Enrique Leff, en Iglesia Viva

Globalización económica y capitalización de la naturaleza

Capitalismo, credo fundamentalista y totalitario

Globalización económica y capitalización de la naturaleza
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Pero ¿sobre qué criterios podría restringirse el valor de la biodiversidad a la de estos servicios ambientales? Y más aún, ¿bajo qué principios se establecen las nuevas formas de apropiación de estas riquezas biológicas del planeta?

El último número de Iglesia viva, El cuidado de la Casa Común, se centra en la preocupación mayor de la humanidad en estos momentos: la destrucción de la naturaleza por parte del modelo económico y social que impera, según Evangelii Gaudium y mata.

Para abordar este problema se presentan tres artículos de fondo de los que uno, el de Ivone Gebara, ya fue reseñado en este lugar. Ahora vamos con el primero de los artículos, el de Enrique Leff, profesor de la UNUAM: «La geopolítica de la biodiversidad y el desarrollo sostenible: economización del mundo, racionalidad ambiental y reapropiación social de la naturaleza». Se trata de un artículo de honda reflexión sobre los límites de ese oxímoron que nos venden como posibilidad: desarrollo sostenible. Dejamos un pequeño extracto. Quien quiera leer el artículo puede ir a la web de la revista: iviva.org.

Globalización económica y capitalización de la naturaleza

El planeta que habitamos siempre ha sido global: un globo terráqueo. La Tierra se desprendió de su planicie e inició el vuelo de su globalización en el siglo 16, una vez que el mundo fue circunnavegado y que los intercambios comerciales fueron interconectando a las diferentes civilizaciones y culturas. Más adelante, la generalización de los intercambios comerciales se convirtió en ley, y ésta se fue universalizando, invadiendo todos los dominios del ser y los mundos de vida de las gentes.

Con la invención de la ciencia económica y la institucionalización de la economía como reglas de convivencia universales, dio inicio un proceso de 5 siglos de economización del mundo. Mas el orden físico y la vida en el planeta que dan origen y sostienen al género humano no encuentran en sus raíces ninguna esencialidad económica, más allá de la pulsión de producir con la naturaleza para satisfacer necesidades humanas.

Este proceso de expansión de la racionalidad económica culmina con su saturación y su límite, el límite de su extrema voluntad de globalizar al mundo engullendo todas las cosas y traduciéndolas a los códigos de la racionalidad económica, razón que conlleva la imposibilidad de pensar y actuar conforme a las leyes límite de la naturaleza, de la vida y la cultura. Este proceso económico no sólo exuda externalidades que su propio metabolismo económico no puede absorber, sino que, a través de su credo fundamentalista y totalitario, se enclava en el mundo destruyendo el ser de las cosas -la naturaleza, la cultura, el hombre- al intentar reconvertirlas a su forma unitaria y universal.

En este sentido, el proceso de globalización cuya naturaleza intentamos descifrar -los crecientes intercambios comerciales, las telecomunicaciones electrónicas con la interconexión inmediata de personas y flujos financieros que parecen eliminar la dimensión espacial y temporal de la vida, la planetarización del calentamiento de la atmósfera, e incluso el aceleramiento de las migraciones y los mestizajes culturales-, ha sido movilizada y sobredeterminada por el dominio de la racionalidad económica sobre los demás procesos de globalización.

Es esta sobre-economización del mundo la que induce una homogeneización de los patrones de producción y de consumo, contra una sostenibilidad planetaria fundada en la diversidad ecológica y cultural.

Desde los orígenes de la civilización occidental, la disyunción del ser y el ente que opera el pensamiento metafísico preparó el camino para la objetivación del mundo. La economía afirma el sentido del mundo en la producción; la naturaleza es cosificada, desnaturalizada de su complejidad ecológica y con- vertida en materia prima de un proceso económico; los recursos naturales se vuelven simples objetos para la explotación del capital.

En la era de la economía ecologizada la naturaleza deja de ser un objeto del proceso de trabajo para ser codificada en términos del capital. Mas ello no le devuelve el ser a la naturaleza, sino que la transmuta en una forma del capital -capital natural- generalizando y ampliando las formas de valorización económica de la naturaleza (O´Connor, 1993). Es en este sentido que, junto con las formas ancestrales de explotación intensiva que caracterizaron al «pillaje del tercer mundo» (Jalée, 1968), hoy se promueve una explotación «conservacionista» de la naturaleza. La biodiversidad aparece no sólo como una multiplicidad de formas de vida, sino como zonas de reservas de naturaleza -territorios y hábitat de esa diversidad biológica y cultural-, que hoy están siendo valorizados por su riqueza genética, sus recursos ecoturísticos y su función como colectores de carbono.

Pero ¿sobre qué criterios podría restringirse el valor de la biodiversidad a la de estos servicios ambientales? Y más aún, ¿bajo qué principios se establecen las nuevas formas de apropiación de estas riquezas biológicas del planeta?

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Autor

Jesús Bastante

Escritor, periodista y maratoniano. Es subdirector de Religión Digital.

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