alguna forma.
Una sociedad ciertamente muy líquida por un lado, y por otro con poca base pedagógica para trabajar en el medio y en el largo plazo. Con lo cual, los menores que empiezan mal, tienen más posibilidades de acabar mal, de tener un camino de no retorno, que a lo mejor en otras épocas no se daba tanto.
Estamos en un tiempo de pedagogía líquida, desgraciadamente. Sí que hay momentos en que las personas necesitamos cosas líquidas que puedan ser pasajeras y que nos olvidemos de ellas. Pero necesitamos unas bases sólidas para construir a la persona, que se construye sobre lo sólido. Sobre bases fuertes que no son otras que la aceptación, la acogida y el amor que todos necesitamos. Una persona sin amor, deja de ser persona porque no lo tiene, porque no se lo dan. Y al no recibirlo, también es incapaz de darlo.
¿Son muy viejos esos menores con los que trabajáis? ¿Ya tienen una historia demasiado fuerte detrás?
Pues en algunas ocasiones, sí. Demasiada historia detrás.
¿Con qué os encontráis?
Con todo. Nosotros procuramos trabajar también el campo de la prevención, para que nadie llegue a esas historias. Por eso, tenemos colegios en los que actuamos y tienen una cabida especial todos aquellos a los que expulsan de otros colegios, de donde los echan porque allí no tienen cabida. Y nosotros aceptamos y acogemos en nuestros colegios a todos ellos.
Integración en el ámbito escolar, que es muy importante.
Cuando uno se rompe por la situación que sea, una trauma en una familia, una mala experiencia, unos amigos que no le ayudan…, tantas cosas, te encuentras con personas de catorce años o quince, que han vivido experiencias que no las han vivido una de veinte o de treinta.
Lo nuestro es especializarnos en la juventud. Estar siempre al día en la relación con jóvenes. Por eso nuestro ámbito de actuación no es en despacho, aunque también los tenemos porque es necesario. Pero estamos a pie de calle en contacto continuo con los jóvenes, con sus inquietudes, con las cosas que hacen en las calles, en las plazas. En todos los sitios. Incluso acompañando, aunque muchas veces no hay que «acompañar». A nadie se le ocurre ir a un botellón, pero nosotros a veces tenemos que ir para ver qué hacen y para decirles que ese no es el camino. Para ver cuál es la situación que está viviendo y en la que se puede meter.
Lleváis, creo, en torno a ciento veinticinco años trabajando. ¿Cómo ha ido evolucionando el carisma de los amigonianos, y la situación de esos menores que han ido necesitando en distintas épocas de nuestra historia ser acompañados?
Hay unas bases que son comunes siempre. Una es la acogida. Siempre hemos pretendido que entre nosotros, el menor, niño o joven, estuviese a gusto y se sintiese querido y amado. Que nosotros fuésemos de alguna forma su familia. Hemos trabajado mucho la acogida. Y eso, desde el inicio hasta ahora. Que el chaval se sienta aceptado como es con toda su dificultad, y desde ahí intentar construir una persona nueva. No diferente. Porque se trata de que desarrolle todas sus capacidades. No se trata de transformar desde nuestro punto de vista, sino que él sea el responsable de su quehacer.
Aprovechar sus talentos.
Sí, cada uno tiene los suyos, y son muchos. Al final, si somos hijos de Dios, tenemos todo lo que Dios tiene de alguna forma. Se trata de sacar eso que Dios nos ha dado y que todos los menores tienen. Por muy inadaptados que sean, por muy excluidos que estén y muy rechazados, o sin autoestima, que a veces es el problema.
¿Hay salida? ¿Vuestra experiencia os dice que hay frutos en ese cuidado de siembra?
Gracias a Dios, hay muchos frutos. Pero para que los haya, una de las cosas que tenemos que cambiar nosotros, la sociedad, es la mirada. Porque el fruto, muchas veces no es lo que la sociedad quiere.
La sociedad va por otro lado. No quiere problemas.
Alguien formal.
Muy correcto en todas las cosas. Y estos chavales, por juventud, por todo, muchas veces no son políticamente correctos. Pero están en el camino de salir de esa situación.
Y salen principalmente porque han encontrado un referente, que suele ser el educador con toda su profesionalidad y su buen hacer. Estamos con psicólogos y con psiquiatras infantiles, en algunos casos. Depende de la situación. Con trabajadores sociales y con los educadores, que en muchas ocasiones tienen su diploma en educación social. Con toda la carga científica de la pedagogía, pero necesitamos un plus a eso. Es la humanidad del propio educador.
La importancia del testimonio de encontrar esos modelos porque, lamentablemente en los escaparates sociales, las imágenes que se nos presentan probablemente distan mucho de lo que tendríamos que aportar.
El problema es que siempre queremos llegar al ideal, y a menudo, estamos tan lejos que somos capaces de no dar pasos para llegar a él. Y el caso es que cada uno de nosotros encierra una persona ideal. Ya lo somos. En nuestro ámbito, en nuestro mundo y en lo que hacemos. Tenemos que crecer siempre en lo que somos. No en lo que es el otro, por muy bien que esté. Cada uno de nuestros muchachos tiene muchos valores y muchas cosas que desarrollar. Al final, en el mundo estamos para construir una sociedad justa y de paz.
En el caso de menores encontramos muchos factores, incluso personales, que deberían de conciliarse. Me refiero a la familia, a la escuela, a la sociedad, al grupo de amigos, al entorno…, que muchas veces colisionan entre sí. Y más en el caso de menores con ciertas dificultades. A veces te encuentras con padres que quieren proteger a sus hijos de los que son considerados chicos peligrosos o raros. Piden a sus hijos que no se acerquen, e incluso los profesores también tienden a sacrificar al diferente para que no se manchen los demás.
Sí, la manzana podrida, apartarla o pudre a los demás.
Os encontráis con esto. ¿Qué soluciones se pueden dar? Yo creo que es un problema de corresponsabildad de algunos estratos de la sociedad: padres, profesores, políticos, educadores, los propios chicos.
¿Cómo hacer esa macedonia?
Trabajando en conjunto, que es lo que hacemos. Si no lo hiciéramos así, generaríamos una esquizofrenia en el chico: ¿A quién hago caso? ¿A mi profesor, a mi padre, a mi educador, a mis amigos?
Todo eso hay que conjuntarlo. Procuramos tener una relación muy grande con la familia de los chicos que pasan por nuestros centros. Por eso creamos escuelas de padres y estamos con ellos, trabajando al unísono, porque de la otra forma no logramos absolutamente nada.
Pero trabajamos con el grupo de iguales también; nuestra técnicas no son con el menor que tiene este problema, exclusivamente. Aunque hay un trato individualizado que es necesario, hay un trabajo conjunto con sus iguales, con su grupo de amigos, para ir creciendo. También nuestros centros y nuestros pisos están normalizados, que quiere decir que los muchachos van al colegio del barrio, a la parroquia, al grupo scout, etc.
No están aislados. No estamos hablando de los antiguos reformatorios ni de cosas así.
La relación con todos siempre tiene que ser fundamental, porque si no, no conseguimos nada.
Y ahora que tenemos muchos problemas de violencia filio-parental, hay tratamiento para los menores, pero también atendemos a la familia, que tiene que tener unas pautas de actuación de cómo vivir y superar este problema. Porque si hemos trabajado solo con el menor, y el menor después encuentra en su familia el mismo tipo de comportamientos, probablemente volvamos a la misma situación del principio.
Este es un problema real, aunque desde fuera suene a ciencia ficción. Parece que suena más todo lo contrario: la violencia paterno-filial.
Hay de las dos, y mucha porque no se han puesto límites a los niños cuando son más niños, por la situación que sea. La gente lo vive con mucho trauma, porque la propia familia vive la situación con sentimiento de culpa. Los padres piensan que son malos padres, que no han sabido educar a su hijo. Y son padres muy normales. Y otros hijos en la misma situación están muy bien, pero con este hijo o esta hija, no acaban de dar con la tecla. Reconocer eso, porque no quieres hacer ningún daño al menor y no quieres denunciarlo, es difícil. Otras veces, si denuncias al menor, socialmente estás mal visto y marcado de alguna forma por no saber hacer las cosas.
Es una situación muy problemática y que se vive con mucha angustia. Por eso, también hemos creado en la Comunidad de Madrid un programa que se llama «Conviviendo», desde la Fundación Amigó. Es un programa de asesoramiento a los padres y tratamiento con niños, totalmente gratuito. Porque es un problema que va en aumento y a la gente le da mucho miedo afrontarlo. Hace falta un nivel de mucha confianza con la gente de tu entorno para decirle que no puedes con tu hijo y que te agrede. Y que tu casa es un infierno.
También, dejar por imposible a un hijo, tiene que ser desgarrador.
Hay otro aspecto, el de los menores inmigrantes que han llegado a nuestro país y se encuentran con un limbo jurídico extraño porque no pueden ser extraditados a su país de origen, pero tampoco suelen estar reglados. En ocasiones viven a su aire, con una mirada de lejos por parte de la administración.
Hay administraciones que se involucran más que otras. Y hay muchos menores abandonados y muchos que no sabe dónde están.
¿De cuántos menores estamos hablando? Aunque supongo que no hay estadísticas.
Hace poco leí que, con todos estos trasiegos, había 70.000 menores desaparecidos en todo el mundo, no estoy hablando solo de España, de los refugiados sirios. Son 70.000 menores que están identificados de alguna forma, pero que no se sabe dónde están. No se sabe si han sido víctimas de las mafias. Y estos, también son menores que se van moviendo mucho y que han sufrido mucho.
En otra época, de todos estos menores que venían, oías a la gente que decía: aquí viene lo peor. Y en realidad, venía lo mejor. Porque la familia apuesta por el mejor para que le saque de su situación de pobreza en África. Siempre venía el más hábil, el que tenía posibilidades y podía ayudarnos, por tener más capacidades o por lo que sea. Estaban incluso sacrificando toda su vida y entregando un montón de dinero a las mafias para que pudiese venir. Todo ese dinero hay que devolverlo, y es la presión que el niño tiene. Su familia está amenazada en origen y con su trabajo tiene que solucionarlo. Y encima lo meten en un «internado», o en una situación que le imposibilita cumplir con la deuda. Porque aquí por ley, no pueden trabajar, tienen que estar escolarizados. No pueden mandar dinero. Es un conflicto tremendo el que sufren.
Ahora la situación con este flujo de refugiados ha cambiado un poco. El tipo de refugiado ya no es una apuesta familiar, en muchas ocasiones viene toda la familia.
Sí, es una apuesta más bien vital, salir de un lugar donde están matando.
Háblanos de de la Fundación Amigó.
Es una fundación que tenemos hace 25 años aquí, en España. También se desarrolla en el extranjero, con proyectos para ayudar a la gente en aquellos lugares de origen donde hay también muchos problemas y mucho conflicto social.
La fundación Amigó se dedica principalmente a atender a todos los niños con problemas mediante proyectos de distinto tipos. Unas veces solo de sensibilización, otras en centros de día, o con recursos residenciales. Atendemos a todos los menores y también a jóvenes, desde centros juveniles de la Fundación Amigó del Ayuntamiento de Valencia.
Todos los centros juveniles que hay en la ciudad de Valencia están conveniados con la Fundación Amigó. Es la atención a los jóvenes normalizados; entre la gente normal hay quien tiene muchos problemas y muchas dificultades.
Atendemos también residencias, emancipación, medidas judiciales, libertad vigilada a los menores infractores y prevención.
Tenemos pisos para tutelados: gente que ha estado en centros de menores y que a los diez y ocho años tiene que salir y todavía no han acabado de emanciparse. Si no damos una respuesta a esto último, nos quedamos a mitad de camino.
¿Cómo os podemos encontrar?
Tenemos dos webs. La de la congregación y la de la fundación.
Jesús María, ha sido un placer. Es un mundo, en el que trabajáis, apasionante y complicado de entender también, porque muchas veces pensamos que la infancia y la juventud que es el gran momento de felicidad de la vida, y no siempre es así.
Dentro de la fundación tenemos un lema: «los niños no son el problema». Ellos tienen problemas pero no son el problema. Los problemas son otros. Los niños y las personas, nunca somos un problema. Aunque a veces lo digamos.
Tenemos que cambiar la mirada, porque una persona nunca puede ser un problema, siempre es parte de la solución para construir un mundo mejor.
Espero que volvamos a tener más ratos de conversación. Es un tema apasionante de presente y de futuro, porque estamos hablando de vidas jóvenes.
De demasiadas vidas jóvenes.
Hay que vivirla y dar esperanza, porque se puede.
Tienen el derecho de vivirlas y además, en plenitud.
En ese camino, siempre nos encontraréis. Muchas gracias.
A vosotros.