Avanza por sobre las fronteras en incendio avivado por odios nuevos y ancestrales que no puede apagarse con gasolina
(Alfredo Barahona, revista claretiana TELAR).- A diario impactan las noticias de sus desmanes, sin que una definición jurídica del terrorismo permita su persecución y condena en el ámbito internacional. Aun así, como terroristas suelen rotularse delitos de gran violencia y repercusión destinados a coaccionar a sociedades, gobiernos u organismos de poder, con el fin de imponer dominio o lograr determinados fines por medio del temor colectivo.
Resistencias a tiranías, guerras independentistas, bandas criminales, grupos extremistas u otros actores en conflicto lo han usado desde antiguos tiempos y lugares, como medio inmoral de presión que ningún fin podría justificar.
Menos aun puede legitimarse el terrorismo de estado, ejercido bajo responsabilidad de gobiernos, autoridades u organismos del aparato público. A la perversidad propia del recurso se suma en tal caso el abuso de la maquinaria estatal con fines criminales, por intereses del sistema dominante.
Monstruo de mil cabezas
Un primer registro histórico del terrorismo remite a la resistencia israelí contra el imperio romano hacia el año 66 de nuestra era. Lo ejercieron los «sicarios», que en celebraciones masivas apuñalaban a sus opresores con una espada corta o «sica» escondida bajo sus túnicas. Sabotearon también el suministro de agua y provocaron incendios.
En el siglo XI, los «hachachín» o drogados con hachís -por tanto, nada moderno- usaron técnicas de suicidio terrorista que los kamikazes de Al Qaeda emularían contra las Torres Gemelas de Nueva York. De paso, originaron la evolución de «hachachín» a «asesino».
Matanzas, destrucción y dolor provocaron en el siglo XIX los primeros atentados de corte fanático-religioso, protagonizados contra británicos y musulmanes en la India en nombre de la diosa Kali. Terroristas chinos apoyaron la rebelión bóxer en Sudáfrica. El magnicidio de Sarajevo contra el imperio austrohúngaro provocó la Primera Guerra mundial. Fascistas italianos y el nazismo germánico recurrieron al terror asesino para asentarse. Fama siniestra alcanzaron los atentados separatistas del «IRA» en Irlanda y la «ETA» en España.
Terror semejante sembraron por Europa movimientos como Grapo, Baader Meinhof, las Brigadas Rojas y la Facción japonesa del Ejército Rojo. La lista de desmanes similares es larga en nuestra América.
Sobre terrorismos de estado, imposible olvidar el mayor de todos, perpetrado en agosto de 1945 por las autoridades máximas de los Estados Unidos de Norteamérica, con sendas bombas atómicas lanzadas sobre las poblaciones civiles de Hiroshima y Nagasaki para forzar la rendición incondicional del Japón. A los 120.000 muertos que así provocaron en cortos minutos se sumaron otros 340.000 en años siguientes, debido a las radiaciones. Los heridos sobrevivientes fueron incontables.
La amenaza global de hoy
El terrorismo se alza hoy día como una de las mayores amenazas para la paz mundial.
Entre sus actores descuella el autodenominado Estado Islámico -EI, ISIS o DAESH, por sus siglas española, inglesa y árabe-. En tiempo breve se ha enseñoreado de vastos territorios en Irak y Siria, teatros de sendas guerras que han dejado muertos, heridos y emigrados por centenares de miles.
El ISIS goza de ingentes recursos gracias al control de grandes reservas petroleras. Ha masacrado, decapitado, quemado vivas o cercenado con sierras a centenares de víctimas frente a cámaras de televisión; ha crucificado a niños o los utiliza como kamikazes; difunde amenazas y publicita sus crímenes por redes sociales y otros medios globales de comunicación, para provocar el mayor terror colectivo posible. Métodos similares emplean secuaces suyos como Boko Haram, extendido desde Nigeria a otros países africanos.
Todos comparten un fanatismo seudorreligioso islamista que nada tiene que ver con el Islam auténtico, emparentado estrechamente con el Judaísmo y el Cristianismo.
El monstruo de Frankenstein
En la génesis de esta «internacional del terrorismo» resaltan USA y sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, que engendraron semejante monstruo.
Para socavar a la Unión Soviética y el bloque comunista, USA utilizó en su momento a peones detestables como Osama bin Laden, creador de la red terrorista Al-Qaeda, Muammar Kadhafi, dictador de Libia, y Saddam Hussein, su colega de Irak; todos musulmanes. Pero, logrado su objetivo, con sus aliados se volvió contra ellos haciéndolos sus peores enemigos. Terminarían matándolos tras invadir sus países para apoderarse de sus enormes reservas petroleras.
De islamistas fanáticos enardecidos por las veleidades de Occidente surgieron las grandes maquinarias terroristas de hoy. Bin Laden -en forma hasta hoy supuesta, por los oscuros entretelones del caso- consumó contra USA el mayor atentado terrorista en su propio suelo, derribando en forma espectacular las Torres Gemelas. Amparado en ello, USA lanzó una guerra sin cuartel «contra el terrorismo». Con el pretexto de que Irak tenía armas químicas, Occidente lo arrasó e invadió en 2003. Una investigación culminada este año ha demostrado que el motivo era falso.
El mismo 2003 surgió el ISIS, emparentado con Al-Quaeda, para enfrentar la invasión aliada. Asentado en Irak y Siria, en 2014 se proclamó «Caifato de todos los musulmanes», un poder supremo religioso-político herencia de Mahoma. Con sus redes en otros países -incluso islamistas fanáticos residentes en Occidente- ha lanzado una guerra sin fronteras que, declara, no cesará hasta que todos los «infieles» sean sometidos al Estado Islámico. «¡El Islam dominará el mundo!», han vociferado algunos de sus prosélitos.
Hitos sangrientos de esta campaña desquiciada han remecido al mundo los últimos dos años, en atentados sucesivos atribuidos al ISIS, a sus secuaces o a «lobos solitarios» de su pelaje. Los ha habido en Francia, Bélgica, Alemania, USA, Turquía, Nigeria, Pakistán, Siria, Irak, Bangladesh, Afganistán, Libia, Burkina Faso, Túnez, Kuwait, Somalia, Líbano…
El FBI norteamericano y otros organismos de inteligencia -más los alardes del propio ISIS- han alertado al Vaticano como posible objetivo de un atentado mayúsculo.
«Guerra santa» y «cruzados»
La guerra seudorreligiosa es para el ISIS y su séquito una obligación o mandato divino, la «Yihad», como la construcción del Reino lo es para los cristianos. Los «infieles» no musulmanes, y en especial los cristianos, son para el yihadismo el campo de misión conquistable a sangre y fuego.
Para la revista digital «Dabiq» del Estado Islámico, «esta es una guerra justificada divinamente entre la nación musulmana y las naciones de los infieles. El mandamiento es claro; Alá dijo que hay que matar a los infieles». El ISIS remonta su odio hasta las Cruzadas medievales; suele así tildar de «cruzados» a los cristianos.
Un estudio de la Universidad de Maryland señala que desde su nacimiento hace 13 años, el Estado Islámico y sus huestes yihadistas han perpetrado 4.900 ataques terroristas, con 33 mil muertos, 41 mil heridos y 11 mil secuestrados.
¿Un porvenir más oscuro?
La reacción de Occidente a tamaña amenaza se basa hasta ahora sólo en el incremento de la fuerza bruta. Para sus estrategas, el ISIS y sus tentáculos sólo serán eliminados con un mayor poderío bélico. En vez de frenar los conflictos de Siria, Irak y Afganistán, que han dejado centenares de miles de víctimas, los han incrementado.
Insensatez supina. Porque, aun si el ISIS y su red lleguen a ser aniquilados, el yihadismo fanático reaparecerá pronto; con otras formas y ropajes, y con mayor sed de venganza.
Entretanto, ¿habrá otra forma de salvar al mundo de la pesadilla asesina?
En vez de la violencia y la destrucción, el papa Francisco ha llamado en su reciente mensaje a la 50ª Jornada Mundial de la Paz a «negociar vías de paz, incluso ahí donde parecen ambiguas e impracticables». La noviolencia -sostiene- podrá adquirir un significado más amplio y nuevo como enfoque político realístico, abierto a la esperanza.
¡La esperanza! «Lo último que se pierde», conforme a un adagio. Nuestra carta de triunfo en Dios, el Señor de la Historia, para quienes buscamos construir su Reino de paz y amor a pesar de la maldad, el odio y la muerte.
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