Gregorio Delgado del Río

Ejemplos a seguir

"Nuestros obispos: ¿darán por fin el paso adelante?"

Ejemplos a seguir
Gregorio Delgado

¿Qué han hecho a este respecto nuestros Obispos? Callar o, como máximo, repetir los manidos y tópicos ‘mantras'. No basta. No es suficiente

Para la presentación de mi última publicación (La ‘santidad fingida’. Respuesta al abuso sexual en la Iglesia, Ed. Me gusta escribir, Barcelona 2016), me serví de dos textos, que no me resisto a reproducir ahora. Lo hago porque entiendo que resumen o pueden explicar a la perfección la actitud generalizada de la Jerarquía católica -en tiempos pasados- respecto del abuso sexual del clero. Muy en concreto, la de los obispos en España.

Decía San Agustín que «hay que decir la verdad sobre todo cuando un dificultad hace que sea más urgente que se diga; entenderán quienes puedan. No sea que al silenciarla en consideración a quienes no puedan entenderla, no solamente se frustre la verdad, sino que se entregue al error a quienes pudieran captar lo verdadero y, por tanto, evitar así el error» (De dono perseverantiae, XVI, n . 40, PL 45, 1107). En este marco de reflexión, el papa Francisco nos sugirió el de 3 de marzo de 2015 (Meditación en Santa Marta) que » ….’también nosotros somos astutos’, como pecadores: ‘siempre encontramos un camino que no es el justo, para aparentar ser más justos de lo que somos: es el camino de la hipocresía'».

El pasado 7 de noviembre, los Obispos franceses se congregaron en el Santuario de Lourdes para, entre otras cosas, realizar una jornada de penitencia y oración en petición de perdón por «largo silencio culpable» de la Iglesia en Francia frente a los abusos sexuales del clero a menores. La Comisión Pontificia para la protección de los menores, en su reunión del 5-11 de septiembre, había recibido la petición del papa Francisco «… a las Conferencias Episcopales Nacionales que elijan un día apropiado en el que orar por los supervivientes y las víctimas de abuso sexual como parte de la iniciativa de la Jornada Universal de Oración».

El Obispo de Puy-en-Velay, Luc Crepy, reconoció, en la Misa de apertura de la asamblea episcopal francesa, que los obispos de su país ‘fracasaron en su misión’, si bien subrayó también que ellos no fueron mejores que el resto de la sociedad, ‘que permaneció en silencio’. «Debemos salir -dijo- del largo silencio culpable de la Iglesia y de la sociedad y escuchar el sufrimiento de las víctimas. Los actos de pedofilia, estos crímenes tan graves, quebrantan la inocencia y la integridad de los niños y los jóvenes». En esta misma línea, el Arzobispo de París, André Vingt-Trois, se hizo igualmente eco de las deficiencias en la reacción de la Jerarquía eclesiástica: «No escuchamos lo suficiente a las víctimas, nos faltó valentía para tomar las medidas que debían ser tomadas».

Reforzando esta actitud, L’Osservatore Romano, en su nota sobre la asamblea episcopal en Lourdes, subrayó: «Urge poner fin a la cultura del silencio, de la pasividad y de la sordera ante el sufrimiento de las víctimas de abusos sexuales, y poner en práctica todos los medios humanos y materiales para acogerlas de la mejor manera». Sin duda alguna. «La verdad es la verdad, y no debemos esconderla», había proclamado el papa Francisco, ya en noviembre de 2014.

Como declaró David Cito, «Se pensó, de algún modo equivocándose o a veces de buena fe, que era posible arreglar estas cosas por vías internas a la Iglesia para que no saliese al exterior este problema, pero después se llegó a la conclusión de que el daño hecho no se puede ocultar, hay que salir al frente, pedir perdón y no perder la credibilidad porque lo que está en juego es la Iglesia y la autenticidad de su misión en servicio de los hombres». Interpretación bondadosa, sin duda, pues oculta que tal fue la orientación de las más altas instancias vaticanas y que, cuando se cambió de criterio merced al coraje de Francisco, fue objeto de múltiples e intensas resistencias.

Frente a todas ellas, el Papa ya había dejado muy claro -a su regreso de México- cuál era el criterio a seguir sobre tan transcendental cuestión: «Un obispo que cambia a un sacerdote de parroquia cuando se detecta una pederastia es un inconsciente y lo mejor que puede hacer es renunciar. ¿Clarito?».

El pasado 14 de noviembre, la Conferencia episcopal uruguaya -un ejemplo más- remitió a la comunidad católica y a la opinión pública un mensaje en el que, con remisión al documento ‘Perdón y Compromiso’ del pasado 12 de abril, decía: «con dolor y vergüenza hemos pedido perdón a las personas heridas a raíz de abusos sexuales cometidos contra menores por parte de sacerdotes y personas consagradas». A su vez, en respuesta a la llamada del Papa, instauran una Jornada penitencial a celebrar el miércoles 1 de marzo de 2017.

Con tal motivo, afirman: «Expresamos también nuestra firme disposición a recibir, escuchar y acompañar a las víctimas, investigando y procediendo con rigor, de acuerdo a un protocolo, elaborado con ayuda de profesionales de diversas disciplinas». Igualmente anuncia que ha establecido una Comisión para la Prevención de abusos sexuales a menores, cuya «tarea es elaborar y proponer proyectos normativos que garanticen ambientes seguros en parroquias y centros educativos, trabajando alineados con el Centro de Prevención del Vaticano».

El pasado 1 de diciembre de 2016, RD se hacía eco en sus páginas del mensaje de la Conferencia episcopal de África del sur (SACBC). En dicho mensaje -respuesta al llamamiento del papa Francisco para orar a favor de las víctimas de abusos sexuales-, los obispos se expresaban en estos términos: «Pedimos perdón por nosotros mismos y por nuestro clero, por no haber hecho lo suficiente para reconocer el dolor y el trauma físico, emocional y psicológico sufrido por las numerosas víctimas de abuso sexual a manos de miembros de la familia, de la sociedad en general y dentro de nuestra iglesia».

Es más, los obispos reconocen «sus propios errores en las cuestiones de abuso sexual, especialmente cuando no hemos sido capaces de escuchar el grito de los que han sufrido el abuso dentro de las estructuras de la Iglesia y de nuestra incapacidad para empatizar con su dolor».

Consecuencia lógica de tal actitud, expresan un compromiso de futuro: «Queremos trabajar con todas las estructuras de la sociedad y especialmente con nuestros sacerdotes, con el personal y los trabajadores eclesiales, en la creación de un entorno seguro para los niños y las personas vulnerables y para responder a las exigencias de la justicia en el corregir los crímenes y los errores del pasado en el campo de los abusos sexuales». Más en concreto aún formulan lo siguiente: «Nos comprometemos a seguir las disposiciones de nuestros protocolos eclesiales en el caso de una investigación de abuso sexual dentro de nuestras instalaciones y a adherir a la ley del país donde se hayan cometido los crímenes». ¡Impecable!

¿Qué han hecho a este respecto nuestros Obispos? Callar o, como máximo, repetir los manidos y tópicos ‘mantras’. No basta. No es suficiente. ¿Por qué silenciar la verdad y la realidad de lo ocurrido en más ocasiones de las debidas? ¿Acaso con su silencio no se ha frustrado la verdad y se ha entregado a muchos al error? ¿Por qué, entonces, tanta resistencia a reconocer lo ocurrido y a pedir perdón por ello? Es muy posible -ya estamos acostumbrados- que sigan enrocados y casados con el error. La soberbia suele ser señal de identidad en el comportamiento del clericalismo eclesiástico que, con tanta energía, viene denunciado el papa Francisco. No importa. ¡Allá ellos! Pero lo cierto es que la Iglesia en España (por medio de sus pastores episcopales) ha seguido, durante demasiado tiempo, un camino que no era el justo, ha aparentado algo que no respondía a la verdad, ha actuado -ellos sabrán por qué razón- desde la hipocresía. ¿Tan difícil es reconocerlo y pedir perdón?

Aunque nuestros Obispos estén empeñados en negarlo o, al menos, en no reconocerlo abiertamente, cualquiera que se haya movido un poco a través de los entresijos eclesiásticos sabe y conoce cómo se ha venido actuando (en tiempos no tan lejanos) en relación con el abuso sexual del clero a menores. Ha sido, a veces, tan intensa y decisiva la complicidad en el ocultamiento que no han tenido escrúpulo alguno en invocarla para recabar del beneficiado de la misma (a través de algún tercero) determinadas prestaciones de otro orden. ¡Qué seguridad en el error exhibían! Cuando se les contradecía -haciéndoles ver que podrían verse acusados de conducta delictiva-, ni lo entendían ni querían entenderlo. Se limitaban a imponer su criterio y a tachar al mensajero de rebelde y traidor. ¡Clericalismo puro y duro! ¡Vergüenza ajena!

Es inútil que sigan empeñándose en negar la complicidad, que existió, el encubrimiento y las resistencias a colaborar con la autoridad estatal. Es una evidencia. Ni siquiera los Protocolos de actuación gozaron de la debida publicidad para su general conocimiento ni tampoco -que sepamos- han sido adaptados como les viene exigido. ¿En qué mundo viven? Ni siquiera dan testimonio de comunión con la Cabeza del Colegio episcopal. ¿Cómo quieren que el pueblo fiel les otorgue credibilidad alguna? ¿Es ésta la renovación de la Iglesia que patrocinan?

Gestos, entre otros, como los referidos, podrían moverles a emprender un camino similar. Saldrían, sin duda, reforzados en su ‘autoridad’: credibilidad y fiabilidad. ¿Darán, por fin, el paso adelante? Esperemos que sí.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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